Un primer premio Albert Camus y los orígenes de la guerra civil (2/2)

Siguiendo el argumento del artículo anterior cabe especular que o bien Quilliot se inventó la referencia o se equivocó de fecha. Personalmente no dispongo del tiempo necesario para leer el último año, por ejemplo, del Alger républicain. Sin embargo, buscando y rebuscando, no tardé en dar con otra referencia: en un artículo de una especialista muy reconocida en el Bulletin Hispanique, de la Universidad Michel de Montaigne de Burdeos, titulado “La guerra de España hoy, los debates de los intelectuales franceses”, del año 2016, se halla una cita de Camus que contiene el embrión de la idea que se le atribuye.

Su autora es la profesora Dreyfus-Armand, muy conocida y apreciada en el mundo académico español. Tiene escritas obras de referencia. Está especializada en la emigración española a Francia a consecuencia de la guerra civil. Es una universitaria de quien no cabe dudar. (No es el caso con otros). A diferencia de Quilliot la suya es fácilmente constatable.

En la revista Servir, órgano de las Iglesias reformadas de la Isla de Francia, el 20 de diciembre de 1945 Camus escribió: “Desde hace nueve años los hombres de mi generación viven la vida de España. Es como una herida que no cierra. Es por medio de España que hemos aprendido que es posible tener razón y ser vencidos. Es por eso que su guerra fue ya la nuestra porque se trató de una guerra por la libertad”. La profesora Dreyfus-Armand la toma de las Obras Completas, segundo volumen, 1944-1948, en la edición de La Pléiade, año 2012. En el mismo mes de diciembre de 1945, en una entrevista publicada por la revista L´Espagne républicaine, Camus remachó una de las ideas: “España sigue siendo para nosotros una herida que no cierra”.

Es decir, aunque en términos estrictos la famosa cita resulta ser un tanto apócrifa, no traicionó el pensamiento del posterior premio Nóbel francés. El mencionarla con ocasión de la primera entrega del premio que lleva su nombre, a colectivos y a una persona individual, está perfectamente justificado. 

Cuando participé en el coloquio de Nantes aludí a uno de mis descubrimientos en archivos. En este caso no tuve que viajar a capitales muy lejanas de la Bruselas donde vivo habitualmente. No fui a Washington o a Moscú. Tampoco a otras más cercanas como Londres, Berlín o Roma. Me bastó con regresar unos días a Madrid en 2011.

Aquí, en el archivo de la Fundación Universitaria Española, en la calle de Alcalá, frente a la estatua del general Espartero a caballo, todo el que la visite puede encontrar cuatro contratos en español e italiano, con largos anexos, por los cuales la Italia fascista se comprometió el 1º de julio de 1936 a suministrar aviones modernos (de bombardeo y transportes, cazas e incluso hidroaviones) de cara al futuro “Alzamiento nacional”. La primera remesa fue de aparatos bivalentes para transporte y bombardeo Savoia-Marchetti, y debían entregarse antes de que finalizara el mes de julio. En 2012, en un libro colectivo dirigido por el profesor Francisco Sánchez Pérez (Los mitos del 18 de julio, Crítica, Barcelona, 2012) di a conocer mis primeros hallazgos.

Después, gracias a una sugerencia del embajador Juan Antonio Yáñez-Barnuevo, en el archivo de la Ciudad de Barcelona encontré las transcripciones de las declaraciones orales de testigos, protagonistas y víctimas entonces todavía vivas que, para su libro Blood of Spain (traducido al castellano por Una historia oral de la guerra civil), recogió el historiador británico Ronald Fraser. De una de ellas, la celebrada con Pedro Sainz Rodríguez, firmante de los acuerdos de Roma, se desprende que este negoció con los italianos teniendo en cuenta que, si fracasaba el golpe de Estado, España se encaminaría a la guerra civil. Ciertamente, el “detalle” lo había omitido en sus publicadas memorias.

De regreso a Madrid, Sainz Rodríguez informó a Calvo Sotelo de su éxito y le explicó que no había dejado en dudas a los italianos a lo que se exponían para evitar que se retractaran si el golpe no triunfaba. No había que permitirles, a priori, que esgrimiesen después ninguna duda sobre lo que se arriesgaban. Ciertamente no lo hicieron.  Que los Savoia aterrizaron en Melilla (Nador) el 30 de julio de 1936 se desprende del cotejo de los expedientes de los pilotos que se guardan en el Archivo de la Aeronáutica militar italiana en Roma y las declaraciones de varios de ellos cuyos aparatos se vieron obligados a aterrizar en territorio del Marrueco francés. Se conservan en los archivos del Servicio Histórico de la Defensa en el castillo de Vincennes, pegado a París.

En dos libros relativamente recientes, ¿Quién quiso la guerra civil? y El gran error de la República, he analizado lo que hubo detrás y los porqués en base a las evidencias documentales primarias de época, recogidas en media docena de archivos españoles (públicos y privados) franceses, italianos y británicos.

En contra de lo que se ha dicho y repetido desde tiempo inmemorial, quienes quisieron la guerra civil fueron tres grupos políticos y sociales muy determinados:

1.      Los monárquicos alfonsinos, los carlistas y los falangistas.

2.     Una parte de las fuerzas armadas y de seguridad, a las que se había hecho creer que España se encaminaba hacia una revolución comunista.

3.     Los financieros del golpe: monárquicos adinerados y los sectores que prestaron apoyo económico a los golpistas, conocieran o no el destino al que iban a parar sus contribuciones. Quien sí lo sabía fue, sin la menor duda, Juan March.    

Todo lo anterior está documentado, no sin lagunas, pero con evidencia primaria relevante de época muy consistente. Faltaban por cumplirse dos circunstancias:

La primera: Crear la sensación general de que España vivía un momento de extrema inseguridad. Para ello se organizaron atentados y asesinatos selectivos; se excitó a las izquierdas (que cayeron en la trampa) y se lanzaron andanadas de propaganda para preparar a los votantes de derecha a la necesidad de dar una solución drástica ante el peligro de la sovietización de España. (Quienes quieran enterarse de la dinámica tras las revueltas, asesinatos y muertes lo tienen muy a mano: la lectura del libro Cifras cruentas (del profesor Eduardo González-Calleja, en Comares). No conozco a periodistas, cuentistas e influencers que hayan recurrido a él.

La segunda: inducir a engaño a la potencia hegemónica del momento, el Reino Unido, y evitar en lo posible que los servicios de seguridad del Estado advirtieran al Gobierno de la gravedad de la situación (este es, por cierto, el aspecto menos documentado, lo cual no es de extrañar).

¿Conclusión? La guerra no fue inevitable. Pudo evitarse de no haber concurrido varias circunstancias exhaustivamente estudiadas por historiadores españoles y extranjeros

¿Conclusión? La guerra no fue inevitable. Pudo evitarse de no haber concurrido varias circunstancias exhaustivamente estudiadas por historiadores españoles y extranjeros.

Lo que quedaba era justificar, entonces, después e incluso en la actualidad, la supuesta necesidad del recurso a la violencia. ¿Los responsables de ella? Las izquierdas en general, pero con desplazamientos relativos a medida que ha ido transcurriendo el tiempo: primero y durante casi toda la dictadura fueron los comunistas; luego han ocupado el lugar de honor en los desvaríos neofranquistas los socialistas; finalmente, se ha olvidado a los anarcosindicalistas.

Ni los primeros ni los últimos son hoy objeto de la atención primaria de la prensa escrita y digital de derechas. Los dardos se concentran en los socialistas y, más particularmente, en los denominados caballeristas. Pocos han leído la biografía que de Francisco Largo Caballero escribió el añorado Julio Aróstegui. Algún superreconocido autor que cita al antiguo dirigente socialista en las tres ediciones de que goza un libro que lo hizo famoso ha tergiversado sus palabras o se las ha inventado y siempre distorsionado el contexto.

Menos son aún quienes han digerido la significación de la ayuda previa pactada con los fascistas italianos. Mussolini no fue un alma cándida. Tampoco una hermanita de la Caridad. Fue un personaje siniestro: en primer término, para su país y, en segundo lugar, para Europa. Sus ansias de expansión no se dirigieron solo al Mediterráneo oriental sino también al occidental. En España quiso repetir la exitosa experiencia que había logrado en Abisinia. Esto ha sido uno de los factores que los autores y periodistas de derechas, que no han trabajado en los archivos relevantes y promocionan las supercherías habituales desde 1936, no quieren reconocer a ningún precio. ¿Qué han opuesto? Palabrería, mitos, conjeturas.

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