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¡Más derecha!

Los problemas sociales de la derecha no se resuelven con más derecha, como es la ultraderecha, sino con menos derecha

La situación que han puesto de manifiesto las elecciones de Castilla y León y la posterior crisis bélica entre Génova y la Puerta del Sol, refleja la deriva de una parte de la sociedad empujada por un deseo artificial creado por la “publicidad” de los medios conservadores, como si sus deseos fueran parte de la verdad o una necesidad. No hay diferencia entre quienes crean la idea de que se necesita un nuevo coche o móvil, y quienes crean la idea de que hace falta una derecha más derecha. Todo es marketing.

El problema está en quienes desde la política se dejan manipular en ese sentido. La política no puede ser la abanderada de la deriva social, sino uno de los elementos que la eviten. 

La sociedad española, tal y como recogen los trabajos del CIS desde 1996 junto a otros estudios, se define mayoritariamente de izquierdas. En la última macroencuesta realizada por el CIS en 2019, un 31,1% de la población se definía como de centro-izquierda, y un 12’4% de izquierdas, a diferencia de quienes se consideraban de centro-derecha (11,4%), y de derechas (3,4%), porcentajes que se mantienen en niveles similares desde hace más de 25 años. Esta consideración, como señalan los estudios, no se traduce directamente en el voto, sino que representa una forma de ver y de posicionarte ante la realidad que, indudablemente, tiene repercusión en el voto, pero como un factor más entre los muchos que influyen a la hora de depositar la papeleta en la urna. 

Aun así, lo que queda claro es que la sociedad española estaría dispuesta a apoyar proyectos progresistas que se tradujeran en corrección de desigualdades, mayor justicia social y progreso para toda la comunidad, no sólo para determinadas partes de ella. Del mismo modo, se deduce que rechazaría cualquier proyecto dirigido a defender posiciones particulares, y a la imposición de la visión limitada de un grupo de la sociedad.

Si esto es así, cabría preguntarse por qué no hay un gobierno de izquierdas de forma continuada, y la clave está en entender por qué ante una mayoría social que se identifica de izquierdas, la derecha consigue con frecuencia el Gobierno, incluso con mayoría absoluta. De hecho, si se dejan al margen los 6 años de gobierno de la UCD como “centro”, hasta el Gobierno actual, el PSOE ha gobernado 21 años y el PP 15.

La respuesta está en que la derecha utiliza como estrategia el uso de los valores y principios de la cultura que define el orden de lo que debe ser y de cómo debemos actuar, y lo justifica con la costumbre, la tradición y la historia, para luego presentarse como garantes de su continuidad.

Esa referencia cultural es clave, porque es la que define el orden material, la identidad individual y la manera de posicionarse ante la realidad de quienes tienen que decidir qué hacer ante los distintos acontecimientos y problemas que se presentan. Y esa “manera conservadora” de ver la realidad está por encima de las ideas dirigidas a abordar determinadas cuestiones o a cambiar ciertas cosas, y por lo tanto, aunque la gente se posicione como progresista para afrontar los cambios, en cuanto se ponen en marcha las estrategias conservadoras con sus dos elementos principales, resulta fácil conseguir el repliegue sobre lo “malo conocido” y olvidarse de lo “bueno por conocer”, como recoge la sabiduría popular.

Los dos elementos esenciales de la estrategia conservadora son el miedo y el descrédito de las alternativas. Por lo tanto, su objetivo es generar miedo bajo la amenaza de la destrucción del orden que afecta a lo social y a lo personal, y, al mismo tiempo, presentar las alternativas como incapaces de desarrollar un proyecto político y social, además de responsables de todos los males.

Incluso quienes se identifican como de izquierdas están dispuestos a votar a la derecha con tal de mantener el orden que define su normalidad y su identidad

Al final, el modelo se refuerza sobre esa doble idea de que las alternativas son incapaces y buscan destruir nuestra identidad (lo español), nuestra patria (la unidad del territorio), nuestras costumbres y tradiciones (por ejemplo, los toros), nuestras creencias (la iglesia)… Por eso resultan tan eficaces los mensajes que llaman a la reacción, como cuando dicen que “nos quieren imponer hasta lo que tenemos que comer”, reforzados después al decir que buscan destruir nuestra ganadería y nuestra cocina, y todo se enfatiza aún más al presentarlo como producto de posiciones “comunistas” y “bolivarianas”, que ya tienen un estatus propio dentro del miedo y la incapacidad. Es la estrategia de siempre adaptada a nuevos temas, tan eficaz que es capaz de llevar al asalto del pleno de un ayuntamiento democrático, como el de Lorca, o del Capitolio en los EE.UU. 

Cuando gobernaba la UCD la política era la desarrollada por Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo Sotelo, cuando gobernó el PP era la definida por José María Aznar y Mariano Rajoy, en cambio cuando ha gobernado el PSOE la situación se presenta, no como un gobierno socialista para la sociedad, sino como Felipismo, Zapaterismo y ahora el Sanchismo. No hablan de socialismo, lo muestran como una instrumentalización del mismo para hacer ver en sus políticas un ataque y una amenaza surgida de una posición personal en busca de beneficios particulares. De ese modo, incluso quienes se identifican como de izquierdas están dispuestos a votar a la derecha con tal de mantener el orden que define su normalidad y su identidad, es decir, su manera de posicionarse y de definir la realidad, pero también su zona de confort.

La derecha siempre ha tenido éxito con ese planteamiento. Su problema hoy es la aparición de la ultraderecha con un partido propio e independiente de la posición tradicional. Un partido capaz de aglutinar a quienes se mueven en los espacios sociales que van desde el centro hasta los más extremos de la derecha, bajo la estrategia común del miedo y el descrédito de las alternativas que ahora tienen que compartir los dos partidos. 

La polarización que vivimos se debe en gran medida a la necesidad que tiene la derecha de atacar a la izquierda para cuestionar sus políticas y su gobierno, pero también para presentarla como incapaz y con una carga de perversidad o maldad para manipular la realidad con el objeto de beneficiarse de ella y adoctrinar a la gente.

Lo hemos visto cuando hablan de “Gobierno ilegítimo”, de “Gobierno Frankenstein”, de “destrucción de la patria con separatistas y herederos de ETA”, cuando lanzan sus mensajes sobre la “ideología de género” y el “adoctrinamiento” con referencia a las políticas de igualdad... Y lo vimos cuando hicieron responsable de la crisis mundial de 2010 al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.

La presencia de Vox hace que toda esa estrategia que antes se dirigía sólo contra la izquierda, ahora también se dirija a las diferentes posiciones de la derecha con el apoyo de determinados medios de comunicación. Da igual que la ultraderecha no sea ningún proyecto, y que sólo suponga daño y retroceso durante el tiempo que sean capaces de permanecer, porque en la práctica su presencia es el mejor argumento para que vuelvan a desaparecer, como ha ocurrido históricamente, pero cada vez que lo hacen dejan la sociedad llena de cicatrices.

Hay quien cree que la convivencia en una sociedad plural y diversa es la guerra y grita con fuerza lo de “¡más derecha!”, como Groucho Marx gritaba “¡más madera!”, pero convivir es un ejercicio de paz y respeto que siempre se ha impuesto frente a los intolerantes y violentos, aunque no se haya podido evitar el daño que generan. Ahora que lo sabemos sí podemos evitarlo.

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