Desde la tramoya

¿Unos 'felices 20'?

Luis Arroyo nueva.

En el siglo XX se describieron como los felices 20 a los nueve años que van desde 1921 al crac de 1929. En aquellos años la economía floreció con rapidez, al ritmo de una fuerte expansión del consumo, incluyendo la compra masiva de electrodomésticos, radios y automóviles y una intensa emigración a las grandes ciudades. El Paralelo de Barcelona, por ejemplo, lucía atestado de gente entre los neones de los teatros y los cabarés, como lo hacía Broadway en Nueva York, o Montmartre en París, mientras los edificios de la Gran Vía madrileña, recién estrenados algunos, empezaban a concentrar también la oferta cultural y de ocio de la capital de España.

La coincidencia de fechas cien años después ha hecho a muchos anticipar que nuestra década recién comenzada será parecida a aquella. Y no hace falta más que pasear cualquiera de estos días por esas mismas ciudades para observar cómo la gente ha tomado las calles, los comercios, los teatros y los restaurantes. Los elevados precios de algunas materias primas y de muchos productos y servicios, incluyendo hoteles y billetes de transporte, la falta de suministro de materias primas básicas (no me refiero naturalmente a la ginebra británica, que también), son señales de que podríamos, efectivamente, estar comenzando una nueva década de explosión de hedonismo y desenfreno; unos nuevos felices años 20.

El economista Alessio Terzi señala las similitudes entre ambas décadas expansivas: una epidemia previa (la gripe española entonces, el covid-19 ahora), la proliferación de nuevas tecnologías (electricidad el siglo pasado, digitalización en este), una revolución del transporte (el motor de combustión y el motor eléctrico), la polarización política (el ascenso del comunismo y el nacionalismo entonces, los sentimientos anti establishment en nuestros días), las rivalidades internacionales, la desglobalización y el alza casi generalizada en las bolsas de valores.

Estas analogías han provocado en muchos sociólogos y economistas la esperanza de un crecimiento rápido de la economía occidental una vez superada la pandemia. Las crisis no financieras se superan más fácilmente que las financieras y, argumentan los optimistas, la respuesta europea, con la puesta en circulación de miles de millones de euros en inversiones de los fondos Next Generation, debería acelerar el proceso aún más y permitir un crecimiento más estable y largo.

La memoria que se pierde

Si en los felices 20 originales hubo una expansión formidable de las artes, la creatividad, la música, el entretenimiento y el consumo, también del feminismo, aupados por una reacción psicológica colectiva optimista, cabe esperar que ahora nos comportemos de manera parecida. Después del encierro en las casas y las restricciones de movimientos, lo natural sería correr al reencuentro con los demás, como parece estar pasando.

Pero también hay economistas y sociólogos pesimistas. Muchos jóvenes que empezaron a trabajar durante la recesión anterior o en estos años de pandemia lo han hecho con salarios bajos y en condiciones precarias, lo que es no solo una tragedia personal sino también un lastre para las economías. Otras desigualdades escandalosas han surgido también durante la pandemia, como en el acceso a la digitalización, o el enorme daño generado en muchas profesiones que han sufrido un paro alarmante. Tal como sucedió también entre 1921 y 1929, la desigualdad aumenta, como lo hacen el descontento social y la protesta. Habrá que estar preparados también para las bancarrotas. Muchas no se han materializado por las ayudas públicas, que han abundado en los países occidentales, pero que tendrán un fin.

No hay consenso pues. Pero sí hay una lección adicional que proporciona la historia. Aquella década terminó en una brutal crisis financiera con el crac del 29, la Gran Depresión y el ascenso imparable del nazismo que terminó en la II Guerra Mundial. Algo nos distingue por fortuna de aquellos tiempos y es el potencial inmenso de la Unión Europea. Del acierto que sus líderes tengan durante estos años dependerá no sólo que los más optimistas confirmen sus previsiones de una década feliz, sino que esta no termine con una enorme burbuja que nos aboque de nuevo al desastre.

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