Mientras dure la guerra

Hay muchas formas de mentir, y una de ellas es establecer unas condiciones para la verdad que sólo puedan ser verificadas por la persona que las impone, de manera que cuando diga unas determinadas palabras que no se ajusten a la realidad, en lugar de entender que se ha faltado a la verdad pueda justificar que lo dicho era para otro contexto, y que dichas palabras tendrán validez “cuando se den las condiciones”. 

La película de Alejandro Amenábar Mientras dure la guerra nos mostró cómo Franco y la Junta Militar impusieron su criterio para que todo transcurriera según decidió el dictador, y su poder no quedara limitado a un periodo determinado. Esa fue la razón que los llevó a quitar del decreto que lo nombraba generalísimo de los ejércitos y Jefe del Estado la referencia temporal a “mientras dure la guerra”, no tanto porque quería evitar dejar de ser el jefe del Estado cuando acabaran las batallas, sino porque no podría mantener su violencia desde la dictadura cuando estas lo hicieran. Al hacer desaparecer la condición explícita del final de la guerra, solo él podía establecer sus condiciones y decidir, más allá de que terminaran las batallas, cuándo habría acabado su guerra contra “los rojos, los comunistas, los masones…” y todas aquellas personas que él considerara.

Ahora Alberto Núñez Feijóo ha creado un marco que sólo él podrá decir cuándo se cumple, y afirma que apoyará los indultos y otras medidas sobre los independentistas “cuando se den las condiciones”. Pero ¿de qué condiciones específicas habla y cuáles son las circunstancias a las que se refiere? No se sabe, pues no ha dicho nada de ellas más allá de referencias genéricas al perdón y a la no repetición. De manera que sólo él y su núcleo cercano podrán indultarlos cuando decidan, y al hacerlo una gran parte de la sociedad responderá con aplausos y reconocimiento al ver en sus palabras compromiso y verdad. 

Sin embargo, quien cambia de criterio ante unas nuevas circunstancias sin haber adelantado que su respuesta no sería la misma en caso de que se modificara el contexto, es presentado como una persona mentirosa. De ese modo, quien cambia de decisión cuando él dice que se han modificado unas condiciones que sólo él conoce es un hombre de Estado, pero quien asume una nueva posición ante unas circunstancias que todo el mundo ve que son diferentes es un mentiroso.

Lo que se pretende con este tipo de estrategias es que vivamos continuamente en un presente condicional y en un modo subjuntivo que, como recoge el diccionario, es tomar la realidad como una información virtual, inespecífica, no verificada o no experimentada”; es decir, irreal. 

De ese modo, se produce la doble imposición de quien decide “condiciones” que solo él conoce, y define la realidad en modo subjuntivo para vivir en un escenario que bajo sus condiciones y opciones sería perfecto: “si se dieran las condiciones…”, “si yo gobernara…”, “si usted no mintiera…”

Quien cambia de criterio ante unas nuevas circunstancias sin haber adelantado que su respuesta no sería la misma en caso de que se modificara el contexto, es presentado como una persona mentirosa

Lo sorprendente de esta estrategia no es su uso, sino que resulte creíble y genere confianza en quien evita la realidad para mantenerse en una continua hipótesis condicional, sin hacer propuestas sobre todos los problemas que deberá afrontar cuando llegue el día en que “se den las condiciones”. Pero da igual, porque ese día hablará de otras condiciones, como cuando Mariano Rajoy hablaba de la “herencia recibida” para no hacer lo que dijo que haría.

Por eso este tipo de planteamientos no puede hacerlos cualquiera, tiene que ser alguien que cuente con el respaldo de los elementos que definen la normalidad, para que en todo momento se vea en sus propuestas condicionales una defensa de los valores, ideas, costumbres, tradiciones… establecidas por la cultura a lo largo de la historia. Las posiciones conservadoras juegan con ese marco cultural que lleva a la fe en las personas y propuestas más allá de los contenidos, porque hoy se cree en lo que se necesita creer para no tener que moverse de esos elementos identitarios que definen su razón de ser y su modo de estar. 

De manera que, si una posición conservadora pone condiciones y habla en subjuntivo para decir, “si yo gobernara”, resulta creíble porque no se duda de que sus condiciones y acciones irán en defensa de los valores, ideas y creencias tradicionales, aunque el impacto en lo inmediato sea negativo. Pero si una posición transformadora y progresista pone condiciones, se percibe como una demostración de su incapacidad por no tener un proyecto claro y no conocer la realidad sobre la que debe actuar, además de percibir esas condiciones como una mentira que busca esconder su verdadera intención de “romper España”, “atacar a los hombres”, "imponer el comunismo-bolivariano”, “adoctrinar a la juventud e infancia” o “destruir la familia”.

La cultura otorga la credibilidad a quienes defienden su modelo androcéntrico, por eso las reacciones más beligerantes desde las posiciones conservadoras son contra las políticas de igualdad y las medidas dirigidas a la erradicación de la violencia de género, y se dirigen directamente a atacar a las mujeres y al feminismo. Es parte del poder informal que sólo pueden utilizar quienes defienden el sistema impuesto por la cultura.

Todo lo que está pasando con la polarización y la interpretación de las diferencias como un ataque y amenaza forma parte de la “refundación del machismo”. Las posiciones tradicionales se han dado cuenta de que la transformación social a favor de la igualdad protagonizada por las mujeres y el feminismo supone una seria amenaza para su marco cultural, por eso buscan refundar su modelo androcéntrico a través de la defensa de los valores y de lo que nos define como sociedad. Su razonamiento es muy simple: “si somos lo que hemos sido, tenemos que ser lo que somos”, es decir, defender los valores de siempre y darles continuidad. Pero para ello tienen que presentarlos como neutrales y colectivos, o sea, ocultar el componente machista que hay en ellos y que define la realidad, y hacer creer que son consecuencia de la participación de hombres y mujeres, como si la igualdad siempre hubiera estado presente.

Son las trampas del machismo reincidente en las que una y otra vez caemos, porque somos parte de “sus condiciones”. Ahora ha declarado una “guerra cultural” para poder decir lo de “mientras dure la guerra” y justificar sus pactos con la ultraderecha, pero sólo es una nueva condición.

Hay que erradicar el machismo, no gestionarlo.

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