Luces Rojas

Daños irreversibles: el FMI descubre la paradoja de los costes

José Esteban Cruz y Stuart Medina

El FMI parece desconcertar a la opinión pública al emitir consejos contradictorios sobre moderación salarial, pidiéndola insistentemente a determinados países para después desmarcarse recientemente de tal propuesta a nivel agregado en un reciente informe titulado Moderación salarial en las crisis. Esta revelación esconde una lógica macroeconómica correcta que es corroborada por la realidad tras muchos años de sufrimiento individual y colectivo inútil e irreparable, y que intentaremos esbozar a lo largo de las siguientes líneas.

Desde las instituciones dominadas por la ortodoxia económica llevan años denunciando la rigidez de nuestro mercado laboral, a la cual culpan de mantener artificialmente elevado el coste del trabajo. (Estas instituciones nunca aclaran por qué la tasa de desempleo es el doble en Andalucía que en Euskadi con la misma legislación laboral). La teoría neoclásica, tal y como se enseña en las facultades de Economía, considera al trabajo igual que cualquier otro recurso que contribuye al proceso productivo. Si la oferta supera la demanda, para restaurar el equilibrio del mercado bastaría con bajar su precio —el salario— para que aumentara esta y cayera aquélla. Un salario más bajo también contribuiría a reducir la oferta pues algunos trabajadores la retirarían.

Muchos economistas, siguiendo esta lógica, afirman que todo el desempleo es voluntario, ya que lo único que habría que hacer para “vaciar” este mercado sería ofertar nuestros esfuerzos y habilidades a aquel precio por el que las empresas, como demandantes, estén dispuestas a comprar todo el trabajo disponible en el mercado. Por tanto, si no bajan los salarios es porque los trabajadores aplicarían prácticas de colusión para impedirlo o porque las normas no son flexibles, impidiendo que el mercado se ajuste.

Es en este punto donde aparecen en el análisis las rigideces y la habitual cantinela de “flexibilizar” el mercado de trabajo con la que los medios de comunicación y creadores de opinión nos aturden. Los trabajadores que ya tienen un empleo difícilmente aceptarán una bajada de salario para unas mismas condiciones laborales particulares, lo cual crea –dicen– un conflicto en el mercado laboral entre individuos con trabajo e individuos desempleados. La conclusión derivada del análisis convencional lleva inevitablemente a culpabilizar a los sindicatos y a la regulación que protege los derechos de los trabajadores por mantener unos “privilegios” que distorsionan el equilibrio en el mercado laboral. Dentro de este planteamiento surgen las reformas laborales del PSOE en 2010 y del PP en 2012, que han permitido precarizar el empleo y destruir puestos de trabajo, sustituyendo uno bien pagado por uno o más con menores costes para la empresa. Las prescripciones económicas de Ciudadanos proponiendo la reducción del coste del despido —sustituyendo las indemnizaciones por la llamada mochila austríaca— y la eliminación de la distinción entre contratos temporales y fijos responden a esta forma de pensar.

Es intuitivo pensar que una persona que está dispuesta a trabajar a un salario más bajo, quizás encuentre empleo. Sin embargo, la idea de que la reducción de los salarios eliminará el desempleo es incorrecta, pues se basa en una clásica falacia de composición. Al reducir la fuerza de trabajo a la condición de una mercancía cualquiera, se incurre en la falsa deducción de que lo que es cierto para una persona que está buscando empleo, también lo es para todos los trabajadores considerados en su conjunto. El gran economista John Maynard Keynes ya advirtió en los años 30 que el empeño en aplicar políticas de reducción salarial para acabar con el desempleo estaba condenado al fracaso. Veamos por qué.

Uno de los hechos más difíciles de entender de nuestro sistema económico es que se considere normal que haya fábricas ociosas y personas en busca de trabajo y que, al mismo tiempo, siga habiendo necesidades humanas insatisfechas. Ello se debe a que nuestro sistema económico está organizado de forma que el objetivo de producir mercancías no sea la satisfacción de necesidades mediante el intercambio, como estudiamos en las universidades, sino la obtención de beneficios privados. En una economía capitalista, si los que dirigen el proceso de producción no creen que vayan a obtener beneficios, no lo iniciarán, dejando los recursos ociosos.

La razón por la cual las empresas invierten es la tasa de beneficios esperada, que determina la cantidad de bienes y servicios producidos, el número de trabajadores contratados, y el número de personas que quedan sin empleo. Estas expectativas dependen de dos factores muy diferentes pero que se influyen mutuamente:

1.) Las condiciones de costes relacionadas con la compra de factores de producción y la obtención del producto.

2.) Las condiciones de demanda relacionadas con la tasa esperada de utilización de la capacidad productiva instalada.

Si las condiciones de demanda son buenas, es probable que las condiciones de costes sean malas. ¿Por qué? Algunas de las cosas que mejorarían las condiciones de costes producirán el efecto contrario en las condiciones de demanda. Por ejemplo, si todas o muchas empresas consiguen reducir sus salarios, sus condiciones de costes mejorarán (a menos que disminuya también la productividad), pero probablemente sus condiciones de demanda empeorarán.

Las ventas de las empresas dependen de que los trabajadores y trabajadoras tengan renta suficiente para adquirir los bienes y servicios que éstas ofertan, y los salarios constituyen, con gran diferencia, la principal fuente de renta de las personas. Al reducir los costes salariales los empresarios no encontrarán demanda para sus productos. Así, una reducción de los salarios puede empeorar la tasa de beneficios y dar lugar a una reducción de la inversión y el agravamiento del desempleo. Los economistas no ortodoxos denominan a este fenómeno “la paradoja de los costes”.

Cabe preguntarse por qué los empresarios en su conjunto tendrían interés en mantener a una parte de la población desempleada y reducir los salarios de los que emplean en el mercado de trabajo. Como al FMI, a las asociaciones de empresarios no debería costarles entender la paradoja de los costes.

Podríamos encontrar una explicación en la conducta egoísta de unos empresarios que buscan maximizar sus beneficios sin darse cuenta de que el empeño de todos en el mismo fin les lleva a una trampa de demanda deprimida. Pero no podemos subestimar ni la competencia entre empresarios como fuente de incertidumbre para cada empresa a nivel individual, ni los intereses de clase para mantener a la clase trabajadora disciplinada

El economista polaco Michal Kalecki demostró cómo los empresarios, como propietarios de los medios de producción, deciden el nivel de inversión de la economía, y por extensión de la producción y empleo. Puesto que la participación de los salarios en la economía es una función del grado de monopolio, a mayor grado de monopolio menor es la cuota en el reparto de la renta para los trabajadores, por lo cual las empresas perseguirían la concentración de la actividad para asegurarse mayores beneficios, estableciendo acuerdos con otras empresas que diesen lugar a una estructura de mercado oligopólica. De otra forma, la obligación de invertir continuamente en la búsqueda de ventajas tecnológicas para sobrevivir a la competencia, llevaría a un nivel en el cual el desempleo escasease y se hiciesen fuertes los trabajadores en la negociación salarial, reduciendo la tasa de beneficios del conjunto de los empresarios.

Puede que los empresarios tomen decisiones que vayan en detrimento de la sociedad, pero no necesariamente de sus intereses. La amenaza creíble del paro fortalece su poder de negociación y reduce el de los sindicatos. Es fácil ver cómo el poder de los sindicatos es residual en aquellos sectores donde las empresas pueden amenazar con deslocalizar su producción o externalizar los servicios hacia otros países con menores salarios y también en situaciones con un desempleo elevado.

Muchos países han aplicado políticas de contención salarial con la intención de ganar competitividad y cuota de mercado. La política de crecimiento basada en exportaciones no beneficia a los trabajadores pero sí permite que los capitalistas de los países netamente exportadores arrebaten beneficios a los capitalistas de los países con déficit comercial. Pero aquí caemos en otra paradoja: si todos los países implantan políticas de moderación salarial simultáneamente, cae la demanda efectiva en su conjunto y, por tanto, se exacerba la caída en las expectativas de beneficios. La lógica capitalista que busca la rentabilidad a toda costa es claramente ineficiente. Esta carrera hacia el mínimo común denominador salarial conduce la economía global a una demanda agregada anémica. Es esta situación la que ha advertido el FMI. La victoria ideológica del capitalismo ha tomado una deriva suicida.

No hay motivo para tolerar los costes que el desempleo impone a la sociedad. La incertidumbre a la que se ven abocadas las personas desempleadas o atormentadas por tal posibilidad no solo deprime sus decisiones de gasto, también afecta a sus capacidades y relaciones personales. Como dijo el presidente Roosevelt, "ningún país, sin importar su riqueza, puede permitirse el derroche de sus recursos humanos. La desmoralización causada por el desempleo masivo es nuestra mayor extravagancia. Moralmente es la mayor amenaza a nuestro orden social". Este despilfarro de recursos es una lacra que solo una ideología fundamentalista impide resolver. Debemos acabar con esta permisividad exigiendo que el Estado asuma su responsabilidad y resuelva esta ineficiente dinámica intrínseca al funcionamiento del sistema capitalista, dándole una utilidad social a todos los recursos que están parados. Ante la limitada posibilidad de que otras economías extranjeras absorban la producción nacional y la anemia de la demanda interna, necesitamos un Estado emprendedor que no se vea atado de pies y manos presupuestariamente, libre de la perniciosa disciplina que pretende neutralizar el ejercicio de la democracia misma. Solo el Leviatán puede evitar que el capitalismo se destruya a sí mismo y a la sociedad.

Lagarde, única candidata a dirigir el FMI

Lagarde, única candidata a dirigir el FMI

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José Esteban Cruz es licenciado en Economía y máster en Investigación en Ciencias Sociales y Jurídicas, especialidad Economía, Empresa y Trabajo. Miembro da ATTAC Extremadura, del Instituto de Economía Política y Humana y de la Asociación por el Pleno Empleo y la Estabilidad de Precios.

Stuart Medina Miltimore es vicepresidente de la Asociación por el Pleno Empleo y la Estabilidad de Precios. Además es economista y MBA por la Darden School de la Unversidad de Virginia. Acumula más de 30 años de experiencia profesional en los sectores de material eléctrico, TIC y biotecnología. Fundó en 2003 la consultora MetasBio desde la que ha asesorado a numerosas empresas de diversos sectores.

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