Mito y mirada(s) en 'Blonde'

Esta semana se ha estrenado Blonde, la película sobre una Marilyn Monroe “nunca vista”, y ha generado un encendido debate. Yo discutiría un primer nivel de críticas algo ingenuas del tipo: la película “reproduce” la mirada social misógina, cosificadora y violenta que la actriz padeció. Efectivamente, si la película quiere mostrar con sus ojos el mundo que vivió, no sorprende que dicha mirada social aparezca, pues es esperable que esa mirada fuera interiorizada en alguna medida por ella misma, y podría mostrarse para retratar que esa mirada machista era la mirada socialmente vigente. También se arguye que la película inventa hechos biográficos que no son reales. Eso da igual: de la posibilidad de que un hecho ficticio diga más verdad sobre la vida de alguien que el relato fáctico depende la posibilidad misma de la literatura. En este sentido, pues, estoy de acuerdo con Roy Galán, que ha afirmado que parte de las críticas se sitúan en el “imperio de la literalidad” en el que vivimos y que tiene dificultades con la metáfora o la representación.

Todo ello no es, pues, el problema. La cuestión es más bien otra: qué se hace con esas imágenes. El debate es si la mirada del director Andrew Dominik hace justicia a la cosa misma, siendo la cosa misma Marilyn Monroe. La película pretende recrear cómo la persona privada Norma Jean vivió el personaje público Marilyn Monroe en el contexto de la industria cinematográfica y sus sórdidas relaciones personales, y qué era Norma Jean más allá de aquel mero producto.

¿Podía hacerse una buena película que mostrara escenas crudas de violación, violencia y sufrimiento? Sin duda (aunque tampoco era el único camino posible: o propóngase una escena de violación más dura que la que no muestra nada más que una sandalia tirada en Cuentos de la luna pálida de K. Mizoguchi). ¿Eran adecuados para el propósito algunos de los recursos técnicos que despliega (mezcla de formatos, uso del blanco y negro, lenguaje onírico y simbólico, estética lynchiana, recursos del cine de terror)? Sí. ¿Ha hecho el director una buena película? Pienso que no. ¿Y por qué no? Porque, aparte de algunos momentos artísticamente patéticos (las escenas del aborto y el feto, la metáfora de las flores cortadas, alcanzan un nivel de kitsch y pobreza simbólica difíciles de creer), creo que la película adolece de un fallo general de perspectiva, que responde a decisiones subjetivas, privadas y particulares del director y que le alejan de haber hecho una buena película. Dicho de otro modo, creo que la película tiene tres personajes: además de contar la mirada de Marilyn Monroe y de Norma Jean, nos cuenta la de su director, Dominik, y ésta es una muy poco interesante.

En primer lugar, la película escoge narrar la vida de Monroe desde un único punto de vista: el de su final trágico. Lo cierto es que Norma Jean tenía mucho que decir sobre qué le pasaba a Marilyn Monroe, pero la película elige omitirlo por completo. Se omite su lucha por condiciones dignas de trabajo, la creación de su propia productora, su denuncia del acoso sexual, su interés por formarse intelectualmente, su implicación política, su personalidad inteligente y divertida. Dominik declara que ese no es el objeto de la película, que no le interesa su “fortaleza”, sino solo qué llevó a la actriz a suicidarse: cómo una vida se desmorona. “Ella quiso destruir su vida”, afirma. En un nivel meramente cuantitativo, la abrumadora mayoría del metraje consiste en una Monroe emocionalmente destruida, infantil, llorosa, frágil, castigada, abusada, maltratada o humillada. Esto es una decisión y un sesgo.

El debate es si la mirada del director Andrew Dominik hace justicia a la cosa misma, siendo Marilyn Monroe. La película pretende recrear cómo Norma Jean vivió el personaje público Marilyn Monroe en el contexto de la industria cinematográfica

En segundo lugar, es difícil evitar la sensación de que la película se recrea en estos castigos, maltratos, abusos y humillaciones; y ese es el verdadero problema. Es difícil no sentir que se erotiza el abuso en esos primeros planos eternos de lágrimas, vejaciones, belleza deshecha, susurros de “daddy, daddy” durante las palizas, o desnudos sensuales en momentos de destrucción psíquica y adicción. Esto es el male gaze más vulgar, aburrido y artísticamente irrelevante. No la vemos a ella, no vemos nada de ella, sino solo la obsesión privada del director.

Hay un solo momento en que la película podría haber hecho algo sugerente e innovador: cuando un amigo le dice a Norma Jeane que precisamente no tener padre es lo que la hace libre, pues la absuelve de cualquier linaje; su personalidad Marilyn, maravillosamente postiza, es puro simulacro, “es como si te hubieras engendrado a ti misma”, le dice. Podría haberse indagado cómo esa fue su gran creación, cómo ella se creó a sí misma; pero en lugar de eso se elige demorarse en tediosos ratos sobre que quería tener un hijo. Eso habría sido revolucionario. Hay un término fácil de comparación, porque acaba de hacerse una buena película sobre Elvis Presley. La vida privada, la compleja relación con la madre, sus amores, se sugieren elegantemente, y el resto del tiempo se apunta a cómo ese chaval humilde de Mississippi produjo el mayor mito de la música del siglo XX. Por algún motivo, cuando se narra la vida de una mujer, parece necesario dedicar horas de metraje a cómo es humillada, violada y a sus embarazos, pero ninguna a cómo esa mujer creó un mito.

El director mismo confiesa: “La película es una fantasía de rescate. Sentimos que tenemos una intimidad especial con su personaje. […]. Y quizás la otra cara de eso es una fantasía de castigo o sexual”. Él mismo vende la película como su fantasía personal. La película es, simplemente, la fantasía de castigo y sexual de un hombre, Andrew Dominik, hacia Marilyn Monroe. No hay nada ahí que trascienda, que ilumine: no nos deja ver nada. El problema es que eso, en 2022, es un ejercicio, además de desagradable, artísticamente irrelevante. 

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Clara Ramas San Miguel es filósofa, política y escritora de dos libros: 'Fetiche y mistificación capitalistas' (2ª Edición) y 'La crítica de la economía política de Marx'.

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