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Qué ven mis ojos

La macroeconomía nos convierte en micropersonas

“Los cínicos son como las monedas: su otra cara es una cruz”

En lugar de perder el tiempo con vetos parentales tan bochornosos que tienen que llamarles pin, dedicarse a sembrar cizaña y a hacerle sentir vergüenza ajena a cualquiera que tenga dos dedos de frente, con esa sarta de naderías que dicen por los márgenes del centro-ultraderecha, lo que tendríamos que hacer es lograr que las y los alumnos de nuestras escuelas, colegios y universidades lean más. En eso, no puede uno estar más de acuerdo con el nuevo ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, tanto como para ir a ponerle una vela a Cervantes para que sus declaraciones no se las lleve el viento. El titular de esa doble cartera siempre lo va a tener difícil en España, dado que debe ocuparse de la Cultura y el Deporte, disciplinas en las que se aspira de forma ideal a la inteligencia y el juego limpio, es decir, precisamente lo que no existe en nuestra política, hecha de zafiedad y marrullería. Los sucesivos gobiernos de la democracia han reducido la Cultura al terreno de lo decorativo y su titular ha estado por lo general en el Consejo de Ministros como un burro amarrado a la puerta de un baile, por decirlo con una canción de El Último de la Fila. Por eso aquí nadie lee el Quijote y no podemos decir de su autor lo que se dice de Hamlet o Romeo y Julieta en Gran Bretaña: uno no es completamente inglés hasta que no ha leído completamente a Shakespeare. Qué envidia.

El siniestro neoliberalismo ha reducido a las personas a la categoría de los números, para que así sobren las palabras y las razones y todo se explique con un porcentaje, una cifra que nos roba nuestra condición humana y nos hace parte de una simple matemática en la cual, naturalmente, hacemos el papel de ceros a la izquierda. Es la economía, estúpidos, nos dijeron, y ahí el mundo se partió en las dos mitades de siempre, los poderosos se quedaron con el dinero y la gente humilde con el insulto. Y más ahora, cuando todo de explica con términos gigantes que nos dejen claro cuál es nuestro sitio y que en esta película no hacemos de protagonistas ni de actores secundarios, sino de extras, una especialidad para la que no hay premio ni en los Goya. Se puede explicar con una frase: la macroeconomía nos convierte en micropersonas.

También dice Rodríguez Uribes en esa entrevista con el diario El País que hay que buscar consensos y dejar de considerar al adversario un enemigo al que no se tiene que ganar ni mucho menos convencer, sino destruir, porque eso acabará con una dialéctica que de momento no es la de los puños y las pistolas, como decía el fundador del grupo terrorista Falange Española, que sigue en el Valle de los Caídos con la disculpa de que él sí fue una víctima de la Guerra Civil, que es un despropósito comparable al que sería incluir a Hitler y Musolinni entre las de la Segunda Guerra Mundial y, en consecuencia, igualarlos a las del Holocausto. Por suerte y porque estamos en otra época, los jefes y partidarios de Vox, a día de hoy, no son más que fascistas de salón, porque los de verdad formaban grupos paramilitares que recorrían los países matando a tiros a los izquierdistas y poniendo bombas que hicieran correr la sangre y temblar el sistema hasta conseguir que se derrumbara, para luego ir a salvarlo a tiros. Pero la salvación está en otra parte, está en los libros, en los museos, en las salas de conciertos de toda clase… Ahí es donde una nación se hace grande y su ciudadanía aprende a ser libre. No tenemos petróleo, pero tenemos el Siglo de Oro, a Bécquer y a Rosalía, a Galdós y a Pardo Bazán, la Generación del 98 y la del 27, a Goya, Velázquez, Picasso y todos los demás, y eso es nuestro sistema de medida, lo que demuestra que podemos ser excepcionales. La talla de un país crece por dos motivos: porque exista un Cervantes y porque se le lea. Es decir, porque el genio sea la excepción, pero valorarlo sea la regla. Y del autor de las Novelas ejemplares para abajo, exactamente igual.

Tendrá el ministro que mejorar la ley de propiedad intelectual, acometer la ley de mecenazgo, terminar el Estatuto del Artista, atraer a los directores extranjeros con incentivos fiscales para que vengan a rodar a nuestro paraíso, convencer a Hacienda de que rebaje de forma drástica el IVA del sector y enmendar algunos dislates como el que se puso en marcha en la Dirección General del Libro y que afectaba al Plan de Fomento de la Lectura, algo decisivo para animar al alumnado de los institutos a abrir una novela o un poemario y cuyo último funcionamiento era el siguiente: cada centro llama a tres autores, tiene que convencerlos de que vayan a dar una clase y hacer que reserven una fecha para llevar a cabo la visita, pasarle la propuesta al Ministerio de Cultura y que luego sea la Dirección General del Libro la que decida quién de los tres va. La mayoría de los autores que siempre habíamos dicho que sí y hecho sitio en los calendarios, seguros de que valía la pena el esfuerzo, porque se trata de una actividad útil para los jóvenes, entre los que siempre te encuentras a aspirantes a la literatura, empezamos a decir que no: con las agendas llenas de compromisos, nadie bloquea tres días durante meses, a la espera de ser elegido o descartado.

La Generación del 27 no fue producto de una casualidad, del hecho fortuito de que de forma casi simultánea García Lorca naciese en Granada, Alberti en Cádiz, Gerardo Diego en Santander o Luis Cernuda en Sevilla; ni la aparición de mujeres como María Zambrano, Rosa Chacel, María Teresa León, Concha Méndez o Maruja Mallo fue otro fruto del azar, sino que ambas cosas fueron el resultado de las políticas culturales de la República, la consecuencia de que se impulsasen una tras otra la Institución Libre de Enseñanza, la Residencia de Estudiantes, el Lyceum Club, el Instituto-Escuela o las Misiones Pedagógicas. ¿Sabrán algunas y algunos de qué les estoy hablando? Si no, que estudien, que falta les hace.

Primera lección: la democracia se hace con votos, no con vetos. A ver si así, explicándoselo de poco en poco, consiguen entenderlo.

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