Momento Azores

Hay no tanto un instante como un espacio de tiempo en que la opinión pública cristaliza y se hace inapelable, irreversible, apabullante. Lo vimos con entre 1993 y 1996, cuando España entera compartía el “paro, despilfarro y corrupción” asociado a Felipe González. Ante la inesperada victoria electoral socialista del 93, las terminales conservadoras reaccionaron con inusitada hostilidad en lo que luego fue descrito como una genuina conspiración.

Lo vimos más tarde con la crisis financiera de 2008. Por más que Zapatero tratara de mantener el timón, evitando la intervención de la economía por las autoridades europeas, la imposición de medidas de “austeridad” y sus terribles efectos en la población española, con millones de ciudadanos repentinamente en paro y con penosas pérdidas patrimoniales, generó la sensación abrumadora de que el presidente Zapatero no controlaba la situación ni podía hacerlo. 

Y lo vimos también antes, en 2003, cuando el Gobierno de Bush hijo decidió que en su “Guerra contra el terror” había que invadir Irak, vértice del “eje del mal” enemigo de Occidente. Aznar, queriendo sacar a España, dijo “del rincón de la historia”, se situó del lado del presidente de Estados Unidos apoyando aquella invasión infame. El momento quedó plasmado en la foto de las islas Azores en la que el americano y el español sonreían junto con el británico Blair días antes de la invasión. El clima de opinión español, con un noventa por ciento de la población contra la guerra, cristalizó de tal modo que al año siguiente, días después de que Madrid recibiera el diabólico castigo de los yihadistas, el PP fue desalojado del Gobierno.

La situación hoy es muy distinta. No hay una guerra sino un genocidio ejecutado con tanques, drones y aviones destruyendo entero el precario hogar de dos millones de palestinos, y enterrando vivos y matando de hambre a sus niños. Y quien apoya la agresión en España –el PP y ahora también Vox– no está como en 2003 en el Gobierno, sino en la oposición.

Pero hay similitudes importantes. El adversario es despreciable para una gran mayoría de las españolas y los españoles, más aún de lo que lo fuera Bush. Esa mayoría siente repugnancia sin matices por los excesos de Netanyahu y de Trump; un asco compatible con el que les generan por los terroristas (de Al Qaeda entonces, de Hamas ahora). De modo que igual que los españoles entendimos que la invasión de Irak tenía como objetivo hacerse con su petróleo y no vencer a los terroristas, también sabemos que este genocidio televisado obedece al expansionismo de Israel y no a su autodefensa. 

Finalmente, tras dos años de pereza, aprovechando la ocasión que ha proporcionado un equipo ciclista propiedad de un propagandista sionista, ese momento de cristalización de la opinión pública ha llegado a España, generando un sólido movimiento de solidaridad con Palestina. El 82 por ciento de las españolas y los españoles consideran que lo que ven es un genocidio que debería parar de inmediato. Lo creen dos de cada tres votantes del PP.

Es alucinante que Feijóo caiga en el mismo error que el Rajoy de las Azores: que (...) se deje llevar por las posiciones extremistas y violentas de los halcones de su partido

Resulta sorprendente que la falta de autoridad de Feijóo llegue al punto de asumir el extremismo inhumano de Ayuso y de sus padres políticos, Aznar y Aguirre, despreciando así el estado de ánimo de la ciudadanía. Esta semana le hemos visto balbucear un poco de solidaridad con “la población civil” (le cuesta nombrar a las niñas y los niños famélicos y ensangrentados que ve cada). Ha afirmado, qué gran descubrimiento, que los civiles palestinos “no son terroristas”. Y en el argumentario del PP han escrito “masacre” en lugar de “genocidio”. Esas ridículas concesiones semánticas se producen al tiempo que la verdadera líder del PP, la presidenta de Madrid, se fotografía con los ciclistas del equipo israelí o afirma –cada día un disparate más grande– que en Israel los hombres, las mujeres y los homosexuales (sic) pueden votar, o que a la izquierda no le importan las mujeres muertas en Gaza cuando son judías…  

Es interesante observar cómo la narrativa promovida durante años por tierra, mar y aire, por el PP y sus aliados, que afirma que estamos en un país disfuncional gobernado por el capo de una mafia corrupta y traidora de la patria, palidece en solo unos días a favor de otra en la que aparece un país movilizado, solidario y pacifista, al que los conservadores insultan o dan la espalda. Y es alucinante que Feijóo caiga en el mismo error que el Rajoy de las Azores: que, incapaz por naturaleza de liderar él mismo a sus seguidores con una posición moderada, se deje llevar por las posiciones extremistas y violentas de los halcones de su partido, que resultan tan antipáticos a la gran mayoría de los españoles. En nuestro tiempo, además, mientras Vox come palomitas esperando el momento del asalto.  

Hay no tanto un instante como un espacio de tiempo en que la opinión pública cristaliza y se hace inapelable, irreversible, apabullante. Lo vimos con entre 1993 y 1996, cuando España entera compartía el “paro, despilfarro y corrupción” asociado a Felipe González. Ante la inesperada victoria electoral socialista del 93, las terminales conservadoras reaccionaron con inusitada hostilidad en lo que luego fue descrito como una genuina conspiración.

Más sobre este tema