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El mundo trastornado

Hubo un tiempo en que “mundo trastornado”, o “al revés”, tal y como lo utilizó el historiador Christopher Hill en uno de sus libros sobre la revolución inglesa del siglo XVII, significaba la subversión de la sociedad existente y de sus valores, un grito y deseo de que las cosas podían ser de otra forma, que el orden de los poderosos no era eterno y que existía, como sueño o utopía, otra alternativa.

El mundo, o los mundos en que vivimos, sin embargo, lo ha trastornado en la actualidad gente poderosa e influyente que trata de convencer a millones de ciudadanos de la bondad de sus intenciones. Y si se atiende a los resultados, parece que lo están consiguiendo.

Comencemos por arriba, por el todavía gran imperio. Tras cuatro años como presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump perdió las elecciones en noviembre de 2020, aunque no admitió la derrota, con el argumento de que los demócratas habían ganado gracias a un fraude electoral, y alentó a sus seguidores a participar en una insurrección que los llevó al asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, un acto de rebeldía armada impensable en cualquier democracia. 

Desde entonces, Trump trató de convencer a quienes quisieran escucharlo, una gran multitud, de que el corrupto Joe Biden está apoyado por “lunáticos de extrema izquierda”, dispuestos a violar la Constitución y destruir Estados Unidos. Biden es una amenaza para la democracia, como lo es, según repiten sus más notables partidarios una y otra vez, toda la “progresía woke —negros, feministas, intelectuales e izquierdistas— que está subvirtiendo el orden. Ya ven, el mundo al revés.

Hace unos días, la congresista republicana Elise Stefanik puso contra las cuerdas a las rectoras, tres mujeres, de las universidades de Pensilvania, Harvard y del Massachusetts Institute of Technology (MIT) en una comparecencia en el Congreso. Allí tuvieron que escuchar que sus universidades, tres de las más prestigiosas del mundo por la calidad de la investigación y la docencia, están llenas de profesores “liberal”, es decir, izquierdistas, y Stefanik les acusó de ser cómplices de los estudiantes que llamaban en sus campus a “cometer un genocidio contra el pueblo judío”.

Las tres condenaron sin paliativos el ataque terrorista de Hamás el 7 de octubre, pero, ante la amenaza y realidad de que acaudalados donantes de esas instituciones académicas retiraran su millonaria financiación, la rectora de la Universidad de Pensilvania tuvo que dimitir y las otras dos continúan bajo presiones y acoso. Por el contrario, los crímenes de guerra cometidos por Israel contra los palestinos y los bombardeos y sitio de Gaza, que han desplazado a toda la población y matado y herido a miles, la mayoría mujeres y niños, se legitima como reacción justa al terrorismo. El mundo al revés.

Controlan el poder económico y social, pero les molesta que otros accedan al gobierno, al poder político público que ofrece la democracia a través de las urnas

Desde Estados Unidos comienza la correa de transmisión de la cultura de enfrentamiento que se abre paso por el mundo en medio de críticas, y falta de apoyo, a la democracia. En esa cruzada, desde Hungría a Argentina, pasando por Italia, Holanda o España, participan grupos neofascistas que no siempre son capaces de consolidar partidos políticos y nuevas organizaciones populistas y de ultraderecha. Centran sus discursos y acciones en una exaltación de la nación que excluye a inmigrantes y en una defensa de los valores familiares y religiosos, cristianos y occidentales, frente a feministas y la izquierda “adoctrinadora”.

No hay exaltación nacional sin reinvención de la historia. Para eso hay que recordar las luchas heroicas, los triunfos militares y las celebraciones de la grandeza nacional y dejar fuera de la enseñanza los pasados infames, sucios o que no se prestan a relatos fáciles. Putin es un gran maestro a la hora de invocar una historia fabricada y distorsionada, de mitos, y esas son las ideas que le permitieron iniciar una invasión y guerra en Ucrania, que dura ya casi dos años, con efectos devastadores. Ya no aparece a diario en los medios, pero la persecución, masacres, expulsiones y desplazamientos forzosos y masivos de población no han cesado.

En España, los historiadores que investigamos sobre la República, la guerra civil y la dictadura de Franco escuchamos y leemos a menudo que todos los relatos del pasado son subjetivos e igualmente válidos, estén basados solo en opiniones o en indagaciones detalladas y profundas que requieren de oficio y formación permanente.

Asistimos a una crisis de fe en el conocimiento. Y la derecha y la ultraderecha venden muy bien eso en diferentes países. Todo lo que trastoca las ideas consolidadas en su orden, procedan de la investigación histórica o del presente, hay que combatirlo. Controlan el poder económico y social, pero les molesta que otros accedan al gobierno, al poder político público que ofrece la democracia a través de las urnas. El mundo al revés.

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Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.

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