Elogio (hasta cierto punto) del ‘malmenorismo’

Sé que me estoy metiendo en un jardín (en un charco, más bien), pero creo que hay que pisarlo antes de que sea tarde, aunque te caiga uno de esos chaparrones característicos de la disputa en la izquierda entre ‘puristas’ y ‘traidores’, entre quienes creen representar la “verdadera” izquierda y los presuntos vendidos al sistema capitalista en alguno de sus variados formatos. Hace ya tiempo que el pulso a la izquierda del PSOE responde al marco que de forma inteligente ha instalado Podemos desde su rama política (Irene Montero / Ione Belarra) y desde su rama mediática (Pablo Iglesias / Canal Red y derivados), acusando de “malmenorismo” a Sumar, a Yolanda Díaz, a Urtasun, Bustinduy, Maíllo y compañía… Y, por supuesto, a todos los medios cuyas líneas editoriales encajan en el siempre diverso abanico teóricamente “progresista”. (O simplemente, competidores). Vamos al lío.

En primer lugar, el palabro no existe. “Malmenorismo” no está en el diccionario, lo cual no quiere decir que no merezca estar, porque todo el mundo lo entiende. Al fin y al cabo, la elección del mal menor marca la evolución vital, profesional, económica y –me atrevería a decir– hasta sentimental e ideológica de cualquier ser humano capaz de razonar y sentir (verbos de aplicación exclusiva a los humanos que cada día ofrecen menos méritos para presumir de tales cualidades). 

Desde luego el mal menor condiciona la evolución y la acción política. Quien lo niegue, miente. Y esto debería rebajar el pistón del discurso de quienes, habiendo pasado por el primer Gobierno de coalición de izquierdas desde la Segunda República –contribuyendo o impulsando reformas que mejoran la vida de la gente más castigada por un capitalismo voraz, insaciable y global–, consideran ahora que la evidente debilidad del actual Gobierno de coalición, y en especial del flanco izquierdo representado por Sumar, supone una oportunidad para ocupar al máximo ese espacio. Aun a costa de facilitar el advenimiento (disculpen la religiosidad de este otro palabro) de una tropa ultraconservadora que reúne todos los riesgos del manual de instrucciones del trumpismo sumados al componente castizo, casposo y vengativo de los poderosos sectores que conciben España como un cortijo propio, patrimonio exclusivo de unas elites que vienen heredando patrimonios, empresas, endogamias e influencias desde hace más de un siglo. 

No exagero. Hay apellidos en este país que ya dominaban el sistema caciquil de la Restauración, que navegaron en calma durante la dictadura de Primo de Rivera, que resistieron el vendaval de la Segunda República, que arroparon con un cariño muy fructífero la dictadura franquista y que atravesaron sin una arruga la “sacrosanta” Transición para engordar sus arcas en democracia hasta llegar al actual casino global dominado por los fondos de inversión internacionales (ver aquí). 

Y sí, es comprensible y más que tentador decidir que lo que conviene es un patadón al tablero. Si una coalición progresista no es capaz de poner soluciones eficaces a las principales palancas de la desigualdad –la especulación en la vivienda o la distorsión xenófoba y vergonzosamente electoralista en la gestión de la inmigración, por ejemplo–, apaga y vámonos. Las cosas no están para asumir sin mover una ceja la derrota total de la democracia igualitaria, liberal (de verdad), defensora de los derechos humanos universales y dispuesta a defender con hechos y resultados que es el sistema mejor (o menos malo) de convivencia y progreso que conocemos.

Afronta ese espacio progresista una travesía cuya fecha de caducidad desconocemos pero que resulta acuciante. Todas las encuestas indican una cierta resistencia del apoyo al PSOE a pesar del desgaste político acumulado al frente del Gobierno, una caída en picado del voto a Sumar y una fidelidad a Podemos que le garantiza futuro político, aunque sin gasolina suficiente para ocupar el erial de un mapa en la izquierda abrasado por la decepción, impotencia, indignación… que suelen formar el cóctel que lleva históricamente a esa melancolía que conduce a la izquierda –en el mejor de los casos– a una oposición responsable y colaborativa con las más hipócritas y cínicas variantes de las derechas.

Se equivoca –en mi humilde opinión– quien pretenda pescar en río revuelto con la prioridad de captar voto suficiente para disponer de unos cuantos (no tantos) escaños en el Congreso, aunque estos no sirvan para frenar el tsunami reaccionario que va a laminar todos los restos de los derechos conquistados por gobiernos progresistas/malmenoristas desde 2004 hasta hoy. ¿Quiere esto decir que Podemos debe adoptar la genuflexión ante medidas y decisiones más gesticulares que pragmáticas, por ejemplo, respecto al genocidio en Gaza? Obviamente, no. 

Es, siempre lo ha sido, muy útil que opciones a la izquierda del PSOE tiren de él para llevarlo a medidas drásticas (pero necesarias) a las que se resisten los sectores más “liberales” de la socialdemocracia española. Lo digo con un ejemplo más directo y descarnado: el Gobierno de Pedro Sánchez ha sido, sin lugar a dudas, el más avanzado y valiente en la condena del genocidio que está cometiendo el Gobierno de Netanyahu en Israel. ¿Es suficiente esa implicación, con el desgaste consecuente en el tablero de las relaciones internacionales tan contaminadas por el discurso y los intereses sionistas? No es suficiente, claro que no. 

Después del pronosticado asalto a la Flotilla, que Netanyahu ha aprovechado para lucir acciones “pacíficas” en la represión de quienes se solidarizan con la causa palestina, han de venir nuevas medidas prácticas y contundentes para que Israel siga captando el mensaje de que no saldrá de rositas tras sus crímenes contra la humanidad. Creo que no es exagerado reclamar que el Gobierno español –una vez más como avanzadilla insultada de la dignidad internacional– debe romper relaciones diplomáticas con el Ejecutivo de Netanyahu mientras este no renuncie a la continuación del genocidio y no reconozca la existencia de un Estado palestino que se empeña en exterminar.

Creo que no es exagerado reclamar que el Gobierno español debe romper relaciones diplomáticas con el Ejecutivo de Netanyahu mientras este no renuncie a la continuación del genocidio y no reconozca la existencia de un Estado palestino

¿Y qué más? Pues mucho más, incluso en los términos de ese marco “malmenorista”. Lo he discutido en alguna ocasión con Pablo Iglesias. No se trata de caer en la trampa dialéctica de ese simplón “¡que viene el lobo!”. El lobo está entre nosotros. Y, según los cálculos demoscópicos y analíticos de nuestro añorado Jaime Miquel, el lobo ocupa ya cerca del 20% del espacio electoral. El reto que afronta cualquier dirigente o influencer (palabro que anda en estado de observación en el diccionario de la RAE) es el de decidir de forma honesta y transparente cuáles son sus prioridades. ¿Intentar de verdad concretar unos Presupuestos Generales que demuestren una mirada progresista compartida incluso por fuerzas nacionalistas que en su día prefirieron enviar a galeras a un PP agujereado de arriba abajo por la corrupción, o bien situar como prioridades objetivos clamorosamente imposibles de conseguir? 

Las cartas a repartir parecen claras, y lo están si confiamos en la interpretación fiable de los números del CIS recogida por Rafael Ruiz, de Logoslab –heredero de la escuela Miquel– (ver aquí). Lo digo de otra forma, con nombres y apellidos aunque me cueste insultos: patina Pablo Iglesias si continúa situando como prioridad discursiva su indisimulada campaña publicitaria del negocio de comunicación que impulsa contaminando (con mayor o menor acritud) a los pocos medios que aún quedan con una línea editorial progresista no dependiente de la cueva de fondos de reptiles con la que las derechas alimentan a los monstruos de la desinformación (ver aquí la investigación de infoLibre). Y se equivoca Pedro Sánchez si cree que cada (valioso) gesto que hace contra el genocidio que practica Netanyahu en Palestina es suficiente ante la evidencia de que los intereses sionistas (no isralíes) están imponiendo el blindaje político-jurídico de un autoproclamado y persistente exterminador (ver aquí).

Así que sí, me confieso humildemente “malmenorista”. Con líneas rojas, por supuesto. Pero sin cinismos ni hipocresías. Prácticamente todo en la vida de cada cual supone una elección malmenorista. Y conviene no criminalizarla de manera simplista y hasta ofensiva con la aseveración (sin pruebas) de que obedece a una humillación ante el sistema. Un mínimo respeto, por favor, aunque solo sea por lo que cada cual lleva sudado y desgastado. Defiendo (y seguiré haciéndolo por más que la tropa de insultadores profesionales se active) la necesidad imperiosa de un reseteo en el espacio a la izquierda del PSOE que permita y facilite (con o sin UNIDAD, palabra admitida por la RAE pero muy sobrevalorada) un proyecto y un liderazgo que superen la actual parálisis colectiva. 

Una rosa es una rosa es una rosa… Un genocidio es un genocidio es un genocidio… No nos desviemos ni caigamos en trampas que figuran sin complejos en el manual de instrucciones del trumpismo. No pretendo imponer razones, argumentos ni –mucho menos– conclusiones. Por eso lo que propongo es abrir en infoLibre una ventana de conversación pública en el espacio progresista que sirva para hilvanar juntos propuestas que sirvan para hacer factible un proyecto ilusionante, remotivador, capaz de movilizar a más de tres millones de votantes que a día de hoy no saben si votar con la nariz tapada (lo que viene identificándose con el “malmenorismo”) o echarse a dormir y esperar a que escampe el vendaval reaccionario. Permítanme el atrevimiento: seamos malmenoristas y pidamos lo imposible. En su día funcionó.

P.D. La semana pasada escribí una carta abierta (e indignada, lo confieso) al juez Peinado, instructor de la (alucinógena) causa contra Begoña Gómez, pareja del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. En la parte final aludía a un audio elaborado por el talento de Max Pradera en colaboración con la preocupante eficacia de la IA para el espacio de humor dentro de A Vivir, del fin de semana en la cadena SER. Obtenida la luz verde de quien tenía el derecho a concederla, procedo a enlazar ese audio para disfrute (creo) de cualquier lector-escuchante tan ‘malmenorista’ como exigente: escuchar aquí.

Sé que me estoy metiendo en un jardín (en un charco, más bien), pero creo que hay que pisarlo antes de que sea tarde, aunque te caiga uno de esos chaparrones característicos de la disputa en la izquierda entre ‘puristas’ y ‘traidores’, entre quienes creen representar la “verdadera” izquierda y los presuntos vendidos al sistema capitalista en alguno de sus variados formatos. Hace ya tiempo que el pulso a la izquierda del PSOE responde al marco que de forma inteligente ha instalado Podemos desde su rama política (Irene Montero / Ione Belarra) y desde su rama mediática (Pablo Iglesias / Canal Red y derivados), acusando de “malmenorismo” a Sumar, a Yolanda Díaz, a Urtasun, Bustinduy, Maíllo y compañía… Y, por supuesto, a todos los medios cuyas líneas editoriales encajan en el siempre diverso abanico teóricamente “progresista”. (O simplemente, competidores). Vamos al lío.

Más sobre este tema