¿Hacia un alto el fuego en Ucrania? Ruth Ferrero-Turrión

Se ganan las elecciones después de cargar contra todo lo que se mueve y en los primeros días de gobierno hay que demostrar que efectivamente eres el matón del colegio al que los votantes han llevado a la Casa Blanca. Pero los empresarios que te han aupado esperan que comiences ya a moderarte y a gobernar para ellos, que para eso te han abierto las puertas del despacho oval. Ahora eres el presidente de la patronal con más poder del mundo.
Te dedicas a hacer redadas indiscriminadas de inmigrantes ilegales y anuncias tasas delirantes con países que históricamente han sido tus socios, porque te da igual pelear con cualquiera y tienes prisa por que tu público se sienta satisfecho. “Claramente Trump es más fuerte y dispone de herramientas legales para arruinarte la vida. Solo hay que ver cómo ha funcionado con Colombia y cómo ha negociado México, que ha sido más inteligente y está trabajando por detrás, lo mismo que Brasil”, explica un diplomático con nutrida experiencia en Estados Unidos.
Los mismos empresarios norteamericanos, que en su primer mandato evitaban mostrar su apoyo, ahora le jalean abiertamente. “Saben que no tiene principios ni valores morales pero prefieren su política a la de Biden. Al igual que Milei, ha prometido cargarse gran parte de la regulación de una economía que a la clase empresarial le parece superintervencionista. La diversidad, por ejemplo, cuesta dinero en litigios a las compañías. Les van a bajar los impuestos, qué más pueden pedir. En cuanto a las tasas y la deportación de ilegales, confían en que no va a ir a más porque ellos son los primeros interesados en que se modere. Muchas de esas empresas tienen un 80% de trabajadores ilegales en nómina”, comenta el socio de uno de los principales despachos de mercantil de Estados Unidos con sedes en medio mundo, que cuenta con grandes compañías entre sus clientes.
Los inmigrantes ilegales son el tejido que sostiene la economía americana. Ilegales que pagan impuestos pero cobran menos que el resto. Un sueño para los patronos
Los inmigrantes ilegales son el tejido que sostiene la economía americana. Antes tenían el dopaje de la esclavitud y ahora el de la emigración ilegal. Las redadas indiscriminadas están provocando que muchos no vayan a trabajar para evitar ser deportados. Hay obras paradas y cosechas que no se recogen. El sector agrícola se nutre de ellos. Cuando viajas por Estados Unidos, se aprecia con claridad. Existen pueblos de California, principal productor de alcachofas de Estados Unidos y de donde salen dos tercios de las que se consumen en el mundo, en los que los únicos supermercados que hay son mejicanos, grandes superficies que evidencian de dónde provienen sus habitantes. Ilegales que pagan impuestos pero cobran menos que el resto. Un sueño para los patronos.
Se da la paradoja de que muchos ilegales llevan 20 años en esa situación y sus hijos en cambio son ciudadanos estadounidenses. “Los transportes, la hostelería, los supermercados, las manufacturas cárnicas, los cuidados a mayores... Hay tantos sectores que dependen de la mano de obra ilegal que, si no aparecen a trabajar, las empresas lo van a pasar mal”, explica el abogado. Nunca ha habido voluntad política de acabar con un sistema tremendamente beneficioso para la marcha del país.
Los aranceles son otro problema si no se reconduce. Los empresarios americanos esperan que así sea. Una vez pasado el calentón inicial, piensan que las cosas no van a ir a más. Les asusta la guerra comercial. En su primera legislatura, Trump prohibió la entrada a refugiados de siete naciones musulmanas alegando que eran terroristas. Un decreto inconstitucional porque no se podía impedir la llegada en base a la religión. Ahora las grandes compañías esperan que una vez pase el momento de dar a la gente que le ha votado lo que quiere, se centrará en legislar para los empresarios y reducir el gobierno. Por mucho que desde el Ejecutivo trumpista insistan en que los aranceles a los socios comerciales preferentes no implican un aumento de precios, la realidad es que una parte de esas tasas o la totalidad —depende de la fuerza para negociar de cada empresa— recae sobre los importadores americanos, que acabarán repercutiendo en los precios de venta al público, con el impacto que eso pueda tener en la inflación. Nadie está dispuesto a reducir sus márgenes.
Mientras, en la sombra, Peter Thiel, el multimillonario tecnológico que huye de la exposición mediática de Elon Musk y que ha comprado la vicepresidencia para su pupilo JD Vance, mantiene viva la esperanza de que un presidente cerca de los 80 años y adicto a la comida basura y la coca cola no culmine la legislatura. O en caso de que logre terminarla, posicionar al pequeño hillbilly que ascendió a lo más alto como candidato en 2028.
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