Desde la casa roja

El fútbol (también) es así

Si alguien escribió desde la hierba sobre la heroicidad del fútbol, ese fue el argentino Osvaldo Soriano. Solo miren cómo empieza El penal más largo del mundo: “EI penal más fantástico del que yo tenga noticia se tiró en 1958 en un lugar perdido del Valle de Río Negro, en Argentina, un domingo por la tarde en un estadio vacío”. También escribió Albert Camus, futbolero apasionado, esto otro: “Lo que finalmente sé con mayor certeza respecto a la moral y a las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. Bien, pues de esa épica no habla este artículo.

Cuando la semana pasada puse atención a las noticias deportivas, pregunté sorprendida por qué cuatro equipos españoles, Barcelona, Atlético de Madrid, Real Madrid y Valencia fueron a jugar la final de la Supercopa a Yeda, la segunda ciudad más importante de Arabia Saudí. Por dinero, me respondieron. ¿Qué más? Es la misma justificación que me podrían dar si preguntara por qué el Real Madrid lleva desde hace siete años la palabra Emirates en su equipación. 70 millones de euros al año son una buena respuesta. Una muy buena. No lo es tanto que la línea aérea pertenece al Gobierno de Dubai, uno de los siete Estados de Emiratos Árabes Unidos donde, por ejemplo, la poligamia está permitida, pero solo para el varón. O donde la mujer no puede casarse con un hombre extranjero pero ellos sí, donde ellas visten el niqab y el burka y donde la desigualdad y las clases sociales dibujan el más vertiginoso de sus precipicios. Desde los 25.000 euros por noche de la suite que pagó un delantero en la cima de la Jumeirah Island a los estibadores indios que duermen en los muelles del puerto de mercancías hay toda una galaxia.

Luis Rubiales, presidente de la Real Federación Española de Fútbol, explicó que gracias a esta nueva fórmula para la Supercopa, han pasado de ganar dos millones y medio por los derechos televisivos a quince millones. Es el resultado de trasladar el torneo a Arabia Saudí, un país donde, según denuncia Amnistía Internacional, intelectuales, escritores o periodistas son duramente reprimidos. Donde hay decenas de ejecuciones al año, torturas o donde, por ejemplo, las mujeres tienen un guardián legal, un wali, que puede ser su padre, su hermano, su tío o su marido. Sin el permiso de esta figura masculina no pueden casarse, divorciarse, ir al médico, denunciar abusos dentro del hogar o ir a ver uno de esos partidos de fútbol donde solo juegan hombres. Un país donde por reclamar sus derechos son encarceladas. Ni Isabel Díaz-Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, dio ninguna lección de feminismo por llevar la cabeza descubierta, ni las tímidas medidas de Mohammed Bin Salmán, príncipe heredero saudí, se acercan siquiera a ser suficientes. También declaró Rubiales que celebrar el torneo allí puede servir para avanzar en la igualdad para la mujer saudí. Son décadas y décadas de subordinación, pero el presidente de la Federación justifica que gracias a estos cuatro partidos se ayudará a las mujeres de Arabia Saudí a avanzar en la consecución de sus derechos. Para qué preguntarse más, encendamos la pequeña pantalla: evasión.

Pero acerquemos la lupa, hagamos un poco de zoom.zoom

El fútbol lo han jugado siempre hombres (en todo el mundo hay 137.021 hombres jugadores profesionales de fútbol frente a las 1.287 mujeres que juegan a nivel profesional y sus salarios son incomparables). Este deporte lo manejan entrenadores y seleccionadores hombres, los presidentes de los clubes poderosos son hombres poderosos. Aunque algún equipo existía en los años ochenta o noventa, era difícil que siendo una niña pudieras jugar porque apenas había clubes ni torneos. El sonido del transistor gritando “gol” los domingos, el reflejo verde sobre las paredes de nuestros cuartos de estar, los patios escolares invadidos completamente por el partido nos los hemos tragado todos: los hinchas y sus daños colaterales. ¿Por qué?, ¿por qué?, que cantaba Pavone. ¿Es que no les gustaba el fútbol a la mayoría de las mujeres?

¿Por qué iban a identificarse con un deporte movido y promovido por hombres donde aún a día de hoy se hace la vista gorda con el machismo?

Cuántas relaciones paternofiliales masculinas se sustentan tan solo en los recuerdos de dos hombres sentados rodilla con rodilla en el tresillo mirando la tele, inscribiendo al recién nacido en el club (padrazo, ¿no?), comprando la primera equipación cuando el niño se tiene en pie, cruzando la ciudad un domingo agarrados de la mano para asistir juntos al derbi local.

Durante décadas, las familias apuntaban a sus hijos varones a clases de fútbol con el deseo de que a los críos les gustase y, además, fueran buenos. Todos habíamos escuchado las historias de esos sacrificados progenitores que, tarde tras tarde, conducían para llevar a sus niños al entreno y acabaron siendo recompensados. Un ejemplo motivador, aspiracional como se dice ahora.

Pero está aún por suceder que de los miles de jugadores de fútbol que han pasado por ligas, copas, eurocopas o mundiales, en España uno solo reconozca con naturalidad su homosexualidad. ¿No hay homosexuales en el fútbol? ¿De qué pueden tener miedo o de quién: patrocinadores, seguidores, clubes, dueños de los equipos? ¿Qué orden establecido se rompería? ¿Qué países donde la homosexualidad está penada se sentirían incómodos soltando millones de euros para publicidad impresa sobre las equipaciones?

Me quedo aquí pensando si no estaré tomando el todo por la parte y, como escribió el uruguayo Eduardo Galeano en El fútbol a sol y a sombra, “con esa melancolía irremediable que todos sentimos al final del amor y al final del partido”. Debe ser la misma que llega tras la escritura del punto final de cada texto. Pero díganme si no, si todo esto no forma parte de unos privilegios consensuados y consentidos, cómo debo llamarlo.

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