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La historia en crisis

La Gran Recesión de 2008, una crisis cuya factura estamos pagando todavía

Concentración contra los recortes en 2012.

2008 fue el inicio de la gran crisis económica de este siglo, que se originó en Estados Unidos, pero tuvo un alcance mundial. En España, la precarización laboral, la bajada de los salarios y el aumento del paro llevaron a unas políticas de austeridad y recortes cuyas consecuencias aún son palpables en la actualidad.

¿Qué pasó?

En septiembre del año 2008 quebró el banco Lehman Brothers, la cuarta entidad financiera más importante de Estados Unidos. Era el comienzo de una crisis económica mundial que empezó al otro lado del Atlántico y se extendió por el planeta como la pólvora. La especulación con las denominadas hipotecas basura había llevado a los bancos a situaciones de verdadero riesgo y terminaron por colapsar cuando los beneficiarios de esos préstamos fueron incapaces de hacer frente a los pagos. Cada vez con menos solvencia, los bancos se mostraban recelosos de prestarse dinero entre sí o a otras empresas o particulares por miedo a que la situación se repitiera.

Explotó la burbuja inmobiliaria, creció la tasa del paro y aumentaron las hipotecas. El sistema económico global entró en recesión y se multiplicaron los rescates bancarios. En España se alcanzó un máximo histórico de más de cinco millones de parados en 2013, especialmente población migrante y jóvenes, y las arcas públicas aún tienen que hacer frente a una deuda europea de más de 42.000 millones de euros. Una situación que no se ha conseguir paliar del todo en los últimos 12 años y que la crisis sanitaria del coronavirus amenaza con convertir en una nueva catástrofe económica.

¿Cómo se desarrolló la crisis?

Economistas e historiadores se remontan a principios del actual siglo para encontrar los orígenes de la crisis económica. Los atentados del 11S en 2001, que activaron un periodo de terror y xenofobia en Estados Unidos, seguido del control fronterizo es uno de esos posibles puntos de origen. También afectó de forma notable la excesiva liquidez con que se encontraron los bancos en 2003, después de que una estrategia de deflación —bajada de precios— impulsada por Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal estadounidense hasta 2006, les permitiera darse a las hipotecas y préstamos subprimesubprime. La banca sentía tanta holgura y comodidad que se permitió conceder este tipo de préstamos a personas con historial de morosidad, empleos inestables o, simplemente, sin garantías de poder devolverlos.

Las hipotecas subprime o hipotecas basura se emitieron en unos años en que los intereses se encontraban en mínimos históricos, lo que permitía el optimismo generalizado. A las hipotecas se añadían otro tipo de productos, como coches o reformas, que permitía a los usuarios disfrutar de una cantidad de dinero que difícilmente podrían devolver cuando los intereses empezaron a subir. Esta práctica no era exclusiva de Estados Unidos, sino que se extendió por otras partes del mundo y, por supuesto, también por España.

Los bancos empezaron a especular con sus activos hipotecarios. Los vendieron en forma de bonos, lo que les permitió omitirlos de sus balances al tiempo que los utilizaban como aval para los préstamos que se concedían entre diferentes entidades. Además, entraron en los llamados hedge funds, es decir, fondos de inversión de alto riesgo que no cuentan apenas con regularización. Es decir, se dedicaban a la compraventa de bonos hipotecarios mientras utilizaban esos mismos bonos como garantía.

Esta especulación era especialmente peligrosa teniendo en cuenta que su red de salvamento eran las hipotecas basura concedidas a personas que, en cuanto aumentaron los tipos de interés, no pudieron pagar sus cuotas. Era 2006 y los efectos de estos arriesgados movimientos financieros empezaron a sufrir las consecuencias.

El 15 de septiembre de 2008 el banco Lehman Brothers se declaró en quiebra, con una deuda que superaba los 600.000 millones de dólares. Fue la primera señal de lo que se avecinaba. Lehman Brothers era la cuarta entidad financiera más importante de Estados Unidos y la incertidumbre sobre el futuro de sus competidores llevó a una espectacular caída en bolsa de otras entidades financieras (hasta un 46% en pocos días). Se estaba empezando a gestar un clima de desconfianza en el que los bancos se mostraban más recelosos que nunca a la hora de prestar dinero por si el beneficiario escondía problemas de solvencia. Donde antes no se atendía a riesgos, ahora se avanzaba con pies de plomo y, entre otras consecuencias, provocó una formidable subida de las hipotecas.

El día 1 de octubre, Bush recibió el visto bueno para llevar a cabo su plan anticrisis, que consistía, entre otras cosas, en una intervención única en su historia. Invirtió 700.000 millones de dólares en comprar activos hipotecarios a la banca. Este rescate financiero pretendía frenar la quiebra de las entidades bancarias por la incapacidad de pago de los beneficiarios de las hipotecas subprime, y fue todo un hito en el país, firme defensor de la libre regularización del mercado. No solo la intervención era inaudita, también la cantidad de dinero que se destinó a ello: el diario The New York Times comparó este presupuesto con el coste de la guerra de Irak; Bush defendió la medida: "Es una solución grande para un gran problema". España imitó la táctica estadounidense, aunque en menor proporción. Ese mismo mes de octubre, se creó un fondo de 30.000 millones de euros para comprar activos hipotecarios a los bancos.

Como consecuencia de todo ello, el 10 de octubre se produce la mayor caída histórica del Ibex 35. Dos días después, la Unión Europea anuncia un paquete de medidas para permitir la intervención estatal en los capitales bancarios y agilizar los préstamos entre entidades bancarias. Como consecuencia, al día siguiente el Ibex vuelve a fluctuar; esta vez, se ocasiona una subida histórica. Pero no frenó la crisis que estaba por llegar.

La situación de Lehman Brothers no tardó en repercutir a sus antecesoras en la lista de entidades financieras más importantes de Estados Unidos. La tercera, Merrill Lynch, se vendió al Banco de America por un precio irrisorio, mientras que las dos primeras, Goldman Sachs y Morgan Stanley, tuvieron que convertirse en bancos comerciales para hacer frente al embiste de la crisis. Las piezas del dominó se empujaban unas a otras en lo que parecía un derrumbe incesante e infinito que ponía en tela de juicio la fiabilidad del sistema económico global. "Es el fin de la ideología de que los mercados libres y desregulados funcionan siempre", decía en 2008 el Nobel de Economía Joseph Stiglitz.

¿Cómo se informó de ello?

Uno de los retos a los que se enfrentó el periodismo fue el desconocimiento generalizado de la población sobre tecnicismos propios de la economía. En la actualidad, está más extendido el uso de palabras como prima de riesgo, pero en 2008 había que preparar a los lectores para saber qué estaba ocurriendo exactamente, qué significaba que la burbuja inmobiliaria hubiera estallado y por qué los bancos ya no concedían préstamos.

Los medios de comunicación se lanzaron entonces a la tarea de la divulgación económica. Para ello, se adoptó una medida común basada en el acercamiento de los conocimientos técnicos a las vivencias cotidianas de los lectores. Así lo explica un estudio de 2014 de la Universidad del País Vasco que señala la necesidad de una "reelaboración y selección léxica que haga factible el uso de un vocabulario que permita anclajes cognitivos más amplios", es decir, una suerte de traducción que aproximara las nociones económicas al lenguaje popular. Como es obvio, no todos los términos —muchos de ellos neologismos y anglicismos— se adaptaron, también se explicaron y repitieron en la prensa hasta que se convirtieron en términos habituales: lobby, trust y low cost son algunos ejemplos.

Pero los medios tampoco se libraron de las consecuencias nefastas de la crisis económica, por lo que toda esta labor de divulgación se llevó a cabo, en muchos casos, en condiciones precarias de empleo. El 78% de los periodistas encuestados en una investigación de 2013 sobre este tema afirman que los cambios laborales introducidos entre 2008 y 2012 afectaron "a la calidad de la información y al bienestar laboral de una forma determinante".

¿Qué consecuencias tuvo?

El estallido de la burbuja inmobiliaria, los bancos al borde de la quiebra, la falta de liquidez de las empresas y la incapacidad de los usuarios de hacer frente a las deudas derivó en una crisis económica generalizada que afectó enormemente a España. Entre los datos más devastadores se encuentra la tasa del paro.

El número de desempleados comenzó a aumentar en el verano de 2008 y alcanzó un máximo histórico en 2013, con más de cinco millones de parados. Los números comenzaron a bajar desde entonces y solo se han vuelto a acercar con la actual crisis del coronavirus que ha obligado a muchas empresas a despedir o ir a los ERTE —según los datos de agosto, hay 3,7 millones de parados en España—. No obstante, la situación laboral no ha vuelto aún a estatus anterior a la hecatombe económica.

Si separamos estos datos en diferentes estratos demográficos, se observa un impacto mucho mayor en la población inmigrante, en las mujeres y en los jóvenes. Los menores de 30 años llegaron a sufrir una tasa del 53.2% de desempleo, mucho mayor a los datos que aportaba de media el resto de países europeos, más cercanos al 15% de destrucción de empleo juvenil. Sin poder acceder al mercado laboral, muchos jóvenes optaron por seguir estudiando, lo que elevó las solicitudes de acceso a la universidad al tiempo que los presupuestos designados a la educación bajaban. Se atrasaba su entrada al mercado laboral y se precarizaban los empleos disponibles; la bajada de salarios hizo que ser mileurista dejara de ser causa de mofa para convertirse en una aspiración.

En cuanto a los mayores de 50, si bien conservaron sus puestos de trabajo en mayor medida, fueron más vulnerables a permanecer en el paro por largos periodos de tiempo. Los empleadores eran recelosos a la hora de contratar a personas de esa edad o sobrecualificadas, como indican los estudios al respecto, por lo que muchos trabajadores con largas carreras profesionales se vieron abocados a jubilaciones tempranas o largas esperas hasta que se les agotaran las prestaciones por desempleo.

Uno de los sectores laborales más afectados fue el de la construcción, en el que se destruyó casi un 50% el empleo. El turismo y los pequeños comercios corrieron la misma suerte. Todo ello llevó a un desequilibrio de la economía nacional, fuertemente dependiente del sector servicios y de la construcción. Una vez más, se ponía de manifiesto la necesidad de una remodelación generalizada en este aspecto, como se demanda ahora con la crisis derivada del covid-19.

Las palabras "recortes" y "austeridad" fueron las protagonistas absolutas de la crisis económica. Las restricciones presupuestarias en sanidad que propiciaron el crecimiento de la salud privada —y que tanto han tenido que ver en el colapso sanitario de los meses pasados—, así como la precarización del trabajo de los docentes en las escuelas públicas —que se manifestaron durante años en una Marea Verde y que siguen exigiendo cambios en la actualidad— son dos de los factores que más se han acusado en los últimos diez años como consecuencia de la crisis iniciada en 2008.

Por otro lado, España tuvo que recurrir en 2012 al rescate bancario europeo para poder abordar la parte más aguda de la crisis. Un rescate que ha costado al país más de 42.000 millones de euros, según los cálculos del pasado mes de noviembre, y del que solo se han recuperado unos 10.000 millones. Además, en pleno mes de agosto de 2011 se aprobó una reforma constitucional en la que se introdujo el término “estabilidad presupuestaria” con la que se priorizaba el pago de la deuda sobre cualquier otro gasto en la elaboración de los presupuestos generales del Estado.

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¿Qué aprendimos?

El índice del Ibex 35 no había sufrido una caída semejante a la de octubre de 2008 hasta la salida de Reino Unido de la Unión Europea, en el conocido Brexit. La incertidumbre sobre las consecuencias de este hecho histórico volvieron a pintar un panorama que apuntaba a la recesión económica. Anteriormente, el Fondo Monetario Internacional ya advertía de las posibles repercusiones del aumento de la deuda global, que estimaba en torno a los 157 billones de euros.

La crisis del coronavirus ha agravado la situación financiera en todos los aspectos y los meses de paralización económica derivados de la cuarentena sanitaria no han ayudado a que mejore la situación. 12 años después de la recesión que puso en jaque a la economía mundial, el futuro no se vislumbra mucho más halagüeño.

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