Ha sido un mal verano para el PP como fue un mal otoño para el PSOE. En julio supimos que Montoro, el ministro de Hacienda del supuesto milagro económico español, tenía montado un boyante estudio de ingeniería fiscal. La llegada de agosto podría haber sido un bálsamo, como es costumbre en España, pero los incendios pusieron en tensión a las administraciones del Estado: al Gobierno central, los gobiernos autonómicos, las diputaciones, los ayuntamientos.
La colaboración entre ellos fue bien los primeros días: los presidentes de Castilla y León, Galicia y Extremadura reconocieron explícitamente el buen funcionamiento del operativo y la adecuación de medios y agradecieron el esfuerzo de la ministra de Defensa, del ministro del Interior y de la vicepresidenta Aagesen. Lo hicieron después de esos “diabólicos” mensajes de Oscar Puente conminando a Mañueco para que se volviera de Cádiz que se le estaba quemando su tierra castellanoleonesa.
Iba bien. Hasta que Alberto Núñez Feijóo y sus asesores de la calle Génova, quién sabe si espoleados por la siempre revoltosa presidenta de Madrid, decidieron que eso rompía la narrativa de desgaste habitual y había que corregirlo. Feijóo decide entonces, el 15 de agosto, mientras visita las zonas afectadas de Galicia, afirmar que Sánchez no está a la altura, que no se están proporcionando medios suficientes y que la gestión está siendo desastrosa por parte del Gobierno central. Dicho y hecho: los sumisos presidentes del PP piden todos ellos medios inasumibles e innecesarios a los ministros implicados –Defensa, Interior y Transición Ecológica, fundamentalmente–. Los portavoces del PP, suplentes (Montserrat, Gamarra…) y titulares (Feijóo, Ayuso, Bendodo, Tellado), salen en tropel a criticar a Sánchez, a insultar a la directora de Protección Civil y el relato vuelve a ser el de siempre: agresivo, unívoco y simplón. Piden incluso, por enésima vez, la convocatoria inmediata de elecciones.
En estos momentos, nadie en una sobremesa puede afirmar que la derecha gestiona bien y la izquierda no
La estrategia no ha funcionado, sin embargo. Primero porque el fuego es tozudo y castiga con especial violencia las tierras de Castilla y León, que tiene un consejero de Medio Ambiente fantasma que ni está ni se le espera y un presidente que se esfuerza pero no logra hacerse con el favor de su gente. Una vez más (la Casa del Rey debería hacérselo mirar), se abuchea o se desplanta a los políticos delante de los reyes. Vox observa el espectáculo desde la playa y tomando palomitas.
La estrategia no ha funcionado, segundo, porque la realidad ha acompañado en este caso al relato de los socialistas: el Gobierno ha operado con eficacia. Se ha visto a los militares, a los guardias civiles y a otros funcionarios, desde directores generales a ministros sobre el terreno desde el primer día. En circunstancias como estas el relato de abandono, siquiera proviniera de una sola de las desoladas víctimas, se impone a cualquier otro; pero basta escuchar las forzadas comparecencias de esta semana de los ministros y ministras en el Senado para comprobar que el Gobierno ha sido eficaz, digno y elegante en la crisis. Quien ha tenido que salir avergonzado de la Sala Clara Campoamor, lugar de las reuniones, ha sido el PP, criticado por su actitud siempre obstruccionista por el resto de los grupos, con la excepción, claro está, de Vox.
Compuesto de coyunturas diversas desde hace ya algunos años, está generándose un cambio estructural y muy relevante en la política española. Creíamos hasta hace poco que la derecha es buena gestionando y la izquierda no. Una idea plenamente coherente con el imaginario conservador (austeridad, orden, mérito) y también con el progresista (tolerancia, estímulo, igualdad). Esa narrativa venía más o menos a acomodarse a los ciclos económicos. Una derecha ilustrada y tecnocrática administrando el tardofranquismo (y nadando en una corrupción silenciada, todo sea dicho). Luego la efervescencia económica de los primeros años 2000, bajo el gobierno de Aznar, Rato y el propio Montoro, al ritmo de la desastrosa burbuja inmobiliaria (y de nuevo la corrupción generalizada). Que la izquierda gestiona mal era también coherente con el “paro, despilfarro y corrupción” de la decadencia socialista de los años 1992-2000 (con González, Borrell y Almunia) y con el hundimiento de la economía española tras la crisis financiera de 2008, ya con Zapatero.
Todo cuadraba con un efecto letal para los socialistas, que parecían víctimas de un mal de ojo: cuidado con esos socialistas que no saben administrar, que malgastan y arruinan. El relato quedaba contradicho cuando arreciaba la crisis. Recordemos el Yakolev, el Prestige, la boda de la hija, la Guerra de Irak, y luego la Púnica y la Gürtel… Pero estaba por ver que los socialistas supieran hacerlo mejor.
Algo de mérito habrá que concederle a Pedro Sánchez, que lleva ya casi una década liderando el PSOE y que está logrando cambiar ese nefasto relato. En estos momentos, nadie en una sobremesa puede afirmar que la derecha gestiona bien y la izquierda no. Este verano ha servido al Gobierno para seguir extendiendo la narración contraria: en España al menos, la izquierda gobernante gestiona con un notable. La derecha con insuficiente.
Ha sido un mal verano para el PP como fue un mal otoño para el PSOE. En julio supimos que Montoro, el ministro de Hacienda del supuesto milagro económico español, tenía montado un boyante estudio de ingeniería fiscal. La llegada de agosto podría haber sido un bálsamo, como es costumbre en España, pero los incendios pusieron en tensión a las administraciones del Estado: al Gobierno central, los gobiernos autonómicos, las diputaciones, los ayuntamientos.