Desde la tramoya

Por qué es mejor dejar que Vox esté en las instituciones

Vox ya está en la Mesa del Parlamento de Andalucía, por decisión de los dos partidos que han decidido permitírselo: el Partido Popular y Ciudadanos. Es el primer puesto institucional de cierta relevancia que consigue la formación fascista, aparte de sus 12 escaños en la Cámara.

La izquierda se rasga las vestiduras: pacto ominoso de las derechas que certifica su condescendencia y su sintonía con la ultraderecha. Desde la hipocresía política habitual, es lo previsto. "La ultraderecha gobernará Andalucía" dirá la izquierda, como dice la derecha a propósito del Gobierno central que "España está en manos de los golpistas catalanes". Vale: parece ser parte del juego, más aún últimamente, acogerse al más sencillo y pasional argumento, al eslógan que activa a los hooligans propioshooligans y llena las redes sociales de mierda contra el adversario.

Pero, dejando los vulgares argumentarios aparte, es en mi opinión bueno dejar que los fascistas estén en las instituciones en la medida de su representación, por dos motivos al menos. Los mismos que justifican que el PSOE pueda gobernar España con el sustento de los independentistas.

El primero es el escrupuloso respeto de las normas generales del procedimiento democrático. Nadie discute que Vox ha tenido 400.000 votos en Andalucía, un 11% de los votos contabilizados, y 12 escaños. Puede parecernos sorprendente o indignante, pero lo cierto es que hay 400.000 ciudadanos y ciudadanas (de éstas muchas menos, por cierto), que han puesto en la urna su voto ultraderechista, xenóbobo, homófobo y ultraconservador. Tiene sentido, interpretando las normas de la representación con un poco de generosidad, que Vox tenga un puesto en una Mesa de siete componentes, como lo tiene que esté también Podemos (Adelante Andalucía), que, sin embargo, ha rechazado el puesto que se le ofrecía, para marcar distancias con todos los demás.

El segundo argumento es menos purista y más realista. En las instituciones la palabrería no basta. Hay que proponer. Hay que decidir. Hay que votar. Hay que interactuar con los demás partidos. Hay que debatir. Poner a Vox en esas tesituras es el equivalente a poner a cualquier otro partido político. Cuando la Mesa del Parlamento decida si se mantienen los salarios de los diputados, o si se suben o bajan, por poner un ejemplo, Vox tendrá que votar. Vox tendrá que votar en la Mesa el contenido de los actos del Día de Andalucía, la celebración del Aniversario del Estatuto, la cortesía que se debe a los expresidentes, o decenas de asuntos de índole similar, cuando en realidad está defendiendo la supresión de las Comunidades Autónomas.

Descendiendo de la Mesa a los escaños del alargado hemiciclo andaluz, los doce diputados tendrán que presentar sus declaraciones de bienes y actividades al entrar y al salir de sus puestos, estarán sometidos al escrutinio permanente de cualquier ciudadana que quiera comprobar su solvencia y sufrirán la misma presión que siente cualquier otro parlamentario.

Deberán proponer, en cumplimiento de su programa, y la izquierda tendrá que recordárselo, que se derogue la Ley de Memoria Histórica y Democrática de Andalucía, o que se reviertan las políticas de apoyo a las mujeres víctimas de violencia de género, o de igualación de derechos y de protección de los colectivos LGTBI.

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Sólo sometiendo a los fascistas a sus propias contradicciones y situándoles en el espacio institucional que les corresponde en proporción a la minoría social que les apoya –de momento, al menos– lograremos desmontar su proyecto autoritario, intolerante, ultraconservador y retrógrado. Sólo permitiendo que luchen con las armas de la democracia lograremos que sigan siendo una minoría testimonial en la política española. Lo demás es alimentar inútilmente el victimismo.

Es probable que el PP y Ciudadanos no hayan pensado en eso, pero para la izquierda es mucho mejor ver a los fascistas desnudos en su escaño que arengando gratuitamente fuera de los Parlamentos.

PD: Para quienes aún no creen que a Vox haya que calificarlo como "fascista", recomiendo la lectura del libro de Madeleine Albright, Fascismo: una advertencia. Ella, que vivió el Fascismo con mayúsculas, tiene especial autoridad para señalarnos el peligro de los fascismos con minúscula.

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