Torrejón, un modelo mortal Pilar Velasco
“Tengo miedo a que me pase algo y como esta perra mía no ladra, me encuentren días después rodeada de gusanos”. Ella te suelta las cosas así, sin filtros, con su cáustico sentido del humor, pero esto que dice es sentido y asentido por otra mujer de la tertulia que también vive sola.
La tercera, mucho más joven que ellas, les riñe: “¡¿Pero qué burra eres, cómo no vamos a saber de vosotras?!” Yo apoyo la reprimenda: “sois tontísimas… eso no va a pasar” pero, en el fondo, ambas entendemos su temor.
La dureza de ‘la soledad no elegida’ entra a menudo en la conversación pública, pero de esa otra, la que acompaña a tantas personas por elección de vida y un día deriva de independencia a miedo, se habla menos.
La deformación profesional me empuja a proponer ideas en las tormentas grupales, así que sugiero “el guasap del todo ok”:
“Un simple mensaje diario para que sepamos que estáis bien, solo eso. Nada de dibujos de ositos con corazones, ni memes, ni recetas de cocina, ni hostias. Este cuarteto de guasap será un ‘Mayday de vecinas’ y en vez de grito, se activa con el silencio. Si alguna no responde, ponemos en marcha el protocolo”.
Llevo unos días dándole vueltas al silencio que pide ayuda, los bloques de pisos están llenos de este oxímoron. El grito alerta, impulsa, activa. Todavía no he logrado quitarme de la cabeza aquel que me despertó en plena madrugada, un alarido desgarrador de una mujer a la que estaban atacando que me hizo vomitar una vez la víctima fue socorrida. En cambio, al silencio no le prestamos atención y puede engañarnos tanto como esas sonrisas que ocultan un dolor agudo, a veces más profundo que el que se expresa con el llanto.
Al silencio no le prestamos atención y puede engañarnos tanto como esas sonrisas que ocultan un dolor agudo, a veces más profundo que el que se expresa con el llanto
Hace tres semanas abrimos el cuarteto “Fatal, gracias” y en nuestros estatutos están prohibidos los rollos y las turras. Nuestra garita virtual está abierta, únicamente, para un “todo ok”, un “SOS”, o un silencio ensordecedor que haga saltar las alarmas. Cada mañana entran cuatro “buenos días” que significan “estoy a salvo”
No somos familia, ni vecinas de toda la vida, no somos amigas íntimas ni pensamos igual, pero compartimos barrio y, encuentro a encuentro, ha brotado un afecto que provoca que nos preocupemos las unas por las otras.
Esta es una historia pequeña, como todas las que protagoniza la gente corriente y, sin embargo, déjenme que les diga que yo encuentro profundidad en su simpleza. La maravillosa sensación de que alguien, de carne y hueso, te echará de menos si una mañana dejas de sonar. La certeza de que tu vida forma parte de otras vidas, aunque sea en diminuta proporción. Son sentimientos que le dan cierto sentido a lo que pintamos en el mundo y estos no puede generarlos la IA, al menos, de momento.
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