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Desinfodemia degenerativa

El Informe de Riesgos Globales 2024 del Foro Económico Mundial, publicado hace unas semanas con motivo del Foro de Davos, sitúa a la información errónea, la información falsa y a la desinformación como el riesgo global de mayor probabilidad de ocurrencia y severidad de impacto en los próximos dos años. 

La de 2024 es la edición número 19 del Informe y la primera que recoge este riesgo catapultándolo de la inexistencia a la primera posición. Le siguen en orden de preocupación los fenómenos meteorológicos extremos y la polarización social, el primero (desinformación) y el tercero (polarización), retroalimentándose y amplificándose entre sí. 

¿Qué es la desinformación y por qué es considerado el riesgo global más relevante en 2024? Desinformar es según nuestra RAE “dar información intencionadamente manipulada al servicio de ciertos fines”. También es “dar información insuficiente u omitirla”. 

Cuando la información falsa es persistente y se difunde pródigamente a través de las redes sociales y de los medios de comunicación, tiene la capacidad de conducir deliberadamente a la opinión pública hacia la desconfianza en los hechos, en la ciencia, en los valores democráticos y en las reglas de juego de las que nos hemos provisto para vivir en sociedad y tratar de prosperar. 

Obviamente, no es algo nuevo. Lo que sí es nuevo es su viralidad, omnipresencia y la creciente defensa de su legitimidad por la vía de los hechos consumados. En 2017, la consejera del expresidente Donald Trump, Kellyane Conway, defendió la noción de “hechos alternativos”, refiriéndose a afirmaciones que contradecían la realidad. Esta postura generó controversia al ser percibida como una aceptación de mentiras evidentes como parte de una supuesta “verdad personal”.

La desinformación incorpora una clara intencionalidad de difundir falsedades que se fabrican a sabiendas con el propósito de engañar y de ampliar aún más las divisiones sociales y políticas, esa polarización social que es otro gran riesgo global.

La desinformación es de por sí una amenaza para la convivencia, y especialmente preocupante en un año como el que acabamos de arrancar, en el que más de la mitad de la población mundial está convocada a las urnas. En la Unión Europea, sin ir más lejos, somos más de 400 millones los electores de 27 países invitados para renovar el Parlamento Europeo que, por cierto, es la única asamblea parlamentaria multinacional del mundo elegida por sufragio directo, algo de lo que debemos sentirnos orgullosas. Pero allende Europa se dirime el futuro en EEUU, Rusia y la India, entre muchos otros países muy relevantes para la estabilidad global.

Las dificultades para discernir entre el contenido generado por IA y el generado por humanos son cada vez mayores, incluso para los mecanismos de detección, que requerirán de mayor innovación, investigación, desarrollo y mayor financiación

Ya hemos sido testigos del poder de la desinformación socavando (o intentando socavar) la legitimidad de gobiernos electos y erosionando, como lluvia fina, la confianza en los procesos democráticos, en las instituciones y en la propia información veraz. Cómo es capaz de polarizar las percepciones de la realidad, más si cabe cuanto más importante y urgente es la disyuntiva vital en la que estamos inmersos, como cuando debatimos de salud pública, la emergencia climática y la justicia social. Y surge la pregunta de quién capitaliza la desinformación.

Aunque la desinformación tiene una larga historia, el crecimiento de las herramientas que fabrican, controlan y difunden la información amplifica su eficacia y descontrol. Las capacidades disruptivas de la información manipulada, falsificada y los contenidos sintéticos indistinguibles de la realidad se aceleran con el acceso a gran escala a tecnologías cada vez más sofisticadas, como la inteligencia artificial generativa, dotada de interfaces tan fáciles de usar que no requieren habilidades avanzadas. Así, las dificultades para discernir entre el contenido generado por IA y el generado por humanos son cada vez mayores, incluso para los mecanismos de detección, que requerirán de mayor innovación, investigación y desarrollo y, para ello, de mayor financiación, en consonancia a la destinada al desarrollo de la propia IA.

La desinformación obliga a la regulación a mantener un equilibrio entre la prevención y la protección de la libertad de expresión, como ya se dirimió en el Reglamento europeo de Servicios Digitales (DSA), en vigor desde el 17 de febrero, que obliga a las grandes plataformas a mitigar la desinformación en un marco de co-regulación como el contemplado en el nuevo Código de Buenas Prácticas en materia de desinformación de 2022. En él, sus signatarios se comprometen a desmonetizar la difusión de la desinformación; a garantizar la transparencia de la publicidad política; empoderar a los usuarios; reforzar la cooperación con los verificadores de datos; y proporcionar a los investigadores un mejor acceso a los datos.

Las casi 1.500 personas expertas encuestadas para la elaboración del Informe de Riesgos Globales 2024 reclaman mayor concienciación, alfabetización y educación para reducir el impacto de la desinformación, mejorar la comprensión de las capacidades de la IA e identificar fuentes de información fiables. Tenemos tarea.

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Verónica López Sabater es consultora de Afi.

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