Cartas a mí misma

Este domingo que pone punto final a la semana del libro, voy a aconsejar uno. Ahora que tanto hablamos de refugiados y de niños que sufren al ser expulsados de sus casas por culpa de una guerra, resulta conmovedora la lectura de Cartas a mí misma (Torremozas, 2022), un conjunto de prosas líricas en las que Carmen Castellote habla con la niña que fue, esa niña que ella sigue cuidando en su memoria. Luchar contra el olvido es la única manera de tener una casa en el presente.

La poeta Carmen Castellote nació en Bilbao en 1932. Fue uno de los 37.000 niños españoles evacuados por culpa del golpe militar y de la guerra desatada en 1936. Así que su condición infantil estuvo pronto adjetivada como “niña de la guerra”, o “niña de Rusia”, porque embarcó en junio de 1937 rumbo a Leningrado. Vivió hasta la Segunda Guerra Mundial en una casa de acogida en Jerson, una de las ciudades que han sufrido recientemente la barbarie bélica. Pasó los años de guerra europea en Tundrija, una aldea de Siberia, alejada de los nazis, pero cercana al dolor y al frío. Después estudió Historia en Moscú, se casó con un joven socialista polaco, y vivió en Polonia hasta los últimos años 50, cuando decidió viajar a México, para reencontrarse con su padre, dirigente comunista, y con otros exiliados españoles.

La experiencia dolorosa de los exiliados puede ayudarnos a entender no sólo las injusticias íntimas de las tragedias colectivas, sino también la relación que estamos condenados a mantener con nosotros mismos

En 1976 publicó su primer libro de poemas, Con suavidad de frío. Magnífico libro. Carmen confiesa que escribió poesía para refugiarse del dolor y mantener el significado de sus recuerdos. Uno de los poemas, “La guerra y yo”, empieza así: “Caminos, kilómetros de tiempo, / nada puede apartarme de la guerra, / de sus muertos escondidos en mi infancia”. Su poesía completa se publicó el año pasado, también en la editorial Torremozas, con el título Kilómetros de tiempo, gracias a los esfuerzos del actor Carlos Olalla, empeñado en salvar del olvido una voz que merece la pena escuchar. Las distancias del exilio no son sólo geográficas, porque el desarraigo, el no ser de ningún sitio, ni de aquí, ni de allí, provoca kilómetros de tiempo ante el mundo perdido. La editorial Torremozas lleva muchos años luchando contra el silencio que ha caído sobre la voz de las mujeres en nuestro pasado literario, un silencio acentuado en el caso de Carmen Castellote por su condición de exiliada.

Los pájaros, cuando no pueden dejar de moverse, llegan a encontrar su casa en sus propias alas. Es una imagen que la poeta utiliza en sus Cartas a sí misma. Como estudia en el prólogo la profesora Nuria Capdevila-Argüelles, cuando la poeta dialoga sobre la vida con la niña que fue, dialoga a la vez con la niña que se fue con ella y que ella guarda dentro. La intimidad se hace y se deshace, se destruye y se construye, y la memoria es un ejercicio activo de cualquier vida. La experiencia dolorosa de los exiliados puede ayudarnos a entender no sólo las injusticias íntimas de las tragedias colectivas, sino también la relación que estamos condenados a mantener con nosotros mismos, deshacernos y hacernos, a lo largo de los años. “Me cuento las cosas que estuvieron conmigo”, escribe.

Carmen Castellote observa, desde su alfabeto de sueños, las olas del mar, el paso de los trenes, las lluvias, las carretas, el vuelo de los pájaros, todo lo que sirve para identificar un mundo en movimiento y una realidad vagabunda, hecha de imágenes fragmentadas. La memoria de la poeta es una sensualidad llena de paisajes, escenas, olores, sabores y sonidos. El exilio le ha enseñado que su unidad, su identidad, sólo es posible en la toma de conciencia de la fragmentación. Y debajo de todo está la infancia convocada, la infancia de una mujer que se niega a olvidar, y que le escribe a la niña que fue para reconocerse a sí misma en una identidad femenina y adulta. Responde así a dos versos de “La guerra y yo”: “Una mujer quiere barrer el nuevo día / con su vieja escoba”.

Las Cartas a mí misma de Carmen Castellote demuestran que la reflexión sobre el pasado forma parte del presente. Como los lectores, en realidad, nos llevamos mejor con los puntos y seguido que con los puntos finales, puede ser un buen consejo acabar la semana del libro con el propósito de empezar la semana siguiente con otros libros en las manos, por ejemplo, de Max Aub, Francisco Ayala, María Teresa León, María Zambrano o Tomás Segovia, otros exiliados, voces que contaron de qué modo irrumpe la barbarie, qué frágil es la seguridad y qué dimensiones alcanza el desarraigo, un sentimiento muy actual en este mundo de nomadismos reales o cibernéticos que habitamos.

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