Feminismo en los partidos. Por ahora no

A Pedro Sánchez le perseguirán siempre unas palabras que, seguramente, él creyó que eran sensatas o, en el mejor de los casos, inocuas. Fue cuando dio que sus amigos de 40 y 50 años estaban molestos por ciertos discursos feministas demasiado radicales. Como ya hemos tenido ocasión de conocer a los amigos de Pedro Sánchez, no nos extraña nada que estuvieran molestos. La verdad es que el ambiente que debía reinar en el famoso Peugeot con el que Sánchez recorrió España buscando apoyos para retornar a la Secretaría General parece la recreación perfecta de una película de Fernando Esteso. Siempre he sentido curiosidad por saber de qué hablan los hombres cuando no hay mujeres delante y hasta ahora me costaba imaginar a Pedro Sánchez haciendo chistes de putas, pero ya todo es posible.

Como decía Victoria Rosell el otro día en un artículo, este es un tema en el que el “y tú más” resulta ridículo. Si en tu partido no salen agresores no es porque no haya, es porque el miedo pesa más, porque no hay cauces de denuncia y, sobre todo, porque no hay voluntad política de asumir esta cuestión. Saldrán más casos seguramente porque si hay tantas mujeres víctimas de agresiones sexuales como dicen las encuestas, eso supone que hay muchos más hombres de los que suponemos que son los perpetradores de dichas agresiones. En todo caso, una vez que se asume que el acoso sexual es estructural, sistémico, que se encuentra en todos los partidos, en todos los espacios, que es inaceptable, que las víctimas merecen todo el apoyo y los agresores todas las condenas… no se pueden ya aplicar en los partidos políticos los viejos remedios, o parches, de siempre porque no funcionan. La realidad es que una cosa es aprobar leyes feministas y otra es tener una organización feminista. Un partido no es diferente a la sociedad en la que se inserta y una sociedad machista no puede producir misteriosamente partidos feministas. Dice Amador Fernández Savater que estamos hablando de “formas de vida” de hábitos en un sentido profundo, y yo así lo creo. El feminismo propone un cambio cultural, una transformación social completa, no se trata de un cambio cosmético. Y seguir pensando que eso va a cambiar con un protocolo es ingenuo.

No escribo esto para culpar a ninguna mujer sino para recalcar que el patriarcado nos sumerge a todas en una red de complicidades de la que resulta complicado escapar

En el Partido Socialista alguien, alguien concreto, con nombres y apellidos, tomó la decisión de que las denuncias desaparecieran del canal, alguien tomó la decisión de no contactar con las víctimas, alguien tomó la decisión de buscar trabajo a Paco Salazar una vez este tuvo que irse, algunas personas tomaron la decisión de seguir contando con sus servicios, de salir a comer con él, de no contactar con él en cinco meses, de no protestar, y entre estos hay muchas mujeres. No escribo esto para culpar a ninguna mujer sino para recalcar que patriarcado nos sumerge a todas en una red de complicidades de la que resulta complicado escapar. “El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los oprimidos”, dijo Simone de Beauvoir. Y esto funciona como un reloj: en política esto significa que a las mujeres se nos pone en la tesitura de o ser cómplices o ser héroes, como en la vida misma.

Sé por experiencia que en los partidos se premia a las mujeres no feministas pero que también se coloca a mujeres feministas en puestos de poder para que allí estén atadas y calladas. No se cuenta con ellas, no tienen poder real, no tienen poder de veto y mantendrán esos puestos en la medida en que se ocupen sólo de su parcelita, olvidando que la perspectiva de género o se transversaliza a toda la estructura o no sirve de nada. Pero lo que no podrán olvidar es a quién deben su puesto y cómo mantenerlo: con el silencio. No es fácil hacer feminismo en un partido político porque el feminismo es lo contrario a la lógica masculinizada que impera en estas estructuras. Porque la lógica del poder individual y la competencia implica sumisión al orden establecido, no se puede pretender llegar al poder rompiendo las estructuras que lo crean y lo mantienen. No importa cuánto poder creas que tienes porque habrá un momento en que tendrás que dejar pasar algo, que ocultarlo, que callarte. Una mujer puede llegar a tener mucho poder en un partido político, pero no como feminista, entre otras cosas porque no hay poder feminista, por ahora, que pueda imponerse a los hombres poderosos. El poder va con ellos como una segunda piel, nosotras estamos siempre maniobrando; el poder, para nosotras, es un traje incómodo, que no se acaba de ajustar.

Un partido feminista sería aquel en el que las mujeres tuvieran poder real como feministas. Eso significa poder de veto respecto a determinadas políticas relacionadas con las mujeres, que la voz de las feministas sea escuchada y respetada como autoridad, que se reconozca la importancia de aplicar transversalidad de género en todas las cuestiones. Pero significa también que en todo lo referente a las políticas de igualdad la voz de las representantes del feminismo no sólo se escuche, sino que obligue. No es soportable que el feminismo siga siendo una “María” dentro de los partidos políticos. En todos los partidos que conozco las representantes del feminismo apenas tienen capacidad para influir en las decisiones políticas del partido en su conjunto. Y, en realidad, ni siquiera en lo que hace a las políticas de Igualdad.

Sólo hay una manera de torcer el brazo patriarcal, y es ser marea, dentro y fuera de los partidos

Una organización feminista debería significar que las representantes del feminismo tuvieran capacidad para desafiar con garantías al líder (o a la líder), sin miedo a ser defenestradas, que no sean unas mandadas, que no sean las encargadas de gestionar unos espacios que no sirven para nada o de gestionar las crisis cuando ya se han desencadenado. Significa, en definitiva, que la perspectiva de género impregne las estructuras del partido, que el miedo cambie de bando, que sean ellos los que tengan miedo de decir según qué cosas y mucho más de hacerlas, que se lo piensen; que desaparezca la vergüenza por denunciar, que las agredidas tengan confianza. Que las representantes del feminismo sean elegidas y sostenidas por las representantes del feminismo interno, que no se las pueda cesar sin contar con las demás mujeres. Que las mujeres tengan capacidad, y eso es algo que nunca gusta en los partidos, de organizarse internamente hasta el punto de constituirse como una corriente con poder real, con poder incluso para llegar a poner en cuestión cualquier liderazgo no feminista.

La dimisión de Silvia Freire me resuena claramente. Mujeres que ocupan cargos de Igualdad que no sirven para nada, a las que no se escucha ni consulta, ni siquiera para temas que claramente son de su competencia. Me imagino la situación (es un suponer): se conoce el acoso del presidente de la Diputación de Lugo José Tomé, el líder del PSOE en Galicia se hace cargo de la gestión de la crisis dejando de lado a las representantes de Igualdad que pasan a ser un cero a la izquierda a las que no se consulta para nada, ni sobre cómo dar a conocer el caso, ni sobre qué decir al respecto, ni sobre las medidas a tomar, futuras o presentes. De repente, las mujeres designadas para influir —debería ser decidir—en las políticas de Igualdad, no cuentan.

En el fondo esto tiene que ver con el antiguo debate intrafeminista de la doble militancia o la militancia única en el feminismo. Mi opinión es que es un debate estéril. Se opine lo que se opine. la doble militancia va existir y debe existir porque las feministas estamos en todas partes, cómo no vamos a estar en partidos políticos. Y porque es ilusorio pensar que fuera de los partidos no tenemos otras ataduras. En todo caso, fuera o dentro, sólo hay una manera de torcer el brazo patriarcal, y es ser marea, dentro y fuera. Ser capaces, nosotras, de construir una red de apoyo que esté por encima de cualquier individualidad y que sea irrompible; ser capaces de establecer alianzas feministas, ser capaces de pactar entre nosotras, saber que juntas somos fuertes pero que por separado no podemos. Abrazar el pacto y la pluralidad para establecer un suelo mínimo que no se pueda horadar. Y desde ese suelo impulsarnos hacia arriba. Sólo así.

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Beatriz Gimeno es exdirectora del Instituto de las Mujeres.

A Pedro Sánchez le perseguirán siempre unas palabras que, seguramente, él creyó que eran sensatas o, en el mejor de los casos, inocuas. Fue cuando dio que sus amigos de 40 y 50 años estaban molestos por ciertos discursos feministas demasiado radicales. Como ya hemos tenido ocasión de conocer a los amigos de Pedro Sánchez, no nos extraña nada que estuvieran molestos. La verdad es que el ambiente que debía reinar en el famoso Peugeot con el que Sánchez recorrió España buscando apoyos para retornar a la Secretaría General parece la recreación perfecta de una película de Fernando Esteso. Siempre he sentido curiosidad por saber de qué hablan los hombres cuando no hay mujeres delante y hasta ahora me costaba imaginar a Pedro Sánchez haciendo chistes de putas, pero ya todo es posible.

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