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Muros sin Fronteras

Luis Tosar, ETA y los carceleros del dolor ajeno

Ramón Lobo nueva.

Una entrevista a Luis Tosar firmada por Oskar Belategui en el diario Abc ha provocado una tormenta de indignación en las redes sociales y en los ámbitos conservadores que viven políticamente de la indignación selectiva, una que solo alcanza a las víctimas que consideran suyas, las que tienen algún tipo de rédito político. Nunca incluye a las de la dictadura franquista o a los familiares de los militares muertos en el Yak-42. Hay víctimas de ETA como Consuelo Ordóñez que se desesperan ante este tipo de manipulaciones que solo añaden dolor, tristeza y soledadConsuelo Ordóñez.

El actor gallego encarna en la película Maixabel de Icíar Bollaín al etarra Ibon Etxezarreta, uno de los asesinos del socialista Juan Mari Jáuregui. El filme se centra en el proceso psicológico, emocional y político que lleva a un asesino a encontrarse años después con la víctima, en este caso la esposa de Jáuregui, interpretada por Blanca Portillo. Trata también del recorrido de la víctima en el manejo de la ausencia, el dolor y la rabia que lleva a aceptar el encuentro.

Este tipo de reuniones fueron posibles a través de la llamada Vía Nanclares, un proceso de reinserción de etarras arrepentidos auspiciado en 2009 por el gobierno Zapatero y que siguió con Rajoy hasta detenerse en 2012. Tenía como objetivo político romper el control que ETA ejercía sobre sus presos, para que aflorasen disidencias que ayudaran a acabar con la banda. Pero también tenía un fin humanitario: permitir que las víctimas pudiesen alcanzar algún tipo de paz. El encuentro era para el pistolero un medio de pedir perdón, de liberarse de una parte de la culpa; para la víctima, una manera de cerrar el duelo.

Si existiera un ranking de medir la comprensión lectora, entiéndase la capacidad de leer lo que está escrito antes de indignarse por lo que NO está escrito, España sería una potencia mundial. Es un mal que afecta a las derechas y a las izquierdas. Encresparse en las redes sociales o en las tertulias radiofónicas y televisivas es el deporte nacional. Da votos y audiencias.

ETA es uno de los temas que más enfurecen, el que parece tener más rédito. Solo las víctimas que padecieron la violencia etarra tienen el derecho a indignarse porque ellos ya han perdido de manera irreparable y definitiva. Nada les va a devolver a su ser querido. Lo que necesitan es acompañamiento y respeto. Sobran los carceleros del dolor ajeno.

Volvamos a la entrevista. Belategui pregunta cómo fue el primer encuentro con Etxezarreta para preparar el personaje. Tosar responde: “La noche anterior no pegué ojo, estaba aterrorizado. Nos vimos en su casa, acababa de acceder al tercer grado y ya podía dormir en su hogar. Fue muy generoso. Estuvimos muchas horas. Me invitó a comer, bajamos al supermercado, preparamos la comida… Hubo una conexión curiosa, porque tenemos muy poca diferencia de edad, apenas un mes. Experimentamos una especie de reconocimiento en el otro. Pensamos, joder, podíamos estar intercambiados si tú hubieras nacido donde yo nací. Ideológicamente estábamos situados en un lugar muy parejo”.

El subrayado en negrita es el que ha provocado la inquisición contra Tosar. Le han acusado de ser etarra, o simpatizante de su causa. Los ofendiditos profesionales que dejaron de leer en ese punto para rasgarse las vestiduras en público se perdieron el siguiente párrafo en el que el periodista comenta al actor su militancia juvenil en el nacionalismo gallego. Es la que permite preguntar a continuación: ¿Podía haber acabado en Jarrai o en ETA?

Tosar responde: "Quizás sí. O no. Depende de muchos factores, el entorno puede mucho pero también hay una intención, está en ti. Lo terrible es cuando llega el momento en el que te das cuenta del error cometido y del dolor que has provocado”.

No hay polémica, no hay apoyo alguno a ETA, todo es humo electoral, pura basura política. Lo mejor es que lean la entrevista en este enlace.

Siempre me interesó este asunto. Tengo claro quiénes son las víctimas y quiénes los verdugos. Mi trabajo durante 20 años en zonas de conflicto consistió en saber distinguirlos, y en escribir sobre ellos explorando los grises más allá de los adjetivos. Son dos categorías morales, la de los buenos y los malos, que no siempre coinciden con los bandos en liza. Siempre hay víctimas entre los verdugos y verdugos entre las víctimas. Ninguna guerra soporta un corte categórico, sin matices.

En las de la antigua Yugoslavia, los nacionalistas serbios cometieron atrocidades en Bosnia-Herzegovina y Kosovo, pero sus civiles fueron víctimas de represalias o de limpieza étnica en esos mismos territorios en lugares concretos, como lo fueron en masa en la Krajina croata.

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Ser un asesino es más fácil de lo que parece. Influyen el lugar, el clima político, las amistades, la familia, la debilidad de carácter. Lo que dice Tosar es cierto: ninguno estamos a salvo. Los que se ofenden, tampoco.

Tienen el célebre libro de Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén subtitulado Sobre la banalidad del mal, que levantó un escándalo internacional porque humanizaba al asesino nazi. ¿Tenemos que dibujarlos sin sentimientos, monstruos implacables, para sentirnos seguros en nuestra presunta bondad? Sufran o no remordimientos no reduce la gravedad de sus actos ni la pena que les corresponda según las leyes. Como sucede con la entrevista de Tosar, muchos de los escandalizados no han leído el libro de Arendt, solo siguen a la tribu indignada para no parecer sospechosos.

Hay otro libro esencial, No matarían ni una mosca: Criminales de guerra en el banquillo, de Slavenka Drakulic. Trata de los Balcanes y de la delgada línea que a veces separa a un asesino de un ciudadano ejemplar. Entrevisté a uno en Sarajevo, Borislav Herak, acusado de violar y matar a mujeres. No le di la mano al final de la conversación en la cárcel, pero sentí que en el fondo era otro tipo de víctima. Me dijo “quiero morir, es lo que merezco”. Le respondí, “mereces vivir para que convivas con tu conciencia. Ese es el mayor de los castigos”.

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