Torrejón, un modelo mortal Pilar Velasco
De todos los aprendizajes escolares de mi infancia, me marcó especialmente el descubrimiento del fuego. Quedé tan fascinada por la ilustración del libro de EGB en la que unos habitantes de la Prehistoria, en cuclillas, frotaban dos piedras o dos palos, que me empleé a fondo en intentarlo. Sin éxito, afortunadamente.
Fue en uno de aquellos veraneos de jugar al aire, con la tierra y con el agua. Entonces no había pantallas, bueno, sí, la del cine de verano. En ella, por cierto, mi hermano mayor vio En busca del fuego y volvió a casa alucinado. Me chifló que me la contara porque yo no tenía la edad suficiente para verla y porque ya he dicho que estaba entusiasmada con el descubrimiento…
En la maleta, junto al flotador, el yoyó y la bola loca, me llevé una lección escolar para ponerla en práctica en vacaciones, supongo que esto se podría considerar un éxito educativo, pero entonces no le di importancia. Yo solo sabía que lograr hacer saltar chispas de dos pedruscos me parecía un reto mágico.
No recuerdo, en cambio, el momento en que aprendí, si es que me lo enseñaron entonces, que el verdadero paso de gigante en la evolución humana llegó con el dominio de ese cuarto elemento con el que mis padres me prohibían jugar. De niña no entendí la importancia del dominio de las llamas, ahora sí lo sé. Hacerte mayor es tomar conciencia de cuáles son las cuestiones medulares.
Llora la gente que ha perdido la casa y muchos mencionan sus recuerdos: estaba toda mi vida ahí
Médula: “Sustancia principal de una cosa no material”, es una de sus definiciones y no podría describir mejor en el plano real y en el simbólico lo que se nos ha quemado este verano, lo que se nos sigue quemando… Digo “nos” porque siento mío cada centímetro de vida que se apaga tras el paso del fuego y sé que somos legión quienes hacemos nuestro ese enorme sufrimiento, nos llegue o no hasta la ventana la peste de un humo que ha matado el olor a verano.
Llora la gente que ha perdido la casa y muchos mencionan sus recuerdos: “Estaba toda mi vida ahí”. Y no dicen mentira, quizás lo más valioso que tenemos es nuestro patrimonio emocional, no lo reconoce la UNESCO, pero nosotros nos reconocemos en él.
Mi amigo Toño Tejerina es inteligente, sensible, berciano y un poco gallego. En los primeros días de esta pesadilla ardiente que ha teñido el verano de tragedia, me abrasó con su reflexión:
“Pocas imágenes evocan más un hogar que el crepitar del fuego en una chimenea, pero ¿qué pasa cuando son nuestros paisajes… escenarios y momentos los que se pierden entre llamas? ¿Hasta dónde vuelan las pavesas de un corazón calcinado?".
No me siento capaz de mejorar sus palabras, así que las hago mías, como su dolor.
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