No sabemos quién ni cómo ha espiado al presidente del Gobierno, a varios ministros y a algunos líderes de fuerzas democráticas con representación parlamentaria. No sabemos ni quién ni cómo nos ha espiado, por tanto, a los españoles. La única persona que ha dado una explicación a parte de lo ocurrido, la exdirectora del CNI, que contó de qué manera se espió a algunas personas, ha sido la única destituida, y ni siquiera se habla de destitución. Es decir: espiar a las más altas instancias de un país del primer mundo tiene como consecuencia la sustitución de una funcionaria por otra clónica de la máxima confianza de quien, se supone, debía haber asumido responsabilidades. Por resumir: el mayor escándalo de espionaje de la historia reciente de España se ha saldado con un cambio de turno de una funcionaria, como un martes en la Junta Municipal de Vallecas a la hora de comer. 

Sorprende que a algunos políticos les sorprenda el desapego ciudadano con ellos, pero es que hablamos de un país en el que jamás se asumen responsabilidades de manera seria y aceptable, en el que hay unos partidos mayoritarios que sostienen la disfuncionalidad de las instituciones de manera militante. Se diría que la derecha y el PSOE quieren un estado deficiente porque así sobreviven. Como decisión para sus intereses me parece perfecta, como terreno abonado para que la gente se harte de la política y crezca la ultraderecha, es inmejorable.

Ahora viene el retorno del rey. Que otra alta institución del Estado haga verdaderas barbaridades y todo quede, de nuevo, en un cambio de funcionario elegido a dedo (en esta ocasión es su hijo) y unas vacaciones en el extranjero a todo lujo no ayuda. Entiendo bien a quienes defienden la institución monárquica y su papel estabilizador en el Estado, pero no sé exactamente qué estabilidad hay en la impunidad. Y parece que en España, cuando se llega a según qué capas del poder, ya sea ese Estado profundo que ya nadie puede negar que exista o a algo tan anacrónico como una monarquía, la impunidad existe. Cuando, además, ya no se oculta y sale a la luz, lo único que hace es extender la creencia de que aquí hay quien no paga ni pagará jamás. Y si los ciudadanos dejan de creer en el Estado, solo se benefician los que lo quieren destruir. Y ya están lo suficientemente bien posicionados como para facilitarles la silla.

Entiendo bien a quienes defienden la institución monárquica y su papel estabilizador en el Estado, pero no sé exactamente qué estabilidad hay en la impunidad

El retorno del rey Juan Carlos y la campaña de blanqueamiento de su figura que se nos viene encima o el esconder bajo las alfombras los desmanes de las cloacas del Estado podían ser buenos movimientos en el siglo XX, cuando todos decidieron que España se configuraría como un país de castas, ocultismo y chanchulleo. No es que hayamos mejorado mucho, pero parece evidente que desde el 15M gran parte de la ciudadanía, que no necesariamente ha acabado votando lo que salió de ahí, decidió que ya bastaba. Los medios de comunicación, también. Somos un país en el que estas cosas ya pasan factura. No a la derecha, porque este es exactamente el país que quieren, pero sí a la izquierda. 

A estas alturas parece que solo si lo de Yolanda Díaz sale extraordinariamente bien se puede evitar un ciclo largo de gobiernos conservadores. Es posible que ni aun así. La cuestión es lo largo que vaya a ser ese ciclo. Desde luego, si seguimos cultivando la impunidad puede ser eterno.

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