Qué ven mis ojos
Las espadas siguen en alto, pero ahora son de madera
“La democracia es la ciencia de hacerse más fuertes cuanto más se le cede al adversario”.
No es el fútbol: el deporte nacional es tirar balones fuera
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Una historia es peor cuando no tiene un héroe o heroína, y lo cierto es que en la tragicomedia catalana no se ve ninguno en el horizonte: esto ha sido una guerra de secundarios, en la que los vaqueros no sabían cabalgar y a los indios se les veía el reloj de pulsera. Un desastre. Ahora el campo de batalla ha cambiado, porque unas elecciones son una nevada al revés, en lugar de blanquearlo todo lo ennegrecen. Pero también sirven para hacer extrañas parejas, porque hay quien cree que para llegar al poder valen cualquier escalera y cualquier atajo, como prueban a dúo, sin ir más lejos, el historial de alianzas y pactos de Jordi Pujol y el descaro con que sus sucesivas medias naranjas de izquierdas y derechas miraban para otro lado cuando él se acercaba, con tal de no perder las llaves de La Moncloa. Y cuando el que lo saca a bailar era el enemigo, se agitaban las banderas y se removían los peores sentimientos, se echaba veneno al café y se azuzaba a la jauría con el cuento de fantasmas de la unidad nacional, en el que el nacionalismo hacía de lobo. Hace ahora veinte años que empezó todo y fue en Madrid, en la plaza de Las Ventas, el día en que Raimon fue al homenaje a Miguel Ángel Blanco y la mitad del público lo abucheó por cantar en catalán. Mientras eso pasaba a pie de escenario, en las alturas hubo quien no aplaudía porque es imposible hacerlo mientras te frotas las manos.
Las encuestas dicen que el 22 de diciembre las cosas van a quedarse como estaban, salvo que la participación roce el noventa por ciento. Y en cualquier caso, parece que habrá votantes que se vayan del PP a Ciudadanos o de ahí al PSOE, pero muy pocos que salten del independentismo al constitucionalismo. El resultado será muy parecido al que ya había y los comunes tendrán que desempatar, algo que no se sabe si es de pura lógica, porque así el equilibrio queda en manos de los equilibristas, o un problema dentro de otro. Y lo mismo ocurre en todas las formaciones, que nada más cerrarse las urnas tendrán que abrir las ventanas y bajarse de los pedestales para buscar una salida a este largo túnel y compañeros de viaje con los que llegar a buen puerto, algo que no resulta nada fácil en estos mares de la política, surcados por piratas, corsarios y bucaneros de la peor clase.
Las espadas siguen en alto, pero ahora son de madera. La intervención de la autonomía por parte del Gobierno y a través del famoso artículo 155, la huida del último president a Bruselas y la para muchos inexplicable permanencia en la cárcel de la flor y nata de su Govern, lo condicionan todo. En el Tribunal Supremo se tiene en cuenta lo que hicieron los detenidos, lo que intentaban hacer y lo que eventualmente podrían intentar repetir. Se pone en la balanza lo que pasó y lo que pudo haber sucedido. Y da la impresión de que los delitos más graves de los que se acusa a los presos, son los últimos, los que no llegaron a cometerse, los que se dio pie a que pudieran ocurrir. En los colegios electorales no se puede saber muy bien qué peso tendrá todo eso. Son días apasionantes de los que quién sabe si podría salir una nueva forma de entendimiento, aunque sea por conveniencia más que por convicción, que le recuerde a quien lo haya olvidado o preferiría no saberlo, que la democracia consiste en que todo el mundo tenga su sitio y en que nadie lo saque de ahí a empujones. Tan fácil y tan complicado como eso.