¡A la escucha!

Las gafas empañadas o cuando el vaho no te deja ver

Helena Resano

No sé si a ustedes les pasa, pero llevar mascarilla y gafas es una tortura. Creo que de lo más incómodo que nos ha traído esta nueva normalidad. Se empañan todo el rato, no ves nada y acabas ahogándote porque intentas casi ni respirar para poder mantener una mínima visión nítida de lo que tienes delante. Nuestro compañero Jaime Rull ha tenido momentos míticos sobre esta escena, en pleno directo, mientras hace sus conexiones desde la calle. Y como siempre, le aplaudo por la profesionalidad con la que ha sacado adelante semejante momentazo.

Yo sólo uso gafas para ver de cerca, la edad es lo que tiene. Sin ellas, me es imposible mantener la reunión de escaleta de primera hora. No veo lo que escribo, no veo lo que leo y casi no veo a mis compañeros. Así que las gafas me dieron nitidez a ese primer contacto con la actualidad del día… hasta que llegaron las mascarillas. Es una tortura poder escribir mientras respiras y el cristal se va empañando. Te bajas las gafas, te aprietas la mascarilla para evitar que cualquier posible resquicio de aire salga, pero nada funciona. No hace muchos días, a través de una compañera de trabajo, localicé unas gamuzas que me salvaron la vida: deben de llevar algún producto químico, no tengo ni idea, lo que sí sé es que han obrado el milagro. Las gafas han dejado de empañarse. Y las mañanas han empezado a ser un poquito menos complicadas.

A muchos de los que esta semana han bramado, gritado, polemizado sobre cómo debe ser este país, cómo debemos relacionarnos, a quién debemos dejar entrar, a quién no, cómo debemos incluso vestir, les enviaría unas cuantas gamuzas de éstas, para que se aclaren la visión y puedan ver un poco más nítido el mundo en el que viven.

Pero me temo que no es cuestión de lo que ven, sino de lo que quieren ver, y escuchar. No hay evidencia que desmonte un pensamiento irracional o fanático. No sirve ni siquiera que tus referentes, o supuestos referentes, te contradigan. En pleno debate en el Congreso se colaba la noticia de lo que había dicho el Papa sobre dar cobertura legal a las parejas homosexuales. Son unas declaraciones recogidas en un documental. No es una encíclica, ni una comunicación “oficial”, es una opinión de un hombre que, además de dirigir la fe de millones de personas, ve lo que ocurre. Pero, ya sabe, las gafas empañadas: lo que no cuadra con su pensamiento, no existe.

Y mira que es valiente el paso que ha dado Bergoglio. Por mucho que a algunos les parezca que de revolucionario nada. ¡¿Pero han escuchado lo que ha dicho?! El jefe de la Iglesia católica les ha dicho a todas esas personas católicas y homosexuales y que se sentían huérfanas que su forma de amar, de querer, debe tener una cobertura legal. Que su forma de amar no es una condena, que deben tener hueco en la familia. Cuántas y cuántas personas se han visto aisladas tras salir del armario. Cuántas y cuántas se vieron señaladas desde los púlpitos. Cuántas y cuántas han sido condenadas a muerte, incluso. A cuántas las han enviado a terapias horribles, humillantes, para curar lo que llamaban una “desviación” o una “enfermedad”. Y cuántas personas no han podido soportar tanto dolor y han acabado quitándose la vida… El Papa no reconoce la unión de dos hombres o dos mujeres como un matrimonio, no lo puede hacer, es evidente. Pero da su bendición, su ben-di-ción, a esas uniones. Deja de tratarlos como enfermos, los mira a los ojos y les dice que lo que hacen no es una desviación. Quien no quiera ver que esto sí es revolucionario, que sí es un paso gigantesco dentro de la Iglesia católica, necesita varias gamuzas de las mías.

Pero estamos en los tiempos de no querer escuchar, de no querer ver. Que se empañe el discurso político hasta emborronar el cristal, que se llene de vaho para impedir avanzar. Usemos todas las gamuzas necesarias para evitar que eso siga ocurriendo.

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