El mito de un PP de centro

Ahora que Núñez Feijóo ocupa el trono del PP, se habla de un giro al centro del principal (al menos por ahora) partido de la oposición. La hipótesis vendría a ser que el PP gana cuando ocupa el centro y pierde cuando se escora a la derecha, que en la moderación está su virtud electoral y que el propio Núñez Feijóo, que en Galicia cuenta con un apoyo sólido, sabe que en buena parte lo disfruta gracias a su tono optimista e integrador.

Haciendo memoria de la larga vida del PP, tanto en el Gobierno como en la oposición, esta hipótesis se asienta en algunas premisas falsas.

No hay antecedentes de un PP moderado mientras éste está en la oposición. Más bien al contrario: el Partido Popular ha ejercido siempre una oposición implacable contra su adversario máximo, el Partido Socialista. Empecemos en 1990, cuando Aznar es designado presidente, puesto que de Manuel Fraga, su valedor, ex ministro franquista, mejor ni hablar. José María Aznar fue tan duro con Felipe González que le llamó despreciable, chantajista o profesor del engaño, entre otras muchas lindezas. Álvarez Cascos, entonces lugarteniente del adusto líder conservador, llegó a describirle como “podredumbre”, y a enviarlo “al basurero”.

El PP de aquella época, muy especialmente desde que perdiera las elecciones contra de todo pronóstico en 1993 aupado por el joven diario El Mundo, fue un lanzallamas contra un Felipe González cada día más arrinconado. El “¡váyase señor González!” se convirtió en el epítome de aquella época, muy bien denominada “de la crispación”. Entre 1993 y 1996 se produjo una auténtica conspiración contra el González del “paro, despilfarro y corrupción”. Conspiración fue la palabra que utilizó el politólogo Ramón Cotarelo dando título homónimo a un libro, pero conspiración fue lo que también Luis María Anson reconoció años más tarde haber organizado con otros participantes. Estuvieron en ella todos los medios de la derecha, incluidos los de la Iglesia, el Partido Popular y algunos promotores económicos, entre los que destacaba Mario Conde. El objetivo era, efectivamente, que el señor González se fuera. Solo lo hizo cuando perdió las elecciones en 1996.

La “moderación” duró lo que tardó el PP en lograr la mayoría absoluta y el PSOE en recomponerse, bajo el liderazgo de Zapatero. De modo que los años 2000 a 2004, Aznar presidió el Gobierno más arrogante de nuestra historia reciente

Y entonces, cuando Aznar fue elegido presidente del Gobierno, el PP se moderó… un rato. En concreto hasta que el PSOE se recompuso. Era fácil ser “moderado” con unos socialistas atravesando el desierto (Almunia–Borrell–Almunia de nuevo) y con unos nacionalistas catalanes y vascos al lado que eran imprescindibles apoyos parlamentarios. Así, Aznar pudo vender la supresión de la mili, un éxito del nacionalismo periférico, como un logro personal, privatizar las grandes empresas públicas entregándolas a un puñado de empresarios amigos, y, por lo demás, permitir a Rodrigo Rato que guiara el timón de una economía que en realidad iba casi sola…

La “moderación” duró lo que tardó el PP en lograr la mayoría absoluta y el PSOE en recomponerse, bajo el liderazgo de Zapatero. De modo que los años 2000 a 2004, Aznar presidió el Gobierno más arrogante de nuestra historia reciente: el que despreció a la Galicia ennegrecida por el derrame del Prestige, humilló a los familiares de los militares muertos en el Yakolev, cuyos restos fueron mezclados sin pudor alguno, llevó a España a una guerra absurda en Irak, y finalmente mintió a los españoles a propósito de la autoría de los atentados del 11-M en Madrid.  

El tono bronco y agresivo del Partido Popular se elevó a la estratosfera cuando, ya bajo el liderazgo de Rajoy, los conservadores, resentidos con una pérdida del Gobierno que les sorprendió, pasaron a la oposición y Zapatero se mudó al Palacio de la Moncloa. La arrogancia de los cuatro años anteriores se convirtió en un ataque despiadado al presidente que –afirmaban los populares– pretendía destruir la familia, rendirse ante los terroristas y traicionar a los muertos, y plegarse ante los separatistas catalanes y negar la existencia de una nación española. Los seguidores del PP se echaron a la calle junto a los obispos y las organizaciones ultracatólicas.

La moderación tampoco llegó cuando la crisis financiera de 2007 azotó al mundo y quebró la economía española, durante la segunda Legislatura de Zapatero, entre 2008 y 2011. Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría y González Pons no resultaban tan correosos como Aznar, Zaplana y Acebes, pero sí eran tan agresivos en el ataque como ellos. No hubo tregua desde el PP para un Gobierno abrumado por los pésimos datos económicos.

De nuevo, tan solo ligeramente, la moderación volvió al PP cuando éste recuperó el Gobierno y el PSOE volvió a ensimismarse en la renovación de su liderazgo (Rubalcaba–Chacón, Díaz–Sánchez, por resumir). Como había sucedido entre 1996 y 2000, era fácil ser “moderado” desde el Gobierno, con una economía en alza y un adversario político en recomposición. Además, ahora el PP sufría en sus carnes el descubrimiento de una corrupción a gran escala. Con todo y con eso, el Partido de Rajoy seguía manteniendo un tono agresivo, desafiante y displicente con Sánchez, al que menospreciaba por completo.

La oposición más desabrida y brutal volvió de nuevo cuando el PP fue enviado a la oposición de nuevo, primero con la moción de censura y luego con los votos de los españoles. Sólo una frágil memoria puede considerar que las barbaridades que profirió Pablo Casado sobre Pedro Sánchez no fueran equivalentes a las que regurgitaron Aznar y Rajoy sobre Felipe González y Zapatero.

No, el PP no ha sido un partido moderado nunca. Sí podía lucir una cierta apariencia de moderación cuando gobernaba, no tenía enfrente a un PSOE bien armado, y la economía sonreía. Pero eso eran solo apariencias. El Partido Popular está acostumbrado a pelear con su principal adversario, que es el PSOE. Si este está más o menos fuerte, está en su naturaleza atacarle sin piedad para desgastarlo y desactivar así sus apoyos electorales.

Por eso me resultaría extraño que Feijóo cumpliera con su palabra de ejercer una oposición moderada. Porque si lo hace, los apoyos de sus cuadros, sus militantes y sus votantes se perderían a espuertas. Y porque ahora, además, tiene a su derecha a un auténtico perro de presa llamado Vox.

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