La ley es magnífica

Gran follón en la judicatura. El gobierno más progresista del quinquenio ha pisado el acelerador legislativo y tiene a sus señorías dándole vueltas al pelucón. Hace unos días, la admirable entente socialista quiso cumplir una promesa electoral (te tienes que reír) y se cepilló el delito de sedición para alcanzar la paz social. La ministra portavoz se personó en un locutorio y explicó cómo una reforma aún no aprobada ha conseguido restablecer la convivencia en Cataluña, ¡desde hace años!

Me temo que no soy uno de esos vivarachos abogados de la gran ciudad y no puedo deleitaros, ¡oh, amadísimos lectores!, con la chispeante prosa que mastican los leguleyos. Ignoro los sutilísimos resortes de la mente judicial, pero a la luz de las explicaciones del mismísimo Ejecutivo, uno juraría que la 'jugadita' solo aspira a contentar a los propios. Lo de ser de izquierdas y nacionalista tiene que dar un dolor de espalda insoportable: en una contorsión te quejas de pagarle el comedor a tus primos andaluces y en la siguiente estás haciéndole la sopa a la burguesía local. Viva mi dueño.

Qué divertido: o estamos gobernados por unos inútiles o el poder judicial está hasta las trancas de delincuentes. Vayan comprando palomitas y lexatín

Para rematar la jugada, se oyen rumores de otro ajustillo. ¡Clin, clin, clin! ¡Han cantado «malversación»! Atienda. No es lo mismo robar para comprarte un barco que robar para que se lo compren otros, que ya te devolverán el favor. ¡Sutilísima diferencia! Uno, que no es jurisprudente ni nada parecido, pensaría que, teniendo la misma víctima (las arcas públicas) y el mismo beneficiario (el político de turno), ambas acciones son idénticas, ¡pero no! Hay malversaciones buenas y malas. Griñán, ya saben, lo hizo por nuestro bien.

Junqueras está pletórico y en el obispado local temen quedarse sin octavillas parroquiales. Al paso que vamos, antes de navidad le dan la Orden de Carlos III, el Princesa de Asturias y lo hacen hijo adoptivo de alguna pedanía. Para rematar esta finísima labor legislativa, el ministerio de Igualdad ha publicado en el BOE su ley estrella. «Solo sí es sí». Depende. ¡Cáspita! ¿Qué es eso? ¿Una grieta? ¿Un colador? Tanto tiempo esperando la ley, tanta propaganda, tanto trámite parlamentario para que la montaña dé a luz a un ratón. Qué vergüenza, qué bochorno. Rápidamente, fuentes del ala izquierda Ejecutivo se han apresurado a acusar de prevaricación (delito aún no amnistiado, pero todo se andará) a los jueces desleales. «La ley es magnífica», ha sentenciado la delegada del ramo. Qué divertido: o estamos gobernados por unos inútiles o el poder judicial está hasta las trancas de delincuentes. Vayan comprando palomitas y lexatín.

No me entra en la cabeza cómo, asumiendo que el mundo está lleno de machistas irredentos, promulgas una ley con cabos sueltos que le permitan trajinar sus fechorías. ¡Es de cajón! No se veía cosa igual desde aquel general francés que se ofendió porque el enemigo también disparaba. Con tanto disparate patrio casi se me olvida que esta semana hemos estado a punto de la aniquilación planetaria cortesía de un misil perdido que vaya usted a saber quién disparó. Imagínate que el reventón termonuclear te pilla pensando en estas minucias. Qué desperdicio, chico.

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