"Un cruce de amenazas no es un diálogo"
“El progreso no es irreversible”, terminó ayer advirtiendo Pedro Sánchez, que había empezado justo por el otro extremo, calificando a Albert Rivera de “reversible, como las chaquetas”. Al líder de lo que queda de Ciudadanos, o de lo que fue o decía ser ese partido, le dio igual, no había ido a eso, sino a encumbrarse como la cabeza visible del centro-ultraderecha, mientras las otras dos se mordían la lengua. Gracias sobre todo a él, que ha convertido la pérdida de papeles en un método discursivo, la sesión fue más bate que debate y menos investidura que embestidura. Ninguna sorpresa, estaba cantado.
El problema de Rivera es que de tanto darle la vuelta al traje, se ha quedado sin vuelta atrás, porque a fuerza de meter tijera hay un momento en que el tejido ya no aguanta, la misma aguja que lo cose lo agujerea y lo va debilitando, ahora por la izquierda, ahora por la derecha, nada por aquí, nada por allá, y así hasta que te quedas sin hilo y al desnudo. Eso es lo que le ha ocurrido al jefe naranja, que como es capaz de cualquier cosa con tal de llegar al poder o sus alrededores, desató a un PP enredado en la corrupción, lanzándole desde la orilla un auténtico balón de oxígeno, y peor aún, también a Vox, que está aquí, en gran parte, porque él se lo ha traído de Cataluña al grito de que viene el lobo. Y vino, por supuesto.
Después, Rivera usó esa misma cuerda para hacerle un cordón sanitario al PSOE y jugar a la comba ideológica, pero su último salto ha sido mortal y él y sus fieles se han quedado al otro lado, en un desierto desde el que dar voces y donde él se mueve en círculos, ha olvidado de dónde se supone que venía y no sabe dónde iba. Sus huellas se han borrado y muchos de sus compañeros de viaje ya no le siguen. Quién podría culparlos.
Repitió ayer Rivera que él lidera la oposición, pero eso es nada más porque, una de dos, no sabe contar o sí sabe pero como no le salen las cuentas, decide cambiarlas, como el mal estudiante que falsea sus notas: sólo así se explica que olvide que Pablo Casado y su PP recibieron más papeletas en las urnas y que hablara una y otra vez de sus “cuatro millones trescientos mil votantes” en las últimas elecciones, lo que supone inventarse alrededor de ciento cincuenta mil. Tiene que cambiar de asesores que le hagan ver que las palabras a veces se ponen del lado del mentiroso, pero los números, nunca.
El tono de Rivera fue cualquier cosa menos moderado, que es el tercer adjetivo con el que le gusta describirse a sí mismo, tras centrista y liberal, aunque cada vez se parece menos a Adolfo Suárez y más a José María Aznar, que dijo algo parecido, sólo que con más gracia: “Humildemente, creo que he hecho Historia”. El líder de pega de la derecha española llamó “banda” a cualquiera que esté dispuesto a apoyar al PSOE, incluyendo en esa caterva de presuntos delincuentes al PNV o Compromís; y en su particular juego de patriotas, dio la impresión de insultar a Sánchez y ningunear a Casado pero, más que nada, de luchar contra Abascal por la silla de mando del extremismo dialéctico, por eso su discurso fue crudo, violento, demagógico, repetitivo y por momentos tabernario, dando la impresión de que el fin justificaba los medios y que a él todo le vale, desde el terrorismo y sus víctimas, al sistema judicial, la sepultura de Franco, los impuestos, la economía... “Yo no voy a insultar ni voy a bajar al barro”, sentenció, mientras intentaba salpicar con él a todo el hemiciclo. No se le escapó una palabra, eso sí, sobre su otro aliado de la plaza de Colón, que ha venido a la política nacional para sabotear la democracia, a los parlamentos autonómicos para destruir nuestra organización territorial y a nuestras vidas para empeorarlas. “El no a Sánchez es un sí a España”, dijo Rivera, pero lo podría haber dicho Abascal. Con esa falta de credibilidad, cómo va a dar a nadie lecciones de nada.
El otro gran combate de la noche lo libraron los supuestos socios Sánchez e Iglesias. El primero había dicho que los retos a los que se enfrentará el próximo Gobierno son “el desempleo y la precariedad, la revolución digital, la transición ecológica, la discriminación de la mujer, la desigualdad social y el futuro de Europa" Pero el caso es que en esa lista falta lo que las y los ciudadanos de España consideran, en estos momentos, el segundo gran problema de nuestro país: los políticos. ¿No será por el ejemplo que están dando el PSOE y Unidas Podemos? Porque que baje Dios y lo vea si realmente se le puede llamar “negociar” a ofrecerle una coalición a UP mientras le suplicas una abstención al PP y C’s, de hecho, muy parecida a la que él se negó a darle a Rajoy, prefiriendo renunciar a su acta de diputado.
“Nos une la promesa de la izquierda”, dijo Sánchez a Iglesias, minutos antes de amenazarlo: “Cuidado con lo que vota, que acabará del lado del PP y Vox”. Su rival aceptó el intercambio de golpes: “Si usted es incapaz de llegar a acuerdos con nosotros, temo que tampoco llegue a ser presidente de España”. La verdad es que viendo el nivel de los oradores de este primer asalto, uno se pregunta si es comprensible que en Ferraz se permitan el lujo de prescindir de un aliado como Iglesias, ayer de nuevo el más claro, más directo, menos demagogo y más de izquierdas de todos los que subieron a la tribuna. Aparte de que tenerlo en el Consejo de Ministros sería una forma de poner en su sitio a las famosas cloacas del Estado, que lo espiaron y calumniaron, para demostrar que en ocasiones no ganan los malos. Puede que no lo haga y puede que sea una lástima. A veces tropezar en la misma piedra te hace avanzar y otra veces sólo te hace caer.
"Un cruce de amenazas no es un diálogo"