Trump, la vivienda y la política útil

Trump vuelve a pasar el cepillo: que si España debe la trimestral de la OTAN, blablablá. Los próceres patrios discuten (como buenos provincianos del imperio) si el presidente nos tiene enfilados o si el corresponsal de la oposición se la pone botando. Para aumentar el sonrojo, los ministros entran en la refriega. Puente, que no pasa un día sin que se le pare el tren, centra sus esfuerzos en las lecciones de periodismo.

No es que el servilismo se haya inventado ahora: ninguno de nuestros gobernantes ha declinado un convite en la Casa Blanca, como ninguno de sus partidarios ha perdido la ocasión de felicitarse por lo bien que el amo del mundo le ha rascado el lomo a su empleador. Lo novedoso, creo, es tener a todo el país preocupadísimo por los rapapolvos que nos suelta un jefe de Estado extranjero al que no adorna ni media virtud.

En fin, como la geopolítica es muy importante, el presidente Sánchez se ha plantado en Bruselas, a ver si allí, entre mejillón y patata, le dan solución para el asuntillo de la vivienda. ¡Comienza la ofensiva contra el rentismo! Atiende: en semana y media nos ha caído un anuncio patético, el advenimiento de un teléfono informativo y un viajecito a Bélgica. Si la vehemencia le llega hace siete años, ahora tendríamos todos tres chalés pareados. La cosa sería divertidísima si no fuese trágica. Hará un par de días, un octogenario prefirió volarse los sesos antes que quedarse en la calle. La maniobra pilló a la comitiva judicial in situ: el pobre viejo esperó hasta el último segundo. Leo que había dejado a deber dos mil y pico euros y que el banco le subastó la casa. Seguro que la entidad no es de esas que rescatamos, porque sería una desfachatez. Si nada lo impide, la semana que viene «lanzarán» (asqueroso eufemismo) a Maricarmen de su casa en el barrio de Retiro. La mujer tiene casi noventa y lleva setenta en el domicilio. Ahora, un amabilísimo fondo buitre («la vivienda es un derecho, pero también un bien de mercado», dijo aquel ministro favorito) ha comprado su edificio y ha encarecido groseramente los alquileres.

No sé cuántas manifestaciones por el derecho a la vivienda llevamos los últimos años, pero juraría que son más que las convocadas contra el horario de verano

Pero todos tranquilos, que el Gobierno se ha puesto las pilas: algún edecán reparó en que «hace cuarenta y siete años del artículo cuarenta y siete de la Constitución» (y del veintidós, ¡y del dieciséis!) y habrá corrido por los despachos vociferando que era una señal del cielo. Si no llega a ser por la efeméride, acabamos todos bajo un puente.

«¿Qué es la política útil?», se preguntaba Pedro la otra mañana en un videíto vertical. «La que escucha a los ciudadanos, también a la ciencia, y los lleva a su legislación». No hablaba de los derechos fundamentales, sino de la conveniencia de cambiar la hora un par de veces al año. No sé cuántas manifestaciones por el derecho a la vivienda llevamos los últimos años, pero juraría que son más que las convocadas contra el horario de verano. Me pregunto qué dirá la ciencia (marca registrada) sobre los beneficios que para los biorritmos –y la salud en general– tiene no vivir con el miedo constante a que a uno lo dejen sin hogar. Ojalá alguien mande un paper a la Moncloa. 

Trump vuelve a pasar el cepillo: que si España debe la trimestral de la OTAN, blablablá. Los próceres patrios discuten (como buenos provincianos del imperio) si el presidente nos tiene enfilados o si el corresponsal de la oposición se la pone botando. Para aumentar el sonrojo, los ministros entran en la refriega. Puente, que no pasa un día sin que se le pare el tren, centra sus esfuerzos en las lecciones de periodismo.

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