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Cuando la democracia de tu vecino veas recortar, pon la tuya a remojar

Cuando la democracia de tu vecino veas recortar, pon la tuya a remojar. Eso aconsejan los resultados de las elecciones en Francia, donde el neofascismo ha perdido, pero con el cuarenta por ciento de los votos. Son muchos y tienen sus matices, obviamente, pero están ahí y generan la pregunta que ha dado lugar a la manipulación del refranero con la que hemos titulado e iniciado este artículo: si en España se estableciera un sistema de segunda vuelta, ¿quiénes llegarían, en estos momentos, a la lucha final y quién ganaría? Parece que el PSOE sería claramente una de las opciones, la del ala izquierda, pero ¿y la otra? ¿Llegarían a ella el Partido Popular o la ultraderecha que lo llama “derechita cobarde” y le ha llenado sus castillos de Andalucía o Castilla y León de caballos de Troya? Hace tiempo que esa última opción no es, en modo alguno, descartable: ya están en las instituciones y quieren más.

En Francia, Marine Le Pen es digna hija de su padre, puro veneno azucarado que no reniega de su herencia ideológica, sólo disimula para alcanzar el poder. Ella no defiende, como hacía él, “la desigualdad de las razas”, que es el argumento del xenófobo; ni expresa su deseo de que “el problema de la inmigración lo resuelva el ébola”; ni considera el genocidio llevado a cabo por los nazis contra el pueblo judío “un episodio más de la guerra mundial”; ni llama a los enfermos de sida “leprosos”… Pero va en la misma dirección, aunque sea con otra táctica o por otro camino, y con su derrota dulce de este domingo alerta a los incautos: esta gente puede parecer grotesca —¿no lo eran Hitler, Mussolini o aquí el Funeralísimo?— pero no es estúpida, sabe construir redes que atrapen el descontento, imanes que atraen la rabia de las y los desfavorecidos… Cuando tengan a suficientes de ellos atrapados en su tela de araña, los azuzarán contra el sistema en el que no creen.

En Francia, Marine Le Pen es digna hija de su padre, puro veneno azucarado que no reniega de su herencia ideológica, sólo disimula para alcanzar el poder .

En nuestro país, la ultraderecha vive su época de vacas gordas, sobre todo porque su víctima es su aliado, el Partido Popular, que pretende nadar en Francia mientras guarda la ropa en España, y acabará escaldado, porque eso no es agua, es un caldo puesto al fuego y ellos están dentro. Alberto Núñez Feijóo y Mañueco celebran en las redes y ante los micrófonos el triunfo de Macron: el segundo le da la enhorabuena y afirma que “su triunfo en las elecciones presidenciales francesas representa la moderación y el diálogo, así como la defensa y el valor de la Unión Europea.” Consejos vendo, que para mí no tengo, porque él, como todo el mundo sabe, preside Castilla y León con el apoyo de la misma ultraderecha de Le Pen, traducida al castellano, y la ha metido en su Gobierno. Miro en el diccionario, busco la palabra “hipocresía” y no pone: “véase Mañueco”, así que hay que avisar a la RAE para que incluya esa acepción. Porque, vamos, es que fachas no sé, pero desfachatez les sobra toda la del mundo. 

El jefe Feijóo, posiblemente, cree que con no ir a la toma de posesión de Mañueco y no salir en la foto con sus socios de Vox, el pacto con ellos no desaparece, pero se hace invisible. Es la táctica del avestruz, pero al revés: aquí pretenden que sean los demás quienes se entierren la cabeza en el suelo. Así que mientras destacadas dirigentes de Vox se hacen retratos con Marine Le Pen para festejar su noche de urnas llenas, su socio en Madrid, Castilla y León o Andalucía, el nuevo presidente del PP y gran esperanza blanca y blanqueadora de la formación celebra la victoria de Macron, porque con ella “Francia ha decidido seguir por el camino de la estabilidad, la centralidad y la moderación.” De verdad, es que aquí en lugar de ir a una compañía energética deberían colocarlos en una peluquería, dada su manera de tomarle el pelo al personal. Si enfrentarse a la ultraderecha es optar por la estabilidad y la moderación, ¿aliarse con ella será todo lo contrario? Blanco y en botella. La pregunta, en cualquier caso, ya la había contestado por anticipado el propio equipo de Macron: “No hay que pactar con Vox, hay que derrotarlos.” Era cuando se publicó que nuestros patriotas de bandera y chiringuito los financiaba Putin, que les echó un cable de nueve millones de nada: eso se lo gasta él en cuatro bombas de esas con la que asesina civiles en Ucrania. Se sabe que unos le han vendido el alma a otros, pero no está claro quién es el diablo.

Miras a Francia y lo ves: la involución está en camino. Y el problema ya no son los monstruos, sino quienes los llevan en brazos. Putin a un lado, al otro la extrema derecha: eso sí que es una pinza. A ver cuántas manos aprietan las tenazas y qué machacan con ellas.

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