Aquí me cierro otra puerta

El derecho a petar

Quique Peinado nueva.

La semana pasada no escribí esta columna que, con más inconsciencia que criterio, me deja publicar infoLibre cada siete días. Llamé a Daniel Basteiro, un director buenísimo y una persona verdadermente empática, y le dije que no podía. Acababa de tener un episodio de ansiedad muy fuerte, más que la "ansiedad media normal" en la que me muevo de un tiempo a esta parte, y de repente la sola idea de juntar 500 palabras con sentido me parecía una utopía. Contacté con algunos de mis otros trabajos (dos, en concreto) y les anuncié que, por una acumulación de sucesos más o menos traumáticos, había decidido parar para hacerme cargo de mí y de quienes tengo cerca. Quitando el hecho de que si yo no trabajo, no cobro, por lo demás fue coser y cantar. "Oye, me cojo dos días para mí", y no hubo problemas. En realidad eran dos días, entre otras cosas, para cuidar de mí y de mis hijos, porque su madre tuvo que hacerse cargo de ellos dos noches porque yo era literalmente incapaz. 

Dos días de descanso no solucionan gran cosa (algunos de mis problemas no se van a pasar o van a tardar mucho en cicatrizar), pero me permitieron poder ejercer de padre e hijo cuando debía y propulsarme un poquito hacia la superficie. "Un privilegio", estaréis pensando. "Hay mucha gente que no se lo puede permitir", añadiréis con razón. Efectivamente, soy consciente de que tengo muchas ventajas en la vida. Pero también es verdad que levantar la mano, decir que no puedes, suele ser visto con mucho respeto y cariño por los demás. Posiblemente ahora más que nunca, porque todos y todas estamos al límite, pero seguro que casi siempre es así.

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No creo que todos los jefes te digan "cógete dos días" con contarles que no puedes (y tendrán razón a veces, también habría quien se aprovecharía), pero sí que veo muchísima empatía y comprensión cuando dices que petas. La mayoría de la gente entiende que tienes ese derecho. Y eso es un avance tremendo.

Lo mejor de este parón que tuve que hacer (vendrán más, me temo, porque ya digo que ni con terapia podré arreglar algunas cosas durante un tiempo) es la cantidad de gente que se preocupó por mí. No hablo de personas desconocidas que me dejaran un mensaje por redes, sino de algunas que sí conozco, que no están cerca del todo pero están ahí, que me han preguntado y me han ofrecido cariño, atención y ayuda de manera desinteresada. A veces creemos estar más solos de lo que nos pensamos. También te hace ver que has hecho cosas bien y que la gente te quiere. Y, sobre todo, que a veces nos obsesionamos con concentrarnos en unos pocos cuando las redes en las que sostenerte pueden ser mucho más amplias de lo que imaginamos.

No me gusta escribir sobre mí. Creo que no aporta nada. Tampoco me apasiona contar mi vida y, creedme, no es plato de buen gusto estar en la mierda y que tanta gente se entere. Pero creo que debo hacerlo. Esta columna la lee bastante gente y puede servir para consolar a alguien que lo esá pasando mal, para empujar a otro a levantar la mano y pedir ayuda o para que tú intentes estar más atento a ese amigo o amiga que ves que ya va en la reserva a estas alturas de pandemia. Creo que petar es un derecho. Que ejercerlo es un privilegio. Y que ayudar a sacar a personas que tenemos más o menos cerca de ese hoyo es responsabilidad de todos. Y no cuesta tanto.

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