Qué ven mis ojos

Todos los himnos los escribe el diablo

“Nadie está más cerca de acabar a palos que dos personas que mueven dos banderas distintas”.

En un mundo lleno de altavoces y mentirosos, de ruido sin nueces y demagogia a granel, si quieres saber exactamente lo que has oído, tienes que fijarte en quién habla, porque dependiendo de si es una persona íntegra y coherente o es justo lo contrario, tendrás que restarle a lo que diga el hecho de que lo dice ella; o al revés, si es de fiar, lo que sostenga estará avalado por su trayectoria, por su buena reputación. En España, lo último no se ve mucho, no suele pasar, como dejan muy claro las valoraciones periódicas que hacen los ciudadanos de los líderes políticos: ninguno aprueba, ninguno genera confianza; así que ganará el menos malo o el que defienda las mismas ideas de quienes lo votan a regañadientes, a pesar de ser ella o él los candidatos.

Como el mundo del discurso también tiene sus modas y a los mítines hay que ir con el último grito en la boca, a que se te escuchen las palabras que estén en temporada alta, resulta que en los últimos tiempos se ha hecho omnipresente el populismopopulismo, unas veces así, en forma de sustantivo, y otras, cuando hace falta usarlo para desacreditar a los rivales o sencillamente para mofarse de ellos, como adjetivo. Y de una manera o de la otra, ahora mismo ese término es el clavo ardiendo más al rojo vivo, el gran as en la manga, la llave que abre y cierra todas las puertas. Lo sospechoso del caso es que quienes más lo utilicen, día y noche, por tierra, mar y aire, hasta el punto de haberlo convertido en un comodín que vale para todas las jugadas, sean los miembros de una formación que se llama Partido Popular. En segunda posición, están los de otra que se llama Ciudadanos. Ahí lo dejo.

¡Populistas! Los cargos públicos y los aspirantes a serlo en cuanto quede una silla libre, la repiten a diestro y siniestro, se la devuelven unos a otros a raquetazos dialécticos, la dejan en el tejado del enemigo, la recortan y se la clavan al adversario en la espalda lo mismo que si fuera uno de esos muñecos del Día de los Inocentes… Y eso es sólo si hablamos de lo que dicen, porque si habláramos de lo que hacen, no acabaríamos nunca, dado que esa gente no tiene límites, lo mismo se sube a un tractor que se pasea por un mercado, abraza niños, tira a canasta o se da eso que se llama un baño de multitudes, que no es más que una representación del éxito en la que la multitud hace el papel de agua sucia y su trabajo consiste en enjabonar a la estrella del espectáculo.

Quienes no se mueven, no notan sus cadenas

El último episodio de esta serie ha tenido un cameo de la cantante Marta Sánchez, que durante un concierto tuvo la idea, o tal vez la ocurrencia, de interpretar un himno de España con letra propia y con un cierto aroma de canción de emigrantes: "Vuelvo a casa, a mi amada tierra, / la que vio nacer mi corazón aquí./ (…) Crece mi amor / cada vez que me voy, / pero no olvides que sin ti / no sé vivir". Ha habido quien la ha jaleado, entre otros la mayoría de los presentes el día de la actuación, y quien ha dejado caer sobre ella un alud de descalificaciones. “Debemos asegurarnos de que lo que escribimos ofende a la gente apropiada”, decía el escritor Randall Jarrell, y es posible que ella haya pensado lo mismo, sólo que con sus propias palabras.

Por supuesto, la artista tiene todo el derecho del mundo a aspirar a ponerle letra al himno, no faltaría más; incluso lo tiene, porque es lógico, a soñar que la iniciativa haga de pegamento, que propicie la reconciliación de los presuntos antagonistas y que su creación sea un abrazo de Vergara con ritmo. Francesco de Gregori lo hizo con Viva l’Italia; Joaquín Sabina lo imitó en Mater España. Que esta vez la iniciativa le haya gustado más a la derecha que a la izquierda, igual tiene que ver con el verso más desafiante de la composición, “rojo, amarillo, / colores que brillan en mi corazón”, porque habrá quien lo interprete como una loa a la bandera monárquica y una refutación del morado y las aspiraciones republicanas.

Pero, con todo, y al margen de los méritos o deméritos poéticos que uno le pueda atribuir al texto, para Marta Sánchez, nada más que respeto. Peor, como suele ocurrir, ha sido lo del presidente del Gobierno y el opositor a serlo, Rajoy y Rivera. El primero, ha corrido al teclado y ha escrito en Twitter: "Muy buena iniciativa. La inmensa mayoría de los españoles nos sentimos representados. Gracias, Marta". El segundo, más de lo mismo, pero disparando a la diana más grande: "‘Rojo y amarillo, colores que brillan en mi corazón y no pido perdón’. Valiente y emocionante @Martisima_SoyYo —ojo al nombre de guerra, eso lo añado yo— poniendo letra y corazón al himno nacional". Y luego, uno y otro se volverán a subir a una tribuna, mirarán a su alrededor y, levantando un dedo a modo de espada, gritarán a los cuatro vientos: ¡Cuidado con el populismo!

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