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Los pactos y los vetos se adueñan de la campaña catalana sin suma a la vista para la gobernabilidad

Los raíles de la investidura están puestos

Somos yonquis de los acontecimientos memorables que duran cinco minutos. Adictos a la adrenalina del tuit desafiante, al todo o nada de una última hora que produce taquicardia. La política sigue siendo apasionante porque se trata del gobierno de lo que es de todos pero, en los últimos tiempos, la fragmentación la ha hecho más difícil de gestionar y el virus del populismo (que amenaza a las democracias desde dentro) la ha vuelto mucho más convulsa y áspera. 

Despojemos este jueves de agosto inusualmente intenso en el Congreso de toda la parafernalia y nos quedaremos con el funcionamiento normal, clásico y hasta previsible de la democracia, un sistema que en España tiene instrucciones pautadas en la Constitución desde hace más de cuatro décadas. 

Hay muchos intereses, sobre todo desde algunos partidos (en campaña permanente) y medios de comunicación (en busca de negocio con esos partidos y audiencia), volcados en hacernos pensar que se acaba el mundo, y que vivimos al borde de un precipicio, pero no hay más que tomar un poco de aire, si acaso buscar la perspectiva de un espectador extranjero (llama la atención cómo desde el resto de Europa se ve a España mucho mejor de lo que la vemos los españoles), para darnos cuenta de que no es así.

El 23 de julio ofreció una sola fórmula para asegurar la gobernabilidad en el país diverso y plural que se reflejó en las urnas: una coalición progresista, liderada por el PSOE y Sumar, que dé continuidad a los últimos años de enorme producción legislativa, avances sociales y económicos en medio de crisis sin precedentes. 

El resultado de las urnas fue más ajustado, estructurado por la campaña y los partidos en dos grandes bloques (guste más o menos, se reafirman elección tras elección), y requerirá el concurso de más fuerzas, pero es la única vía frente al fracaso de admitir que los políticos no saben gestionar el resultado de las urnas o incluso atreverse a decir a los ciudadanos que votan mal porque no votan lo que algunos quieren. 

Resulta lamentable que el primer partido en votos y escaños, que no pierde un día sin recordarnos que ganó las elecciones obviando que no tiene escaños para gobernar (dime de qué presumes y te diré de qué careces), prefiera abiertamente el fracaso de una repetición electoral poniendo sus intereses particulares por encima del respeto al resultado de las urnas, que reservan al PP la imprescindible tarea democrática de hacer oposición. O el poder o el caos, parecen preferir en Génova.

Una mayoría de 178 escaños se articuló por primera vez este jueves. Aglutina a una mayoría absoluta de los diputados y a una contundente mayoría del electorado, pero es sólo relativamente novedosa. Junts per Catalunya ya respaldó la moción de censura de Pedro Sánchez en 2018 (con Puigdemont en Waterloo) y el resto de partidos llevan apoyando, con más o menos regularidad, al Gobierno de coalición. 

Nada hay de excepcional en pedir contraprestaciones a los apoyos (si no tienes mayoría, tienes que negociar, eso también lo sabe el PP) ni en las medidas anunciadas este jueves. Impulsar la cooficialidad en Europa de lenguas que ya son oficiales en España o permitir su uso en el Estado, donde hay millones de ciudadanos que se expresan en ellas, no parece un pasito más hacia la ruptura de España sino hacia el fortalecimiento de su clave de bóveda: la pluralidad. Eso es lo que hace que este país merezca la pena. Nada hay de excepcional en comisiones de investigación sobre Pegasus, uno de los mayores escándalos de espionaje en España, o los atentados de Barcelona o Cambrils, los más sangrientos desde el 11-M. ¿A quién podrían molestarle?

La coalición progresista ha superado con creces la primera prueba de la legislatura a base de discreción y nervios de acero: los raíles de la investidura están puestos

Horas antes de las votaciones, el debate era si Cuca Gamarra podía ser presidenta del Congreso. Feijóo la anunció como candidata la víspera, confiando en sus posibilidades, pero mordió el polvo y, de paso, confirmó que Feijóo no cuenta con ella como un gran activo político ya que, de haber alcanzado la presidencia de la Cámara Baja, habría quedado desactivada por las exigencias del cargo como activo con proyección dentro del PP. El partido es cosa de dos hombres: Miguel Tellado y Elías Bendodo. 

Horas antes de las votaciones, muchos pseudoexpertos en Junts per Catalunya alertaban de que Puigdemont es un loco que no atiende a razones. Y al final: diálogo, negociación y acuerdo dentro de la ley

Horas antes de las votaciones, se advertía que un naufragio de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz en la votación de la Mesa les pondría la investidura cuesta arriba y al final lo que se desinfló es esa mayoría de 172 escaños que esgrime Feijóo como si los diputados de Vox fuesen una sucursal. Ya se ve que no.

La coalición progresista ha superado con creces la primera prueba de la legislatura a base de discreción y nervios de acero y ha soportado de nuevo la enorme presión de algunos medios y de la derecha, que lo apuestan todo a pronosticar la catástrofe. Imposible no acordarse de que hace cuatro años dijeron que no habría investidura, y que si había investidura no habría presupuestos, y que si había presupuestos serían los últimos, y así sucesivamente. 

Mientras, España sigue en pie, con más tranquilidad y cumplimiento de la legalidad en Cataluña y Euskadi (por citar dos obsesiones de la derecha) que nunca en la última década y con la expectativa de seguir articulando un proyecto complejo y ajustado, sí, no exento a veces de contradicciones, también, pero que respeta el resultado de las urnas frente a un PP y Vox que perdieron el plebiscito sobre Sánchez en el que intentaron convertir el 23 de julio. 

La votación de este jueves no es definitiva, pero sí muy significativa. Lo mismo podría haberse dicho con el resultado contrario. La investidura es posible y los raíles ya están puestos. Sánchez y Díaz tendrán que sudar la gota gorda para lograr la investidura, pero como diríamos en Galicia, “pasiño a pasiño, faise o camiño”. 

Por ver está el camino que recorre Feijóo (este jueves acercó la cuenta atrás para un cuestionamiento interno) y si es algo más que el acoso y derribo para hacerse con el poder, una estrategia que no es compatible con una legislatura que dure. Como diría José Luis Rodríguez Zapatero, a ser presidente del Gobierno se aprende en la oposición, un traje que a un Feijóo demasiado acostumbrado a mandar no parece sentarle muy bien.

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