Cuando estudiaba Medicina, recuerdo que un profesor de Quirúrgica nos explicaba que si durante una guardia llegaba una persona con una herida amplia en el abdomen, era muy posible que fuera superficial y que el caso no tuviera mucha trascendencia clínica. Pero si la persona llegaba con una herida pequeña de 1 o 2 cm. propia de un “pinchazo” con in instrumento punzante o corto-punzante, nos decía que inmediatamente diéramos la orden de preparar el quirófano y la pasáramos dentro, porque lo más probable es que fuera penetrante y habría producido importantes daños internos.

Un “pinchazo” es una acción que suele aparentar menos gravedad en sus consecuencias que las que en realidad puede conllevar. Es lo que trataba de transmitirnos el profesor de Quirúrgica, y lo que habitualmente vemos cada vez que se habla de un “pinchazo” telefónico, del “pinchazo” de una rueda, de un “pinchazo” en la economía… en todos los casos un hecho aparentemente menor puede dar lugar a consecuencias importantes.

Ahora ocurre con los “pinchazos” que muchas mujeres jóvenes sufren en ambientes de ocio, agresiones que se han puesto en relación con la posible inoculación de sustancias tóxicas para producir una sumisión química bajo la que llevar a cabo una agresión sexual, aunque también puede haber otros objetivos de por medio.

Algunas informaciones recientes han cuestionado que se trate de situaciones relacionadas con la sumisión química, pero no se debe descartar tan rápidamente esta posibilidad, entre otras por las siguientes razones:

1.     Las conductas de “ataque indiscriminado” dirigido a grupos de mujeres jóvenes, es decir, rompiendo con la forma habitual de la sumisión química en la que un agresor actúa sobre una joven elegida específicamente, no es nueva, sino que ya se ha producido a través de la vía tradicional de echar algo en la bebida, como sucedió en la zona de ocio del Zig-Zag de Murcia, y después en otros lugares.

2.     La descripción de la sintomatología por parte de muchas de estas víctimas de “pinchazos”, coincide con los efectos de las sustancias tóxicas capaces de producir sumisión química.

3.     El hecho de que en algunos casos las víctimas hayan acudido a Urgencias y que no se haya detectado ningún tóxico en los análisis, no significa que no haya ninguna sustancia. Puede ser que haya acudido cuando ya se ha eliminado o, lo más probable, que no se detecte porque algunas de las sustancias que se utilizan para producir la sumisión química no están incluidas en los análisis de screening de tóxicos que se hacen habitualmente en Urgencias.

4.     Puede ser también, por extraño que parezca, que nos encontremos en una especie de “fase experimental” o de “prueba” por parte de quienes trafican con estas sustancias para encontrar el procedimiento idóneo, que tiene que conjugar dos elementos: por un lado, la utilización de una aguja lo más fina posible para que en plena fiesta sea difícil sentir el pinchazo, y por otro, ser capaz de que con una aguja de esas características se pueda introducir la cantidad suficiente de tóxico como para producir los efectos buscados, lo cual tiene que jugar, a su vez, con dos elementos: la cantidad inyectada y la concentración de la sustancia. Cuanto menos volumen se pueda introducir en esas circunstancias, más concentrado tiene que estar el tóxico.

5.     El objetivo de esta estrategia de “pinchazos” indiscriminados tampoco tiene que ser producir una sumisión química directa sino agredir a muchas chicas a través de los pinchazos para que el tóxico administrado actúe como facilitador de los efectos tóxicos y potencie los efectos de las bebidas u otro tipo de sustancias que consuma la joven durante el tiempo de fiesta. De ese modo, entre todos los “pinchazos” que se ocasionan habrá una probabilidad más alta de que alguna de las chicas alcance un estado tóxico que facilite la sumisión conforme consuma bebidas alcohólicas, hachís, anfetaminas, cocaína... o cualquier otra sustancia tóxica que se pueda consumir en esos contextos.

6.     El objetivo, en este sentido, es crear un ambiente facilitador de la violencia sexual, no la acción directa de llevar a cabo una agresión, y, por tanto, desde ese punto de vista debe analizarse y abordarse.

7.     Hay otro elemento importante que con frecuencia pasa desapercibido: el refuerzo de la posición de los hombres como dueños y señores de la noche y los ambientes de fiesta, para que el empoderamiento de las mujeres jóvenes se vea limitado y de nuevo dependan de lo que los hombres jóvenes decidan.

La sumisión química a través de las bebidas ha hecho que se coloquen tapas de plástico en los vasos y copas, pero ahora el machismo manda el mensaje de que “no hay salida”, y que se haga lo que se haga siempre estará ahí con su amenaza y sus agresiones.

8.     En ese sentido, también se busca algo muy importante para el machismo en cualquier contexto. Generar miedo a las mujeres para propiciar la circunstancia más frecuente en la que se produce la violencia sexual, que es la agresión por parte de un amigo o conocido de la mujer. No por un extraño.

El machismo es cultura, no conducta. Las conductas cambian, pero la cultura permanece, por eso si no hay cambio cultural no habrá cambio social ni podremos erradicar la violencia contra las mujeres

El miedo a una violación que genera el ambiente de siempre del machismo, ahora potenciado con los “pinchazos”, hace que muchas jóvenes entiendan que la única forma de acudir a esos ambientes de ocio y fiesta es en compañía de hombres de confianza sin que ellas sepan que son ellos los que cometen la mayoría de las agresiones sexuales, tal y como refleja el informe del CGPJ sobre las sentencias por violencia sexual emitidas por el Tribunal Supremo en 2020, en el que las agresiones sexuales por parte de conocidos supusieron el 42,8% del total.

El hecho de que la Policía Nacional haya encontrado “palillos de dientes” en los bolsillos de algunos chicos en esos ambientes de fiesta con la idea de “pinchar por pinchar”, refuerza ese objetivo de atemorizar a las mujeres para luego sacar ventaja de su miedo.

En definitiva, la situación es preocupante desde el punto de vista individual, por todas las lesiones que producen y las posibles complicaciones que pueden presentarse, desde una hemorragia hasta una infección transmitida de manera voluntaria o involuntaria. Y lo es desde el punto de vista social, al mostrar cómo el machismo se adapta a las nuevas circunstancias y medios para no renunciar nunca a sus objetivos, entre los que se encuentra la violencia sexual.

El machismo es cultura, no conducta. Las conductas cambian, pero la cultura permanece, por eso si no hay cambio cultural no habrá cambio social ni podremos erradicar la violencia contra las mujeres.

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Miguel Lorente Acosta es profesor de Medicina Legal de la Universidad de Granada y Médico Forense especializado en violencia de género

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