Feijóo tiene dos problemas: está solo y mal acompañado

Por los titulares de los periódicos no pasa el tiempo, pero por sus protagonistas sí; tanto, que en algunas ocasiones terminan por estar de acuerdo con quienes los criticaban. Por ejemplo, lees los que se le dedicaron a Felipe González a propósito de sus pactos con Jordi Pujol en los años noventa, “González compromete los intereses generales de España para continuar en el poder” o “España tendrá que soportar el alto precio que González paga a Pujol a cambio de continuar en el poder”, y se parecen como dos gotas de agua a los que le hacen hoy en día contra Pedro Sánchez por sus concesiones a Puigdemont. La diferencia es que con esos argumentos de ahora, que son casi idénticos a los de antes, sólo que con otro nombre, González está de acuerdo.

Lees después los que le dedicaban los mismos diarios a Aznar cuando hizo exactamente igual, darle a Pujol lo que le pedía a cambio de que este apoyara su investidura, y resulta que, sorpresa, sorpresa, dicen justo lo contrario y definen el acuerdo como un “pacto para la gobernabilidad de España.” Es verdad que la lista de concesiones políticas, fiscales y económicas que hizo el entonces líder del PP al de CiU fue monumental e incluyó el indulto a dieciséis terroristas condenados de Terra Lluire, que como se sabe pedían la independencia de Cataluña a tiros, pero ya sabemos que cuando hay banderas de por medio hay quien prefiere ver el dedo a ver la luna, en aquel caso el dedo acusador que tanto le gustaba y le gusta esgrimir al presidente Aznar, siempre tan suyo.

La presidenta de la comunidad de Madrid dice que el del Gobierno está colando por la puerta de atrás una dictadura, pero resulta que son sus colegas de la ultraderecha, con quienes está a partir un piñón, los que van por las calles gritando vivas a Franco

El asunto de la amnistía sigue coleando y lo hace con cola de dragón, un animal mitológico pero que lanza fuego de verdad, como podemos ver estos días ante las sedes del PSOE. Dejando aparte a los fanáticos y la violencia de parte de los manifestantes, las opiniones a favor y en contra de la medida de gracia son respetables y tienen sus pros y sus contras. Pero el ruido y la furia de algunas protestas no tienen un pase; ni la reacción desaforada de las asociaciones de guardias civiles que hablan de derramar hasta la última gota de su sangre por la patria, que tienen un aroma siniestro; ni merecen gran credibilidad los aspavientos de parte de la magistratura, justo la que tiene mucho que ver con el bloqueo a todas luces anticonstitucional del Consejo General del Poder Judicial y otros organismos: todos ellos sobreactúan y dan una imagen partidista que no es aceptable ni en unos ni en los otros, obligados a la imparcialidad. Igual a algunos de los uniformados les hacía más gracia el "a por ellos, oé" de 2017 que tener que cargar, o ver que lo hacen sus compañeros, contra los hoy satirizados como “cayeborroka”, porque quien a eslogan mata a eslogan muere, que siguen pensando que las ideas se imponen con bates y porras y que un país se puede construir a ladrillazos. La presidenta de la Comunidad de Madrid dice que el del Gobierno está colando por la puerta de atrás una dictadura, pero resulta que son sus colegas de la ultraderecha, con quienes está a partir un piñón, los que van por las calles gritando vivas a Franco.

¿Por qué la derecha que tanto alababa el espíritu de la transición y el modo en que en aquella época decisiva se avanzó porque todos dieron un paso atrás, renunciando a algunos principios para poder empezar de cero, ahora pone el grito en el cielo para afirmar que los siete votos de Puigdemont equivalen a las doce monedas de Judas? ¿Era realmente más fácil hacer borrón y cuenta nueva con una dictadura criminal que había estado treinta y ocho años asesinando a sus compatriotas? La radicalización de ese discurso nos priva a todos de un debate sosegado y admisible sobre un tema que, obviamente, es importante. Y tampoco ayudan las mentiras que se repiten hasta la extenuación, como que se acepta la celebración de un referéndum. Se habla de la posibilidad de hacerlo en el marco de la Constitución, que efectivamente acepta esa posibilidad pero siempre y cuando sea convocado por el Jefe del Estado y votado por todas y todos los españoles. Lo que ha hecho el independentismo es renunciar a la unilateralidad, porque no es posible, no se les permitirá y hasta ellos lo han comprendido. Que ERC y JpC lo dejasen claro en la sesión del Parlament del otro día, votando en contra de esa posibilidad, debería de ser suficiente como para hacer reflexionar hasta a los más obtusos. 

Pero me temo que aquí estamos hablando de otra cosa, que es de un nuevo fracaso del Partido Popular en su camino a La Moncloa, de la frustración que le produce a su jefe verse otros cuatro años en la oposición y del miedo que le da la lucha interna que pueda declararse dentro de su partido, en la que no se le ve tampoco cara de ganador. Aquí estamos, entre los que dicen que Sánchez es capaz de cualquier cosa y Feijóo un incapaz, es decir, en medio de un fuego cruzado. No parece que pedir una huelga general, como hizo Feijóo en la marcha de la Puerta del Sol, o exigir otras elecciones, sea realista, porque lo que dice la realidad es que él y su formación sólo tienen el apoyo de la extrema derecha y de UPN y el PSOE tiene de su lado a todos los demás, del PNV a Coalición Canaria y de Sumar y Podemos a ERC o BNG. Está solo y además mal acompañado. Y ese es su verdadero problema.

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