Santiago (Abascal) y cierra España

Ya lo hemos indicado anteriormente. Murcia es el laboratorio de la ultraderecha en este país. Todo está en Cartagena. En 2021, una moción de censura fallida en Murcia dio paso a una mayoría absoluta en Madrid. Ayuso es presidenta gracias al López Miras del ayer. Cuatro años después, hemos visto las consecuencias de la Operación Torre-Pacheco, primero, y de la Declaración de Jumilla, después. El epicentro de toda la acción política de Vox se sitúa en Murcia. El viejo reino que incluía a Albacete, una parte de Alicante y el norte de Jaén impone su agenda en las tertulias de todas las televisiones sin necesidad de decir aquel berlusconiano “Murcia, qué bella eres”.

En 1992 ardió el Parlamento de Cartagena. Fue, como el documental, El año del descubrimiento. La reconversión industrial de Murcia se resolvió con la huerta y el turismo. Mano de obra barata, jornaleros magrebíes y así en este plan. Algo prevaleció, sin embargo, desde que alguien gritara la vieja soflama cantonal de 1882: ¡Viva Cartagena!”. La mala hostia prendió como una hoguera en la propiedad rural (como ayer, ahora y siempre). 

Pero no todo es huerta feraz. En la Murcia interior se acumula un resentimiento acumulado por las viejas y nuevas estrecheces y una notable población militar. En el Laboratorio Murcia se sitúa la base naval de Cartagena, la Academia General del Aire de San Javier, la base aérea de Alcantarilla, un regimiento de artillería antiaérea y un regimiento de infantería. En Murcia, Dios tiene un aliado en la Universidad ultracatólica de Murcia, muy vinculada con los Legionarios de Cristo. Sumen la resaca de la reconversión, la Manga del Mar Menor convertida en la Manga del Mar Muerto y un calor de cojones. El resultado es sencillo: Vox ha encontrado su espacio vital para que prenda una hoguera con nostalgia de gerifalte.

Para que Vox sea hoy la tercera fuerza política en la Corte de los Leones, ha sido necesario que haya una cabeza de la derecha convencional, aseada y pragmática que aparcara su liderazgo en Galicia. José María Aznar dejó escrito en su discurso un aviso a Feijóo durante su intervención en el último congreso ordinario: “El PP sólo puede gobernar con las siglas del PP”. Aviso a navegantes: si es con Vox que no cuenten con él.

José María Aznar dejó escrito en su discurso un aviso a Feijóo durante su intervención en el último congreso ordinario: “El PP sólo puede gobernar con las siglas del PP”. Aviso a navegantes: si es con Vox que no cuenten con él

Aznar quiere refundar la derecha. El PP cerró el capítulo de la alianzas con las otras derechas en 1992, el año de las Olimpiadas, el año de la Expo en Sevilla, el año en el que la Asamblea de la Región de Cartagena ardió en llamas. Cuatro años después, Aznar fue elegido presidente del gobierno. El veterano inspector de Hacienda sabe que el eje de la política española se mueve en la lábil frontera que separa al PP de Vox. La irrupción institucional y social de Abascal está más relacionada con la falta de liderazgo de Feijóo que con la capacidad política del líder de Vox. Fue Feijóo y el llamado club de las Pitiusas quien permitió la entrada del neofranquismo en las instituciones. Si Mazón, Guardiola, Azcón, Prohens y López Miras hubieran seguido la consigna de Aznar, hoy Sánchez tendría un serio problema. 

Vox se ha situado como el partido que mejor acapara la demanda de protesta. En sus actos siempre hay una pancarta que denuncia el bipartidismo. España vuelve a 2014. Entonces hubo un Ciudadanos que quiso ser el partido que cubriera la demanda de insatisfacción de los autónomos y también hubo un Podemos que quiso convertir al lumpen proletariado en sujeto político de masas. Pero Pablo Iglesias no es Pier Paolo Pasolini.  Hoy, Vox sintetiza en su discurso los Tigris y Éufrates que riegan los programas de los partidos políticos. Abascal es el imán que canaliza la protesta en España, liberado de los anarcocapitalistas pero también de la Conferencia Episcopal. La protesta ha llegado a la cúpula de Dios. Tampoco cuentan con él porque no lo necesitan.

Mientras tanto, el PSOE ha conquistado tiempo y tiempo necesitará para intentar alcanzar el 35% que predijo Diego Rubio. En septiembre y octubre, la tormenta Kitchen se desatará en el parque de la Villa de París. Muy cerca, en la calle Génova, los quioscos han agotado la existencia de paraguas con 40 grados a la sombra. El PP de Feijóo puede arder como el parlamento de Cartagena. La biografía de Feijoo es la de Rajoy y más de un ministro cantará bajo la lluvia en el Palacio del Tribunal Supremo este otoño cartagenero. La política se hace con reloj y calendario. Sánchez necesita meses para intentar remontar. Meses para intentar levantar una cúpula social. Su ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, está de farra en Pontevedra. Miss Instagram intentará volver a ser candidata de Sumar, por falta de relevo, y Radio Tirana se ha atascado en la banda del 4,5% de la onda media. Quién sabe, quizá la sorpresa nos la dé Gabriel Rufián que escribe cuentos de verano como Eric Rhomer y busca una alianza que reverbera el eco del Frente Popular.

Ya lo hemos indicado anteriormente. Murcia es el laboratorio de la ultraderecha en este país. Todo está en Cartagena. En 2021, una moción de censura fallida en Murcia dio paso a una mayoría absoluta en Madrid. Ayuso es presidenta gracias al López Miras del ayer. Cuatro años después, hemos visto las consecuencias de la Operación Torre-Pacheco, primero, y de la Declaración de Jumilla, después. El epicentro de toda la acción política de Vox se sitúa en Murcia. El viejo reino que incluía a Albacete, una parte de Alicante y el norte de Jaén impone su agenda en las tertulias de todas las televisiones sin necesidad de decir aquel berlusconiano “Murcia, qué bella eres”.

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