Cuidado con la coalición

Lo malo de los bulos es que pervierten la realidad y destruyen el debate de fondo. Lo bueno es que quien los alimenta y basa sus argumentos en una mentira es cuestión de días que haga el ridículo, caiga en contradicciones y pierda el debate. Así están acabando el PP y parte del PSOE con la polémica de las macrogranjas. Los populares borrando tuits, la Junta de Castilla y León eliminando vídeos, negando sus propias moratorias y los mensajes de apoyo a los colectivos Stop macrogranjas. Un regalo electoral para el candidato Fernández Mañueco, decían, pero han llevado el bulo tan lejos que su nuevo lema de las macrogranjas no existen puede darse la vuelta en plena campaña. 

No le ha salido mucho mejor al PSOE, con el presidente ignorando al Pedro Sánchez de 2019 diciendo exactamente lo mismo que Alberto Garzón. Han preferido descolgarse de su programa, en línea con la ONU y la UE, y mandar a medio Ejecutivo a desautorizar al ministro de Consumo mientras dan luz verde a las declaraciones reduccionistas de los líderes autonómicos. España no es la caricatura que muestran Javier Lambán y Emiliano García-Page. Y el tema es bastante complejo como para liquidarlo mandando a Garzón a una empresa cárnica a aprender a comprar “chorizo y filetes”, como ha dicho Page, o reducirlo a que no todos pueden pagarse solomillo de Charolais, según Lambán. 

El debate ha sido tan histriónico que los actores se han movido a posiciones más conservadoras en contra de sus criterios, contradiciéndose con lo que han dicho en el pasado. Las palabras de Garzón son ciertas y no ponían en riesgo nada. Ha sido el tratamiento político de la entrevista lo que ha desencadenado que la refriega llegue a Europa. Ahora Jane Goodall pide a España liderar la prohibición de las macrogranjas y el comisario de Agricultura reconoce que son “un problema” horas antes de su encuentro con su homólogo, Luis Planas. ¿De verdad hace falta hacer política así? ¿Qué nivel de conversación están instalando los cargos públicos? Cierto que la discusión está mediatizada por las elecciones autonómicas, pero después de estas, vendrán otras. Andalucía, Madrid, las generales. 

Si de aquí al final de la legislatura el Gobierno elige abrir fuego a su socio con cada polémica, a Yolanda Díaz no le costará recoger el rédito. La gente quiere política tranquila, no guerras gratuitas

Cuando el PP de Casado y Ayuso se han dado una tregua, llega la primera fricción del Gobierno. Porque como el debate no es donde empieza sino donde deriva, la polémica ha abierto otra sobre la salud de la coalición. Sobre si pasado el ecuador de la legislatura, se ha decidido cambiar el paso y tensionarla. El Gobierno, que se ha quejado tanto en el pasado de las maneras de su socio, ahora las repite. Aunque Garzón se hubiera equivocado, no eran las formas. Las declaraciones no buscaban intencionadamente generar polémica porque la entrevista se hizo antes de la convocatoria electoral. Y se ha cargado contra él porque hace daño a la campaña castellanoleonesa al tiempo que se ha dado vía libre a los líderes autonómicos socialistas con declaraciones que dañan la coalición. Sobra aclarar que acusar a un ministro de ser un vago no hace bien al Gobierno.

Será por la diferencia de fuerzas o por prudencia, en anteriores rifirrafes, con Yolanda Díaz al frente, en la coalición se han criticado las políticas pero no a los ministros. Pasó con la tanqueta militar de Cádiz, Díaz pidió su retirada de las protestas sin atacar al ministro Grande-Marlaska. O al mismo Ábalos con la Ley de Vivienda, se criticó que no saliera adelante pero nadie pidió su cese. Hasta ahora, en la coalición no se había atrevido a sugerir ceses y las discrepancias de contenido político no iban unidas a la crítica personal. Con Alberto Garzón se ha cruzado esa línea a sabiendas de que Yolanda Díaz mantendría la calma.

Precisamente esta semana, hace justo un año, Pablo Iglesias hacía balance de la coalición en Salvados. El periodista Gonzo le preguntaba: ¿Usted ahora mismo se fía de Pedro Sánchez?". El entonces vicepresidente respondía: “En política no hay que fiarse de nadie. La clave no es la confianza, es la correlación de fuerzas, el acuerdo de gobierno firmado por los dos”. Una respuesta dura que lejos de ilusionar denotaba un combate permanente. Esta misma semana, le hacían una pregunta similar a Yolanda Díaz: “¿Esto es un ataque a la coalición?”. La vicepresidenta pedía cuidarla, calma, escucha y un poco de paz. 

Horas después, Luis Planas cuestionaba la idoneidad de Garzón. En el Consejo de Ministros, su portavoz, Isabel Rodríguez, daba una respuesta parecida a la de Pablo Iglesias sobre la salud de la coalición: “Hemos cumplido con los compromisos. Y ahí me quedo”, zanjó. Si ahora el socio morado ha cambiado el combate por los puentes, no se entiende bien esta reacción. Una coalición no pasa por que piensen lo mismo, pero sí por evitar transmitir ansiedad a la opinión pública. Reducir el nivel de agresividad a cambio de aumentar el nivel de la conversación.

Aunque nos cueste definir qué es una coalición de éxito, cuidarla seguro que no es esto. Sabemos que no es un matrimonio, pero sí una alianza de entendimiento, la construcción de un proyecto que dura cuatro años. No es un excel de normas, ni un documento blindado que se liquide con un notario dando fé del acuerdo. Yolanda Díaz no es Pablo Iglesias. Su petición de cuidar la coalición también es un aviso. Las formas le pasaron factura al exlíder de Podemos. Si de aquí al final de la legislatura el Gobierno elige abrir fuego a su socio con cada polémica, a Yolanda Díaz no le costará recoger el rédito. La gente quiere política tranquila, no guerras gratuitas. 

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