El PP sujeta la cerilla de Trump

Hubo una portada de Der Spiegel que se hizo viral el pasado enero tras el asalto al Capitolio. Pasó desapercibida cuando se publicó en 2020 y lo clavó siete meses después. Donald Trump sujetaba una cerilla mirando a cámara en el despacho oval. Fuera, una turba violenta con incendio de fondo. Así, cerilla en mano, el PP ha decidido pasearse por España el resto de la legislatura, señalando de manera burda al supuesto enemigo, construyendo realidades paralelas y jaleándolas en el Congreso. 

El problema de Pablo Casado no es una acción política encaminada a pegársela en las generales, según el aviso de Aznar. O que, de tan descolocada, dé alas a Vox. La estrategia pivota sobre ejes inútiles para la fiscalización legislativa, erosiona las instituciones e incendia, ya no la calle -más quisiera-, sino a grupúsculos agresivos y de extrema derecha descolgados de toda representación. Minorías violentas que tratan de arrogarse una falsa mayoría. Individuos que imprimen la cara de Pedro Sánchez o Irene Montero y la colocan en una diana para sus prácticas de tiro. O se enfundan una chupa de camuflaje para asaltar el pleno de Lorca por una protesta ganadera aunque se dediquen a hacer quesos. 

Asociaciones de agricultores y ganaderos como la UPA, mayoritaria en el sector, salieron antes que el PP a denunciar el asalto al pleno de Lorca. Quienes realmente se juegan el pan condenaron el lorcapitol porque al minuto uno de ver las imágenes supieron que ni eran ellos ni era su estilo. Ellos estaban dentro, negociando, y no en las escaleras atizando a policías. La propia UPA negó que el casus belli fuera la provocación de un concejal. No por incierta, sino porque un insulto no puede alentar un acto violento. Hablan de bochorno, de ganaderos intentando parar a los que entraron por la fuerza. Y aun con la enérgica condena de las asociaciones convocantes, el PP miró para otro lado. Es un hecho que Vox justifica la violencia, el veto en Europa no es gratuito. Pero el PP ha dado un paso más allá en su tradición conservadora poniéndose de perfil con la fórmula del ‘condenamos, pero…’

Con Lorca se constata cómo el PP ha decidido romper la interlocución con la transversalidad y el votante de derechas tradicional. En la construcción de realidades paralelas, prefiere hablar de la supuesta “dieta comunista“ y salir de la hoja de ruta España-Europa. Esta semana se han impulsado leyes clave para el futuro del país. La reforma laboral y la ley de vivienda van a regular derechos fundamentales para el próximo lustro. Pero Casado prefiere poner al partido a debatir sobre el Cola-Cao de los ochenta, meterse con el feminismo de Eurovisión y animar a los asaltantes de Lorca. A cambio, no sabemos qué piensa sobre la transformación productiva, la transición agraria y ganadera, tecnológica o verde. 

Claro que la falsa polémica de Alberto Garzón con las macrogranjas está conectada con el asalto a un pleno donde se iban a restringir las granjas porcinas al límite de la normativa, en un municipio de 93.000 habitantes y un millón de cerdos. Las acusaciones, los insultos, los bulos, incitan otras acciones. Y no se explica cómo lo teníamos tan claro con Trump y nos cuesta verlo con el PP y Vox. Los populares están llevando la política de oposición a una suerte de barbarismo intelectual, resucitando argumentos con poco agarre en la España real. El nuevo ministro de Agricultura alemán ha declarado la guerra a la comida barata porque contamina, acelera la extinción de especies y lleva a las granjas a la ruina. El carro de la compra es una prioridad para los ecologistas y para la política de la UE. Incluso los agricultores defienden la sostenibilidad en los cultivos. Aquí, la derecha acusa a Garzón de imponer la dieta estalinista. Una dialéctica absurda que nos aleja de los debates de fondo.

Cerilla en mano, el PP ha decidido pasearse por España el resto de la legislatura, señalando de manera burda al supuesto enemigo, construyendo realidades paralelas y jaleándolas en el Congreso

Y por esa brecha que defiende la derecha entre comunistas y gente de bien, los ganaderos asaltantes de Lorca no merecen un trato distinto al de los independentistas en Cataluña o los activistas del Rodea el Congreso. La lista de casos a comparar es larguísima. Rita Maestre acabó sentada en un banquillo por entrar en una Iglesia a lo Rigoberta Bandini. A los cuatro activistas del tartazo a Yolanda Barcina les cayeron 2 años de cárcel y uno al activista que levantó los brazos en señal de “inequívoco apoyo”. El Supremo confirmó 19 meses de prisión a Isa Serra por agredir a un policía en un desahucio. Alberto Rodríguez acaba de ser expulsado del Congreso por una condena con el mismo delito imputado a los ganaderos de Lorca. En el caso de Serra y Rodríguez no hay imágenes; en Lorca, además del asalto, está grabado cómo cogen del cuello a un policía.

No ayuda la reacción lenta en la instrucción del atestado, con detenidos que se entregan voluntariamente cuando en otros casos estarían en los calabozos esperando pasar a disposición judicial. Urge que la causa se instruya sin agravios comparativos. El asalto de Lorca es una clarísima coacción a las instituciones y al Estado de derecho. No debe ser ejemplarizante pero tampoco indulgente. Los agravios policiales y judiciales disparan la desafección. Lanzan un mensaje que ahonda en la diferencia de trato por razones ideológicas o de clase. Lo ocurrido en Lorca no es la batalla del campo. Y así como la desinformación en los medios convencionales tiene consecuencias, en política la mentira y la incitación a situaciones que terminan en el asalto de Lorca deberían tenerlas también. 

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