Las casas que no tendremos Cristina García Casado
El espigón de la cordura
Hace ahora cien años, Buster Keaton era una de las personas más famosas de este planeta. El actor, que empezó a dirigir también sus propias películas desde principios de los años 20, fue junto a Harold Lloyd y Charles Chaplin uno de los cómicos más apreciados por el público. Keaton era conocido como “cara de palo”, stone face, porque se mostraba imperturbable ante cualquier disparatada situación que se diera en pantalla, lo que, al parecer, hacía troncharse de risa a la audiencia.
Keaton había arriesgado siempre y estaba acostumbrado a los rigores de la comedia física. Siendo un crío ya actuaba con sus padres, que le sometían a todo tipo de perrerías con tal de conseguir el aplauso. Aquellas funciones en las que el niño era golpeado, arrojado desde alturas imposibles y zarandeado a placer le hicieron aprender que el número sólo funcionaba si él se levantaba como si nada hubiera sucedido. Esa era la clave. Mantener la cara de palo pasara lo que pasara, aunque lo que te hubiera pasado por encima fuera una locomotora.
Alberto Núñez Feijóo recuerda a Buster Keaton por la cara de palo. En algún momento determinado de su carrera, el hoy candidato del PP a la presidencia del Gobierno debió de aprender las ventajas de mostrarse impávido, no mover un músculo del rostro sucediera lo que sucediera. En octubre de 2012, en las elecciones gallegas, comentó en un mitin: “Si no pescamos masivamente merluza, llegarán a las playas y morderán a la gente, hay que decirlo en Bruselas». ¿Algún gesto para alertar del peligro de las merluzas con espíritu de piraña? Ninguno. Cara de palo.
Diez años después, en el mismo mes de 2022, Feijóo pretendió advertir del autoritarismo leyendo un discurso donde recordaba la novela 1984: “La mentira o la posverdad nos esclaviza. Y de hecho podemos situar el nacimiento de la posverdad en aquella distopía escrita por Orwell allá por el año 84”. ¿Algún problema por confundir el título del célebre libro con el año de su publicación? Ninguno. Cara de palo. ¿Marcial Dorado? Cara de palo. ¿Comparar a Almeida, Ayuso y su mayoría absoluta con la Triple A? Cara de palo.
Es verdad que dominar el arte del gesto impasible te hace brillar menos en las buenas, en el balcón de Génova, en esas ocasiones en las que la situación requiere de alegría, expresividad, algo de sangre y decisión. Pero, por contra, si una periodista como Silvia Intxaurrondo te pilla en una mentira flagrante, haciendo su trabajo, que es repreguntar y separar el trigo de la paja, tú tan sólo tienes que limitarte a poner cara de palo y dejar que González Pons suelte más tarde las amenazas.
Lo impertérrito es condición necesaria para ser el rey de la mentira. Lo saben los jugadores de mus, lo saben los niños a los que atrapan con la boca manchada de tarta y el plato vacío. Lo saben los infieles profesionales a los que, con el lecho caliente y revuelto, la amante en el armario y los calzoncillos a medio subir la pareja les pregunta: “pero esto qué es”, y ellos responden con envidiable aplomo: “cariño, no es lo que parece, lo leí en un teletipo”. Si lo que has presentado a unas elecciones no es un programa electoral sino una estrategia de intoxicación más te vale mostrarte como Buster Keaton, pase lo que pase.
Lo único que le quedaba a Feijóo era no mover un músculo del rostro mientras que otros le hacían el trabajo sucio, ese de convertir a la ETA en la canción del verano
Puede que, como Feijóo ya llegó con la función empezada, lo que nos está transmitiendo con su cara de palo es un “que me registren” de libro. Cuando se hizo con las riendas del PP, en marzo de 2022, el sector más radical de la derecha española ya había acordado que el Gobierno progresista no sería reemplazado por sus errores, sino por su dictado de calumnias. Por tanto, lo único que le quedaba a Feijóo era no mover un músculo del rostro mientras que otros le hacían el trabajo sucio, ese de convertir a la ETA en la canción del verano.
El problema es que, a cinco días para las elecciones, con todo lo que ha llovido, el PP aún no tiene asentada la victoria. Ganar para la derecha significa sacar 176 escaños, apoyándose en Vox y, presumiblemente, en el par de diputados canarios y turolenses. No hay más, no hay ninguna otra combinación posible, por lo que si la cifra es menor a la absoluta, Feijóo habrá fracasado. Por supuesto que no es mal resultado ser el partido más votado en unas generales, si estos fueran unos comicios normales donde los populares pudieran entenderse después con el resto del arco parlamentario, al que sus socios de Vox pretenden ilegalizar.
Feijóo habrá fracasado si el bloque de las derechas no consigue más de 176 escaños. Si no tienes otra alternativa es lo menos que se te puede pedir, sobre todo si tu plan de asalto tiene fecha de caducidad. Si calificas de ilegítimo a un Gobierno y de felón a su presidente, si has hecho creer a tus simpatizantes que Sánchez es el demonio sobre la tierra, o le derrotas a la primera o eres tú el derrotado. Así de simple.
Ante lo inesperado del resultado, los mentideros de la derecha ya andan preparando el terreno para el lunes 24 de julio, ese en el que tendrán que contar a los suyos que, a pesar del ataque despiadado por tierra, mar y aire, no tienen fuerza parlamentaria suficiente para "derogar el sanchismo". De ahí lo de andar apelando a la lista más votada, como si esto en vez de unas legislativas fuera el concurso de Miss España. De ahí el bulo de Correos, para deslizar que sus votos, sólo los suyos, se quedaron por el camino. Ante la derrota, otra tonelada de mierda.
Si Feijóo no consigue 176 escaños, será derrotado. Él y todo el aparato de las tormentas que lleva, desde el inicio de la legislatura, lanzando truenos y relámpagos. No admiten que en España puedan gobernar otros a los que ellos decidan en sus indecentes conciliábulos de asador. Las presiones para que el PSOE se abstenga serán muy fuertes. Ya vimos el resultado en 2016: llevar al partido al borde de la quiebra para volver a poner en Moncloa al señor que le decía a Bárcenas que fuera fuerte.
Si la izquierda no se queda en casa, más allá, si hasta la última de las personas con cabeza de este país va a votar el domingo, lo mismo se consigue detener la ola reaccionaria, que se estrelle contra el espigón de la cordura y, en la espuma, alguno de los que tanto gritan quede ahogado. Esa será la victoria, no del progresismo, sino de la sensatez. El que tengamos que volver a votar en febrero, otra historia.
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