En tromba

Camilleri no se acaba nunca

Fernando Baeta

Si Andrea Camilleri no hubiera muerto, como aseguran, el 17 de julio de 2019 a la edad de 93 años, a estas horas ya podríamos comprar en las reabiertas librerías italianas Todos a una, la aventura número 30 de Salvo Montalbano en la que el comisario de Vigata se enfrenta a una serie de asesinatos cometidos durante el largo confinamiento provocado por esta maldita pandemia.

La primera víctima –de este imaginario libro– se la encuentra el propio Salvo al amanecer, cuando sale a nadar en el mar, cerca de su casa de Marinella. En menos de veinticuatro horas tres cadáveres más en unas calles desiertas pero llenas de miedo y los cuatro presentan idénticas coincidencias: todos murieron asfixiados y todos llevaban una mascarilla perfectamente colocada sobre su cara y guantes de látex en sus manos. Paralelamente, el policía y su equipo se las tienen que ver con el secuestro del director de un hospital privado y con una red de traficantes de respiradores defectuosos que han sido introducidos en el país bajo el amparo de algunos funcionarios corruptos y con la ayuda de esos a los que Camilleri nunca cita en sus libros. Por si fuera poco, los familiares de algunos ancianos internados en diversas residencias de la costa sur siciliana piden ayuda a Montalbano porque sospechan que los están dejando morir sin prestarles atención médica. Y todo esto en una Sicilia con un sol más tristón de lo habitual y un Mediterráneo menos azul que de costumbre… En las últimas páginas de Todos a una, el comisario encuentra finalmente la luz bajo su mascarilla pero no está convencido de que llegar hasta el final sea lo más justo ni lo que realmente desea.

La trama, lógicamente, hubiera sido infinitamente mejor y el escritor siciliano nos hubiera contando como nadie, en las doscientas y pico páginas de rigor, la historia de esta plaga que ha sacudido su país de arriba abajo. Y lo hubiera hecho con mucha más acidez de la habitual, con la rabia añadida que le hubiera provocado este virus exterminador que también ha sabido empezar su trabajo por los de abajo, por los más débiles y necesitados.

En todo el ‘universo Montalbano’, Camilleri se sirve del delito para radiografiarnos una forma de vida, una sociedad, la siciliana, donde nada es lo que parece, el sobreentendido es una certeza y el juego de los equívocos no es un juego sino una ciencia exacta; el escritor manosea las palabras y entre líneas nos deja entrever ese contexto que, como decía su admirado Sciascia, todo lo envuelve, todo lo empapa, todo lo puede. El asesinato, el robo, el secuestro o el chantaje no son más que una mera coartada para que recorramos la vida cotidiana de una Vigata que no deja de ser una representación reducida del gran teatro del mundo. Resolver el caso no importa mucho y meter en el cárcel a los culpables no es lo realmente importante; salvar a los que siempre pierden y coger por el cuello a los que siempre ganan es lo que realmente le gustaría a un Montalbano ya de vuelta de todo, asqueado como nunca y cada vez más convencido de que hacer Justicia no tiene mucho que ver con cumplir la Ley.

Casi un año después de su muerte llega a España Tirar del hilo (Salamandra), una historia que sí pudo escribir Camilleri antes de irse y que nos retrata otro drama permanente de nuestro días, el de la inmigración. “En mi opinión, con el pretexto del gran sueño de una Europa unida hemos hecho lo posible y lo imposible por destruir sus cimientos mismos. Hemos mandado a tomar por culo la historia, la política, la economía en común. Lo único que quizá quedaba intacto hasta hace poco era la idea de la paz. Y es que, después de habernos matado los unos a los otros durante siglos, ya no podíamos más. Pero ahora se nos ha olvidado, y por eso recurrimos a esta excusa estupenda de los migrantes para levantar viejas y nuevas fronteras con alambre de espino. Dicen que entre ellos se esconden los terroristas, en vez de decir que esta pobre gente en realidad huye de los terroristas”, reflexiona Montalbano en un momento de la novela, que se escribió cuando el ultraderechista Mateo Salvini hablaba de “carne humana” para referirse a aquellos que buscaban la libertad tras huir de la barbarie y el Mediterráneo se convertía en una gran fosa común.

En medio de una Vigata a la que noche tras noche arriban un sinfín de pateras repletas de migrantes y de dramas de difícil solución, Montalbano debe enfrentarse con el salvaje asesinato a tijeretazos de la modista que regenta la sastrería más famosa de la localidad y a la que casualmente acababa de conocer. Y, como su creador, se sirve del crimen “para alejar de su mente las escenas de los últimos días: el muchacho ahogado, el flautista crucificado, la chiquilla violada, todos aquellos ojos que lo miraban fijamente en el barco…”

Con todo esto, Camilleri cocina una historia a fuego lento; nos fabrica, como siempre, un puzle con piezas que surgiendo de la nada acaban configurando un mosaico completo y lúcido. Todo parece carecer de importancia cuando realmente todo acaba siendo importante. Lo insignificante se vuelve determinante y lo efímero permanente. Sus historias, como esta, nacen prácticamente de la nada hasta alcanzar la plenitud. Vigata no existe pero es tan real como todos sus protagonistas imaginarios.

Andrea Camilleri, que nació en Porto Empedocle en 1925, dibujaba como pocos el misterio de una Sicilia que recorría sus venas de sur a sur. Este viejo comunista del PCI lo hacía jugando con grandes trazos y pequeños matices. Se valía para ello del ínclito Montalbano –cuyo nombre es un homenaje a su amigo Manuel Vázquez Montalbán–, de un pueblo imaginario que es una copia exacta de su ciudad natal, de un Mediterráneo que lo envuelve todo, de un sol exterminador y de una tierra yerma y rota por demasiados años de abandono, miseria, odios y miedos ancestrales. Una Sicilia que parece diluirse en polvo, y donde por no agarrar no agarran ni la vida ni la muerte. A todo esto hay que añadir un buen plato de pasta con sabor a mar y a orégano en la Trattoria de Enzo y un reparto de personajes que delimitan la geografía áspera de este universo invisible, en el sentido más calviniano del término, pero que más que un universo es un estado de ánimo.

Montalbano es un policía que además de encontrar al asesino busca la verdad, lo que siempre le causa no pocos problemas con sus superiores. Tras su primera aventura juntos –nació a la edad de 43 años con La forma del agua–, Camilleri dijo de él que “cuando quería entender algo, lo entendía”. Y lo definió como “inteligente, brillante, imaginativo, leal, peligrosamente honesto, fiel a su palabra, contrario a los heroísmos inútiles, culto, buen lector y mejor gastrónomo… nada que ver con los husmeabraguetas de la novela negra americana”. Vamos, un buen tipo con un poco de mala hostia. El paso de los libros ha hecho de él un ser cada vez más vulnerable, mas deshilachado, más humano, más viejo; un hombre que ya se hace demasiadas preguntas, algunas de las cuales prefiere no responderse.

Los actores secundarios que acompañan al comisario no han variado excesivamente desde la primera aventura: Livia, la novia de toda la vida que trabaja en Génova y con la que se reúne, aquí o allá, lo justo para que el amor y la pasión no acaben en desamor y bronca; Mimì Augello, su segundo, un donjuán profesional, lo más parecido al mejor amigo de Montalbano y con el que más enfrentamientos tiene; el inspector Fazio y sus interminables datos del registro civil que tanto joden a su superior; Bonneti-Alderighi, el jefe siempre empalagoso, inútil y cobarde pero políticamente correcto, paradigma del aspirante permanente a lameculos oficial; el fiscal Tommaseo, un auténtico obseso sexual; Pasquano, el forense que respira gracias a la permanente mala leche que emana de sus entrañas; y por último, el agente Catarella, en persona personalmente, uno de los grandes protagonistas de este retablo siciliano, un diccionario para locos cada vez que abre la boca, un trabalenguas andante que protagoniza, libro tras libro, los momentos más hilarantes de cada una de las historias.

En Tirar del hilo, Montalbano cuenta además con la ayuda de Rinaldo, el gato de la víctima, que guía al comisario a través del universo de su dueña para que se fije en los detalles realmente importantes. Y siguiendo la madeja que éste le tira como señuelo y gracias a un viejo trozo de tela rasgada llega al nudo y con él al desenlace de la función. El crimen se resuelve pero a Vigata siguen llegando pateras llenas de espectros, de falsas esperanzas, alargadas sombras y miradas que no se borran de la cabeza del policía

Andrea Camilleri murió, al menos eso dijeron los periódicos, pero no se acaba nunca. En España, al menos, seguirá vivó no sólo por la magnitud y calidad de su obra ya publicada sino por la que todavía no ha llegado a las librerías. Sólo de Montalbano nos faltan cuatro historias: La rete di protezione, Il metodo Catalanotti, Il cuoco dell’Alcyon y Riccardino, la última de todas, que el escritor escribió hace muchos años para despedir la serie. Sus editores dicen que, al margen de no pocos relatos cortos, entre ellos algunos del propio comisario, ha escrito 100 libros de los de verdad, 29 de ellos del policía más famoso de Italia… Que hubieran sido 30 si hubiera tenido tiempo de escribir Todos a unaTodos a una.

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Fernando Baeta es periodista.

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