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Ni uno solo con Pablo

Cuando escribo estas líneas (y empiezo así porque puede que cuando se publique hayan pasado 165 cosas que pongan en duda todo esto) no había ni una sola persona en el Partido Popular aparte de García Egea que hubiera declarado públicamente que seguía en el bando de Pablo Casado y que se iba a ir detrás de él en el proceso de dimisión obligatoria por vía de lapidación masiva que estaba sufriendo el político palentino. Si sale alguna de aquí a entonces, inclúyasele en otro saco diferente a lo que aquí se va a exponer.

El Partido Popular tiene casi 800.000 afiliados. Una cifra brutal que hace de este partido una de las comunidades de gente que decide pagar una cuota para estar unida bajo una misma idea más grandes que uno pueda imaginar. Evidentemente, de manera muy lógica, entre ellos tiene que haber muchos, o al menos bastantes, que piensen que lo que le están haciendo a Pablo Casado es una canallada o, incluso, que crean que él es el más preparado para presidir el gobierno en un futuro. Esa masa de gente, que tiene que existir por pura matemática, tendría que verse representada de alguna manera por una, dos, tres personas de la cúpula del partido a día de hoy. Es inviable que no ocurra. Sin embargo, nadie, ni uno solo, ha salido públicamente a querer ser el copiloto del coche de Thelma y Louise de Casado y despeñarse con él.

No puedo ni imaginar lo que tiene que estar sintiendo Casado al ver cómo muchos de sus afectos lo abandonan de manera unánime, sin fisuras, como una traición perfecta y coordinada por una mano superior

Pablo Casado le ha dedicado su existencia al PP. No tiene vida laboral fuera de él y apuesto a que tampoco demasiadas amistades, amores o afectos. No solo ahora: en toda su vida. Es más que posible que Casado no pueda pensar en muchas personas o momentos que ha vivido que no pueda ligar con esas siglas. Todo le recordará, de una forma u otra, al partido. A su partido. Es muy probable, por tanto, que con muchas personas que pertenecen a él —demasiadas, pensará ahora— haya pasado juergas, haya llorado, se haya enamorado o haya tenido sexo. Ahora, con 41 años, se encuentra no solo con que tiene que pasar una página importantísima de su vida, es que es probable que su libro no tenga muchas más páginas. Tiene que tirar el libro y comprarse uno nuevo. Y le han quemado las librerías.

No puedo ni imaginar lo que tiene que estar sintiendo al ver cómo muchos de sus afectos lo abandonan de manera unánime, sin fisuras, como una traición perfecta y coordinada por una mano superior llamada ambición que no sabe de amor. Empatizo con él poniéndome en su lugar, pero creo que no puedo: nunca en mi vida puse tantos huevos en una cesta como Casado, y por lo tanto no puedo imaginar la dimensión de sus sentimientos. Y estoy convencido de que, aunque Pablo sabe qué juego es la política, no podía esperar esta bola de nieve de desafecto.

De repente, es una persona tóxica a la que nadie quiere ligarse. Ahora es la rama a cortar, la foto a evitar, el virus al que aniquilar. No solo es que crea que Pablo Casado no se merece la dimensión de lo que le está sucediendo, es que no se me ocurren muchas personas o situaciones en las que alguien se lo haya ganado.

Lógicamente, él ha tenido que hacer muchas cosas horriblemente para haber terminado así, no soy ingenuo. Y ha demostrado tener muy pocos escrúpulos con sus rivales políticos, con ideologías que no son la suya o con personas que sufrieron pero no eran de su bando. Demostró mucha mezquindad cuando sus objetivos políticos —pensaba él— lo requerían. Me hirió con sus palabras, porque ha llamado cosas muy graves a las personas que piensan como yo y, por lo tanto, a mí. Sin embargo, imagino todo lo que debe estar pasando y no puedo (ni quiero) evitar la empatía.

La lección, la terrible lección, es que ni uno solo decidió saltar con él. Entre cientos de miles. Así es el ser humano. Al menos, el ser humano en entornos como los partidos políticos. No conviene pensar que estamos tan lejos de que eso nos ocurra. Sí conviene, sin duda, no dedicarle toda tu vida a una organización cuya máxima es la ambición. Porque puedes verte solo. Y eso casi nadie se lo merece.

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