Ensayo sobre la ceguera ética en el asunto Gaza

Ni que decir tiene que no voy a tratar de emular la sabiduría expositiva de José de Saramago; nunca lo conseguiría. Solamente he tomado prestado del Premio Nobel una mínima parte de su preocupación social. Digamos que a lo largo de su vida, en sus novelas, nos dejó un muestrario amplio de las disparidades de la conciencia humana, sus despistes a la hora de generar una cierta ética universal, tarea en la que hasta la más insignes religiones, y con más seguidores, han fracasado como la evidencia histórica demuestra más de una vez. Ahora mismo, no sabría decir dónde encontrarla. Acaso dar las gracias a Antonio Guterres, otro portugués, que es la voz que clama frente a las injusticias en el desierto global. 

Cuesta creer que a cualquier persona no se le despierta la conciencia en la intimidad y clama contra el asunto Gaza: un tremendo genocidio y algo más oculto. ¿O es que si se llega al poder no se aviva nunca la moralidad?, a pesar de la crueldad con que se está tratando a dos millones de seres humanos. Se supone que todos no culpables de los atentados terroristas de Hamás. Cabría decir, recuperando el pasaje de Sodoma y Gamarra del antiguo testamento, que no hay diez personas justas en Gaza para salvar a las demás del fuego eterno. Al cual fueron castigadas con una lluvia de fuego y azufre –como ahora las bombas-, debido a sus muchos pecados, según cuenta un pasaje del Génesis; hay controversia científica sobre la caída de un cuerpo celeste como causa de la destrucción. En ese caso, se supone que por su supuesto apego a las riquezas, interpretadas en el libro sagrado como falta de compasión. Ahora, no cabe hablar más que de apego de los gazatíes a la pobreza. Si se “abren las puertas del infierno” tras destruir durante meses las ciudades y los asentamientos, ya ni siquiera serán necesarios los objetos caídos del cielo pues el hambre –UNRWA cuenta que unas 600.000 personas ya la sufren, y que se ceba en los niños– y las enfermedades provocarán el exterminio. 

Hasta ahora hemos hablado de los sufrientes y sus circunstancias, pero cabría observar a quienes no miran, a las cegueras de la conciencia de la llamada “comunidad internacional”, que es todo menos comunidad ética. Volviendo a Saramago y sus enseñanzas, digamos que no intentamos convencer a nadie, sino ayudarles a mirar, recuperarlos de su ceguera emocional. Apuntemos que la victoria de quienes lanzan bombas nunca será definitiva y nunca las religiones enfrentadas han servido para que los seres humanos estén más próximos en su ética los unos de los otros. Pasa en aquella zona ahora y la historia nos la muestra casi siempre fue así. Repetimos textualmente una pregunta que se hacía el portugués: “¿Qué clase de hombre es este que es capaz de mandar máquinas a Marte y no hace nada para evitar la muerte de un ser humano?" Aquí reconocemos la inacción, vista en resultados, de los gobiernos demócratas; se dice que asentados en la ética global. Seguramente no han reparado en que el mayor dolor es el que se siente cuando las cosas, en este caso perversas, han corrido tanto que ya parece imposible remendarlas. 

Somos, lo confieso, pesimistas prestos a mudar si se nos presenta la mínima ocasión. Saramago nos animaría puesto que los pesimistas queremos cambiar la actual ética complaciente, frente a los optimistas en que llegue un acuerdo de paz. Estos se moverán poco en su entorno cercano, pues observan el mundo que les va bien, están ciegos de conciencia. Debe ser verdad aquello de que cada uno vez con los ojos que tiene, y esos ojos, educados en no mirar observando, ven lo que quieren. Durante estos días partirán de puertos del oeste Mediterráneo unos barcos para llevar al este sus deseos de libertad. En intentos anteriores “La flotilla de la Libertad” fue detenida en el Mediterráneo, algunos participantes murieron. Ojalá ahora sirva al menos para despertar las solidaridades ocultas en los países ribereños, en tantas personas que habitan en el que en otro tiempo fue llamado Mare Nostrum, de todos y de nadie por más que los antiguos imperios o piratas los intentasen. 

¿Tan ciegos están el Primer Ministro y el Ejército israelí que no encuentran recuerdos del ”holocausto nazi” en la memoria?

Los miércoles nos reunimos en la plaza principal de la ciudad en la que vivo, unos 700.000 habitantes, para delatar los terribles efectos de esta guerra absurda; apenas llegaremos a los tres centenares de personas. Cuesta creer que en nuestra ciudad no haya otras muchas que sientan vergüenza de las muertes provocadas por hambrunas –la ONU acaba de declararla en la zona de Gaza–. Acaso la incomodidad de cualquier tipo las retiene en otros menesteres. ¿Quizá sea verdad aquello que decía el novelista de que las tres enfermedades de nuestra sociedad son la incomunicación, la revolución tecnológica y la vida centrada en el triunfo personal? Pero lo uno –particular- no excluye lo otro –colectivo–, me digo en más de una ocasión. Para ello debemos empezar a pensar en las pequeñas cosas, de los otros también, como podría ser levantarse cada mañana y sentirse libre. Si conseguimos entenderlas –el sentido y fin de la vida- podremos llegar a comprender ciertas causas y consecuencias de las grandes cosas. Esto último dudo en aplicarlo a las clases dirigentes de los países llamados demócratas.

Lo que daría por conocer la opinión de Saramago sobre el actual genocidio –al menos así es la intención de parte del Gobierno de Israel– de Gaza. Me quedo con aquello que alguna vez dijo más o menos: Por más negras y espesas que sean las nubes que vemos sobre nuestras cabezas, hemos de recordar que siempre tendrán encima un cielo azul, que se nos presentará cuando una pequeña rendija abra esos presagios de muerte. Que completaría/enfrentaría con aquella otra que decía “Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”. Al menos hasta el momento, eso se pueden decir de los países que consienten todo, los EE.UU. a la cabeza. Siempre queda la posibilidad de que alguno de los poderosos provoque esa rendija entre las nubes, tal que por ella entre una luz de conciencia que descabalgue a los actuales dirigentes de Israel. ¿Tan ciegos están el Primer Ministro y el Ejército israelí que no encuentran recuerdos del ”holocausto nazi” en la memoria? Alguien, no sé si su Dios, debe hacerles ver que entonces casi acaban con su pueblo –parece que al menos 6 millones de judíos fueron aniquilados por sus creencias- durante la ignominiosa II Guerra Mundial.

P.D.: Nada de este artículo pretende ser antisemita, solamente denunciar el olvido al que la “poli(é)tica universal” somete al pueblo de Gaza, mientras sufre los efectos de las bombas y la negación de auxilio del Ejército de Israel.

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Carmelo Marcén Albero es doctor en Geografía por la Universidad de Zaragoza y especialista en educación ambiental.

Ni que decir tiene que no voy a tratar de emular la sabiduría expositiva de José de Saramago; nunca lo conseguiría. Solamente he tomado prestado del Premio Nobel una mínima parte de su preocupación social. Digamos que a lo largo de su vida, en sus novelas, nos dejó un muestrario amplio de las disparidades de la conciencia humana, sus despistes a la hora de generar una cierta ética universal, tarea en la que hasta la más insignes religiones, y con más seguidores, han fracasado como la evidencia histórica demuestra más de una vez. Ahora mismo, no sabría decir dónde encontrarla. Acaso dar las gracias a Antonio Guterres, otro portugués, que es la voz que clama frente a las injusticias en el desierto global. 

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