Para estas fechas tenía que haber habido un gran apagón, pero Abel Caballero pudo petar Vigo de luces; tenía que haber habido una nueva Filomena, pero hoy me he tomado un vermú en una terraza; y tenía que haber habido desabastecimiento de productos en Navidades, pero mis hijos tuvieron sus Legos en tiempo y forma. Cada día convivimos con predicciones erróneas, bulos malintencionados y errores de bulto que nos condicionan la vida, pero como su origen es difuso, como no sabemos de dónde vienen, no atinamos contra quién canalizar la ira de que nos estén pretendiendo engañar una y otra vez. Lo triste es que, de saberlo, me parece que iríamos contra el escalafón más bajo que tuviera que ver. La rabia iría para los de los lados o para los de abajo.

No sé si han oído estos días que media España pensaba que iban a ganar un concurso una mujer o un grupo de mujeres, dos opciones claras con las que todo el mundo parecía estar de acuerdo, pero al final terminó venciendo una tercera. Esto, que en principio debería dar para un disgustillo y ya, provocó la ira de muchísima gente, un enfado colectivo con tantas aristas y perspectivas que sería difícil de explicar, pero que podríamos sintetizar en que mucha gente se sintió engañada porque le dijeron que podría decidir qué cantante ganaría, le cobraron euro y medio por el mensaje (la tele pública) y al final resultó que había un jurado que tenía decidido de antemano que ganaría una candidata que estaba lejos de ser la favorita de los muchos espectadores que estaban echando el sábado por la noche delante de la tele.

He visto a gente que me dice que no entiende por qué la gente se pone así por el fútbol enfadarse muchísimo estos días por esta situación, de manera que ahora igual entienden mejor a los futboleros. Sirva entonces para amalgamar un poquito a España, que mal no nos viene, pero, en cualquier caso, hemos visto rabia y odio a raudales. Mayormente contra Chanel, una persona de la que hace un par de semanas nada sabía la mayoría, y que salió e hizo su trabajo lo mejor que supo. Una muchacha, migrante en Cataluña cuando era una niña, que seguro que no ha tenido una vida fácil y que lleva años currando para intentar tener el éxito que le ha llegado ahora de repente. Con ella se ha sido racista, clasista, machista y demás injusticias. No perderé el tiempo en analizar esto porque está desmenuzadísimo ya. En cualquier caso, se han lanzado los tanques del odio contra una mujer joven que no es más que una trabajadora.

Defiendo la rabia como un motor. Primero, porque me parece imposible no sentirla. Pero si es inevitable sufrirla, habrá que canalizarla para algo lo más positivo posible

Y mira que había sitios a los que apuntar: las grandes empresas que estaban detrás para que ella ganara, parte del jurado profesional con cierto interés no solo artístico en el asunto y nada menos que RTVE, que ideó un sistema para que se ejecutase una decisión que estaba lejos de querer representar lo que opinaban los españoles que pagan con sus impuestos esa corporación. Se podía haber canalizado toda esa rabia para cuestionar la precaria lógica representativa de lo ocurrido o la omnipresencia del capital, siempre dispuesto a vampirizar todo aquello que huela a beneficio, en este suceso. Mucha gente lo hizo, sí. Pero otra tanta decidió meterse con Chanel hasta el punto de amargarle el triunfo laboral de su vida, como ella misma reconoció.

Defiendo la rabia como un motor. Primero, porque me parece imposible no sentirla. Pero si es inevitable sufrirla, habrá que canalizarla para algo lo más positivo posible. Desde luego, no la defiendo para que se la escupamos a los que tenemos al lado o a los que están por debajo, que necesitan de todo menos rabia. A veces es inevitable, sí, entre otras cosas porque es posible que no haya culpables por encima causantes de nuestra ira. Pero es raro. Suele haber alguna estructura sobre la que se sustenta la injusticia, que es básicamente el principal alimento de nuestro enfado. 

Me gustaría que La rabia p'arriba fuera un lema. Que lo tuviéramos en mente. Que, simplemente, cuando viéramos que lo injusto nos calienta las venas, le demos una vuelta antes de volcar el enfado contra el eslabón débil. Primero, porque es injusto. Y segundo, porque es ineficaz. Nada se cambia si no se derriba la estructura que lo sustenta. Y ese armazón está por encima. Muchas iras juntas, bien canalizadas, también cambian las cosas. Bueno, quizá solo así se cambian las cosas. La rabia p'arriba, amigos y amigas.

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