Esos cinco minutos

Un padre llevó a su hija al fútbol y, al ver que su equipo perdía, decidió marcharse con su niña de la mano. Mientras aquel señor hablaba con los reporteros, ya fuera del estadio, sonó desde dentro, atronador, el segundo gol de la remontada. Aquel era el principio de un final inesperado, todo cambió en cinco minutos.

Me llegó al alma esta escena por la metáfora vital que plantea: un padre trata de evitar el sufrimiento de su hija, “no quería que se llevara el disgusto”, y ella se pierde el mejor momento, ese gol que convierte el último minuto en un comienzo.

¿Cuántas experiencias de la vida nos habremos perdido por miedo a sufrir? ¿Cuántas habremos dejado de vivir porque se afanaron en protegernos quienes nos cuidaban? Pero qué complicado resulta cuando nos toca a nosotros tomar esas decisiones que afectan a quienes cuidamos. Qué difícil elegir entre proteger y dejar volar, entre aminorar el riesgo y dar la oportunidad de experimentar, aunque duela…

¿Saben? Yo me perdería feliz todos los goles del mundo con tal de poder volver a caminar cinco minutos de la mano de mi padre

Y quisieras acolchar las paredes del mundo para que los tuyos no chocaran con nada hiriente, para que no resultaran heridos tus pequeños, tus mayores, tus enfermos y hasta tu perra… Pero sabes que cerrar las puertas y las ventanas para esquivar el peligro supone renunciar a que entre el aire, a respirar, a vivir. Un precio demasiado alto para nada, todos sabemos que el riesgo cero es incompatible con la vida.

La frustración, la decepción, la impotencia o el dolor son piezas que nos vienen de fábrica, presentes en cualquier biografía y tan inherentes a nuestra vida como la ilusión, la pasión, las pequeñas conquistas o los grandes triunfos. Toparte con estos elementos no es extraordinario ni inevitable, es simplemente la prueba de que estás aquí.

Con el tiempo, quizás no recordaremos esa escena futbolera que se volvió viral pero, seguramente, ese padre y esa hija nunca olvidarán la noche de mayo en la que pasaron de la decepción a la alegría; ni olvidarán el abrazo de la sorpresa, ni la carrera a toda velocidad, escaleras arriba, para regresar y ver el final de la historia. No lo olvidarán porque todo eso, lo bueno y lo malo, lo vivieron juntos y eso sí es una experiencia de champions.  

¿Saben? Yo me perdería feliz todos los goles del mundo con tal de poder volver a caminar cinco minutos de la mano de mi padre.

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