Luchas internas, pinzas, escisiones… Bienvenidos a la casa común de la izquierda

Hay parejas que sólo siguen unidas por miedo a separarse. Hay parejas que ya no se quieren, pero aún se necesitan; las hay que están juntas por simple interés o que conviven porque no tienen otro sitio u otra compañía mejores a los que recurrir. Tradicionalmente, la izquierda española es todo eso a la vez, y por eso su historia de nunca acabar está llena de enfrentamientos, luchas internas, pinzas, disidencias, tránsfugas, escisiones… Una y otra vez, el enemigo está en casa y es la mano que mece la cuna, todas las piedras se tiran contra el propio tejado y todos los tiros se los da el dueño del arma en el pie. Y parece que la nueva plataforma de Yolanda Díaz es otro plato del mismo menú.

Visto desde fuera, da la impresión de que, dadas las circunstancias, debiera de haber más razones para entenderse que para combatirse: el Gobierno de coalición sigue en marcha, aunque sea con las diferencias de criterio lógicas entre dos formaciones distintas; las encuestas auguran buenos resultados; la vicepresidenta, en concreto, es la líder mejor valorada por los ciudadanos y algunas de sus apuestas en el ministerio del que es titular están entre los mayores logros de la legislatura; su tono, a la vez firme y respetuoso con el adversario, es digno de tenerse en cuenta, dado el clima de crispación que generan las derechas del país. Unidas Podemos, pese a los ataques despiadados de la oposición, sigue contando en el ejecutivo con Ione Belarra e Irene Montero; Izquierda Unida mantiene a Alberto Garzón… No parece, en principio, que haya razones para la ruptura, aunque las haya para la disputa.  Sin embargo, la cosa pinta tan mal que el hecho de que el nuevo proyecto se llame Sumar, ya casi suena a ironía.

O reman todos en la misma dirección, aunque sea en barcos diferentes, o el naufragio está a la vuelta de la esquina. La derrota será inevitable si la guerra cainita estalla y no sería una derrota, sería un suicidio

El enfrentamiento es total y los cuchillos verbales van de un lado a otro, el aire corta y el agua de la jarra del orador está envenenada. A Díaz, que ya ha dicho en la presentación de su candidatura lo que se dice siempre en estos casos, eso de que viene a ganar y aspira a ser la primera presidenta de España, le repiten de forma recurrente sus supuestos camaradas, y además lo hacen ya sin disimulos, que es una traidora, que está apuñalando por la espalda a quienes la pusieron donde está, sin ahorrarse ese argumento de ecos paternalistas. Ella responde con calma y dando una imagen conciliadora, pero dejando claro que, ahora mismo, se siente autosuficiente y se ve a sí misma como la auténtica jefa de la izquierda más a la izquierda del PSOE, donde, al menos de momento, le han dejado abiertas las puertas de entrada, ya veremos si también las de salida. Los socialistas parece que desean libarse de sus aliados porque, de forma comprensible, sueñan con mandar en solitario, como todos los partidos con aspiraciones reales al poder. Sumar, parece que aspira a quedarse con todo el territorio ideológico que ahora ocupan entre todos los partidos que han llevado a Pedro Sánchez a La Moncloa. Ahí se vuelve a ver a Goya y su cuadro de las dos figuras que luchan a golpes, medio enterradas en el barro, condenadas sin remedio a aniquilarse la una a la otra, mientras, probablemente, sus verdaderos rivales las miran desde la barrera, se frotan las manos y sonríen.

Los nombres han cambiado porque pasa el tiempo, pero la batalla es la de toda la vida y la impotencia de las y los votantes también, porque da igual si la victoria está al alcance de la mano cuando todos la retiran y nadie la pone en el fuego por nadie. O reman todos en la misma dirección, aunque sea en barcos diferentes, o el naufragio está a la vuelta de la esquina. La derrota será inevitable si la guerra cainita estalla y no sería una derrota, sería un suicidio. A este paso y por el camino que van, la primera presidenta de nuestro país no será Yolanda Díaz sino Isabel Díaz Ayuso.

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