Vinicius y la caza del mono

Todo es un espejo, el deporte también, y el fútbol, por su omnipresencia, es uno que, dadas sus dimensiones, refleja a una parte considerable de la sociedad. “En la mesa y en el juego se conoce al caballero”, dice el refrán. Y a la señora, naturalmente. Por desgracia, una de las cosas que se ven en los estadios es que la lacra del racismo se multiplica en nuestro país, donde esa enfermedad venenosa de la mente y el alma parece contagiar a demasiadas personas, a unas porque les nubla los ojos y a otras porque les llena la boca de disculpas, matices y atenuantes. Da la impresión de que hay aquí demasiada gente a la que, en el fondo y aunque no se atreva a decirlo a las claras, la cosa no le parece tan grave.

Quien esté más o menos al tanto de esta cuestión recordará al jugador entonces del Barcelona Samuel Etóo abandonando un partido tras sufrir graves insultos racistas; o el episodio vivido por Iñaki Williams, del Athletic de Bilbao. Pero quien últimamente se lleva la palma es el brasileño Vinicius, del Real Madrid. En el encuentro de este fin de semana, en el campo de Mestalla, lo estuvieron ofendiendo hasta que el extremo se paró en la banda, señaló a dos desaprensivos que no paraban de llamarlo “mono” y de hacer ruidos de simio; la policía los detuvo, se dice que el club les prohibirá de por vida entrar en su campo y les retirará el carnet de socios, si es que lo son. El Real Madrid ha denunciado los hechos ante la Fiscalía General del Estado y la de Valencia ya ha iniciado de oficio una investigación. Ojalá el castigo sea ejemplar y esa canalla sea retirada de la circulación y no pueda volver a ser un ejemplo lamentable para la niña o el niño que van a disfrutar del espectáculo con sus familias y no tienen por qué sufrir la influencia de semejantes energúmenos.

El entrenador del máximo rival, Xavi Hernández, que aparte de haber sido un centrocampista celestial y haber ganado la Liga este año haciendo casi magia con su plantilla, es todo un señor, ha reflexionado sobre el hecho inaceptable de que en el fútbol pase lo que no pasa en ningún otro oficio: que se normalice el insulto. Y no ha podido ser más claro sobre cuál es su postura: “Aquí no hay escudos ni camisetas, hay que condenar estos actos, hay que parar los partidos y, si hace falta, los paramos y nos vamos para casa.” Son unas declaraciones que conviene escuchar con sombrero, para podértelo quitar.

Hasta aquí, todo bien. A partir de este punto, sin embargo, empiezan los problemas. Hay quienes parecen, si no justificar, sí, al menos, pasarle un poco la bola a la víctima, con el argumento de que es un provocador, que su juego enciende a los rivales y los aspavientos y protestas cada vez que sufre una de las muchas faltas que le hacen, soliviantan a la grada. ¿Eso hace menos grave el racismo que sufre? Porque estamos hablando de dos cosas que no sólo son distintas, sino que se vuelven peligrosas si se mezclan. Vinicius, desquiciado por los agravios que padecía, terminó envuelto en una tangana, fue agredido y agredió, pero sólo le sacaron tarjeta roja a él y se fue al vestuario, sin duda en esto equivocándose, diciéndole a la afición rival: “¡A segunda, os vais a segunda división!”

Esas manadas violentas deben desaparecer de nuestro deporte, no representan ninguna camiseta y sólo valen para manchar los escudos que dicen amar. Son ultras, seres nocivos, unos impresentables

El dilema ahora está en el número de los cafres. ¿Eran los dos identificados o eran muchos más? Hay imágenes concluyentes de la llegada del autobús madridista a Mestalla en las que se ve y se oye a una multitud aullar a coro: “Eres un mono, Vinicius, eres un mono”. No es la primera vez. ¿Será la última? Esas manadas violentas deben desaparecer de nuestro deporte, no representan ninguna camiseta y sólo valen para manchar los escudos que dicen amar. Son ultras, seres nocivos, unos impresentables. Pero siguen ahí y hay quienes piensan que le dan color a las gradas, que son el corazón de las hinchadas. A mí me parece que son unos delincuentes, puesto que cometen delitos de odio que infringen el Código Penal, así que su destino no debería ser otro que los juzgados.

Vinicius, indignado con toda la razón del mundo, ha escrito que España es un país racista y que eso lo sabe todo el mundo en Brasil. También se ha quejado de lo poco que hace La Liga al respecto. Sueño que en lo primero se equivoque a nivel general y le doy toda la razón en lo segundo: los incidentes racistas son continuos en nuestros estadios, en todos, y las sanciones o no se producen o son ridículas. Decisiones de los clubes como la de prohibir acceder a ellos con el uniforme del adversario parecen hacernos regresar en el tiempo al pasado y señalar tanto a los locales como a los visitantes: unos parecería que son rufianes dispuestos a atacar a quien se atreva a ser del otro conjunto, y los otros entran, por lo visto, en la misma categoría que Vinicius: la de los provocadores. Un disparate.

Esto sólo se soluciona de una manera: impidiendo que estos cavernícolas del siglo XXI que nos producen vergüenza ajena a todos los demás, y seguramente más que a nadie a los que son seguidores pacíficos del mismo equipo, puedan poner un pie en un recinto deportivo. El remedio no es cerrar los campos, es cerrárselos a ellos. Y no les digo que su lugar sea el zoo, pero no como visitantes sino dentro de las jaulas, porque qué culpa tienen las fieras de que existan estos animales.

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