En un mundo atravesado por la crisis ecológica y la desigualdad estructural, el movimiento ecofeminista se alza como una propuesta política que desafía la alianza entre el sistema patriarcal y el sistema económico global. Frente a un modelo que ha hecho de la explotación su norma, recuperar el principio femenino —como ética del cuidado, de la interdependencia y de la preservación de la vida— se convierte en una vía urgente y transformadora. El movimiento ecofeminista no solo denuncia, sino que construye alternativas para habitar el planeta de otra manera: más justa, más humana, más viva.
La crisis ambiental no es solo una cuestión de emisiones, temperaturas o biodiversidad. Es una crisis de civilización. Una crisis que nos obliga a mirar de frente las estructuras que han sostenido un modelo de desarrollo basado en la explotación de la naturaleza, la invisibilización de los cuidados y la subordinación de millones de vidas. Un modelo que ha hecho de la dominación su lógica y del beneficio su único horizonte.
En este contexto, el movimiento ecofeminista no es una nota al pie del ecologismo ni una rama del feminismo. Es una propuesta radical que conecta dos formas históricas de opresión: la de las mujeres y la de la naturaleza. Y lo hace no solo desde la denuncia, sino desde la construcción de alternativas. Alternativas que parten de una pregunta sencilla pero profundamente política: ¿qué sostiene la vida?
Frente a un sistema que ha separado lo humano de lo natural, lo racional de lo emocional, lo productivo de lo reproductivo, el movimiento ecofeminista propone recuperar el principio femenino. No como una esencia biológica, sino como una ética del cuidado, de la interdependencia, de la sostenibilidad. Una ética que ha sido históricamente despreciada por el sistema patriarcal y el sistema económico, pero que hoy se revela como imprescindible para imaginar un futuro habitable.
La raíz del problema: una lógica de separación y jerarquía
La modernidad occidental ha construido su relato sobre una serie de dicotomías jerárquicas: naturaleza/cultura, razón/sentimiento, mente/cuerpo, independencia/dependencia, masculino/femenino. Estas oposiciones no solo dividen el mundo en dos, sino que establecen una jerarquía en la que lo masculino, lo racional y lo productivo se considera superior a lo femenino, lo emocional y lo reproductivo.
Esta lógica ha sido reforzada por la ciencia moderna y por el sistema económico capitalista, que han visto tanto a las mujeres como a la naturaleza como recursos disponibles, explotables, prescindibles. Las mujeres han sido relegadas al ámbito de lo doméstico, de lo invisible, de lo que no cuenta. La naturaleza, convertida en “recurso natural”, ha sido despojada de su valor intrínseco y reducida a materia prima para el crecimiento económico.
Ética del cuidado: una alternativa civilizatoria
Frente a esta lógica de separación y dominación, el movimiento ecofeminista propone una forma de entender la vida no desde la competencia, la acumulación o la eficiencia, sino desde la atención a las necesidades, la responsabilidad mutua y la interdependencia. Esta ética, inspirada en autoras como Carol Gilligan, no es exclusiva de las mujeres, pero sí ha sido desarrollada a partir de sus experiencias históricas y desde el activismo de las mujeres en muchos lugares del planeta.
El cuidado —de las personas, de los cuerpos, de los ecosistemas— no es un asunto privado ni un trabajo menor. Es la base de toda vida posible. Y, sin embargo, ha sido sistemáticamente invisibilizado, precarizado y feminizado. El movimiento ecofeminista no propone esencializar el rol de las mujeres como cuidadoras, sino universalizar el cuidado como principio político. Como criterio para reorganizar nuestras economías, nuestras instituciones y nuestras prioridades.
Recuperar el principio femenino no significa volver a una visión esencialista de la mujer, sino reivindicar una forma de estar en el mundo que ha sido históricamente despreciada por el sistema patriarcal y el sistema económico capitalista
División sexual del trabajo y sostenibilidad
A pesar de los avances en igualdad formal, la división sexual del trabajo, la desigualdad, la imposición de roles sigue marcando nuestras sociedades. Las mujeres dedican muchas más horas que los hombres al trabajo considerado “doméstico” y de cuidados no remunerado. Esta carga invisible sostiene el funcionamiento del sistema económico, pero rara vez es reconocida o valorada.
El movimiento ecofeminista denuncia esta desigualdad y propone que el conocimiento generado en estas prácticas —como la previsión, la sostenibilidad y la atención a las necesidades— puede ser clave para enfrentar la crisis ecológica. Además, destaca que muchas mujeres en el mundo lideran luchas por la defensa del territorio y los recursos naturales, como en los casos de Cajamarca (Perú), Sarayaku (Ecuador) o el TIPNIS (Bolivia).
Estas luchas no solo son políticas, sino también éticas: expresan una forma de relación con la tierra basada en el cuidado, la reciprocidad y la defensa de la vida. Como señala Rosa Sara Huamán Rinza, lideresa indígena peruana, “el territorio es alegría porque da vida, engendra, reproduce… a él le debemos la vida y hay que protegerlo”.
Recuperar el principio femenino
Recuperar el principio femenino no significa volver a una visión esencialista de la mujer, sino reivindicar una forma de estar en el mundo que ha sido históricamente despreciada por el sistema patriarcal y el sistema económico capitalista. Significa reconocer que cuidar no es debilidad, sino fortaleza. Que sostener la vida no es un obstáculo para el desarrollo, sino su condición de posibilidad.
Vandana Shiva lo dice con claridad: “Amar la naturaleza es un acto político. Es desafiar un sistema que ha hecho del desarraigo su norma. Es recuperar la conexión con la tierra, con los cuerpos, con los otros. Y es, también, una forma de justicia. Porque no hay justicia social sin justicia ecológica. Y no hay justicia ecológica sin una transformación profunda de nuestras formas de vida”.
Yayo Herrero lo complementa: “El gran reto es reconstruir lo común en culturas profundamente individualistas. Volver a tejer comunidad, volver a mirar al otro no como amenaza, sino como parte de un nosotros. Porque sin comunidad no hay cuidado. Y sin cuidado, no hay vida”.
Una lógica común de dominación
Todos los enfoques ecofeministas coinciden en que la subordinación de las mujeres y la explotación de la naturaleza responden a una misma lógica: la lógica que supedita la vida a la obtención de beneficios. Esta lógica ha invisibilizado tanto a las mujeres como a la naturaleza, relegándolas a un segundo plano en la toma de decisiones y en la construcción del conocimiento.
Frente a esta lógica, es más necesaria que nunca una transformación profunda de los valores que rigen nuestras sociedades. La ética del cuidado, en este sentido, no es solo una propuesta moral, sino también política: implica reorganizar nuestras prioridades, nuestras instituciones y nuestras formas de vida .
La ética del cuidado, desde una perspectiva ecofeminista, ofrece una alternativa ética y política frente a la crisis ambiental. Propone una forma de vida basada en la interdependencia, el respeto y la responsabilidad compartida. En un mundo marcado por la explotación y la desigualdad, esta mirada nos invita a construir una sociedad más justa, sostenible y humana.
El movimiento ecofeminista no es un ecologismo “de mujeres”, sino una propuesta universal que pone en el centro la vida, el cuidado y la justicia. Frente a la lógica de la dominación, propone una lógica del sostenimiento. Frente a la explotación, propone el cuidado. Y frente a la indiferencia, propone la responsabilidad.
Porque cuidar es revolucionario. Y porque, si queremos un futuro habitable, no podemos seguir dejando fuera del debate a quienes más saben de sostenibilidad: las mujeres que, día a día, sostienen la vida.
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Estefanía Suárez es experta en Sostenibilidad Ambiental y colaboradora de la Fundación Alternativas.
En un mundo atravesado por la crisis ecológica y la desigualdad estructural, el movimiento ecofeminista se alza como una propuesta política que desafía la alianza entre el sistema patriarcal y el sistema económico global. Frente a un modelo que ha hecho de la explotación su norma, recuperar el principio femenino —como ética del cuidado, de la interdependencia y de la preservación de la vida— se convierte en una vía urgente y transformadora. El movimiento ecofeminista no solo denuncia, sino que construye alternativas para habitar el planeta de otra manera: más justa, más humana, más viva.