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'Eppur si muove...'

Ferran Dalmau

En este siglo XXI tal vez uno de los defectos más comunes sea el de creerse en posesión de la verdad absoluta, al menos en lo que a opinar en redes sociales se refiere. Este efecto psicológico ultracrepidiano (gente que opina de todo sin necesariamente saber de lo que habla) descrito por Dunning – Kruguer es común, y molesto, por la cantidad de ruido que genera. El problema viene cuando quien opina barniza su punto de vista (que ni es el único, ni necesariamente el mejor) bajo el paraguas de “la verdad”, la “ciencia” o la “técnica”. Este artículo responde a otro, “Apóstoles de la destrucción” publicado por infoLibre el 20 de diciembre, firmado por el que fue director general de Transición Ecológica de la Generalitat Valenciana hasta que fue cesado hace unas semanas, el señor Pedro Fresco. 

Vayan por delante dos cosas: no conozco al señor Fresco, y no pongo en duda su capacidad técnica, conocimiento o aptitudes. Escribo desde el más profundo respeto, pero también desde el desacuerdo (desconozco cuán profundo) respecto a su enfoque referente a la “burbuja” de macroproyectos de implantación de plantas solares fotovoltaicas en territorio valenciano.

El artículo del señor Fresco destila desprecio por quienes no piensan como él en el citado artículo, en concreto por el movimiento “colapsista” que, según Fresco, “vaticina la llegada inminente del colapso energético y de recursos mundial, lo que llevará inexorablemente a la destrucción del capitalismo por ser este un sistema inherentemente depredador de recursos”. Según su punto de vista (que afirma contundentemente) además, este movimiento tiene tintes religiosos. Da igual que algunas de las personas que hablan y documentan el tema sean científicos de reconocido prestigio. Afortunadamente, en ciencia, el principio de autoridad no existe. Y uno es tan bueno como aquello que es capaz de documentar, y demostrar.

Para las personas no familiarizadas con estas lides, indicar que el “colapsismo” (por esa manía tan del siglo XXI de etiquetarlo todo) es un movimiento formado por gente que se dedica a describir y documentar cómo parece (ojalá no, claro) que la civilización industrial que nos ha traído hasta aquí desde el siglo XIX puede colapsar. No tienen iglesias, todo sea dicho de paso. Aunque reconozco que la vehemencia con la que se defienden hoy ciertos postulados tiene en ocasiones tintes de creencia… y por desgracia se convierten en cuestiones de Fe. Hay que decir que el análisis de los procesos de colapso de las diferentes civilizaciones que han poblado el planeta no es de ayer. Gentes como “Plinio el joven”, que vivió hacia el 80 después de Cristo, o Montesquieu en el siglo XVIII, ya analizaron las causas de la decadencia de diversas civilizaciones. Y en la mayor parte de los casos coinciden… las civilizaciones humanas solemos irnos a hacer puñetas por insostenibles.

Desde un punto de vista social, el modelo de macroplanta en manos de fondo de inversión extranjero genera algunas dudas razonables de sostenibilidad. Primera, genera aquí el impacto ambiental, pero se lleva fuera el beneficio

Entiéndase el uso de la sostenibilidad en este artículo en un sentido amplio que combina necesariamente los factores económicos, sociales, ambientales… de una sociedad. Pues bien, tras leer el artículo del señor Fresco, y tras haber observado su defensa a ultranza de un modelo de implantación de las energías renovables, bajo mi punto de vista, insostenible, me gustaría aportar otro punto de vista, documentado.

Afirma el señor Fresco que el colapsismo fortalece el inmovilismo. Hombre, tal vez anima a la acción, para evitar el colapso, pero supongo que eso va por barrios, caracteres y ánimos de cada cual. Compartiendo el diagnóstico de que estamos jodidos por muchas razones (mayoritariamente relacionadas con nuestra propia de relación con el ecosistema que nos sustenta) personalmente preferiría no colapsar, si es posible.

Y claro, esto me lleva a la siguiente reflexión: por contraposición, se podría decir que los “anti-colapsistas” o los “anti-inmovilistas” pueden utilizar a los “colapsistas” para hacer creer que todo vale con tal de mejorar la situación. Movámonos. A cualquier precio… Conste que comparto la inquietud del señor Fresco respecto al ritmo de implantación de las energías renovables. Pero a mí me preocupa que, además de ser muchas, y de ser renovables, sean sostenibles.

Precisamente, para evitar el hipotético colapso. En sus redes sociales esta persona, que ha ejercido de responsable político, de libre designación, de un área tan importante como la de Transición Ecológica, ha afirmado en múltiples ocasiones que no se puede alcanzar el objetivo marcado para 2030 de renovables con cubiertas de naves industriales y proyectos de autoconsumo. Como técnico, como ingeniero, y como persona que habita uno de los pueblos cuya sierra está amenazada por una macroplanta solar promovida por un fondo de inversión tan respetable como JPMorgan, al escucharlo, como un mantra religioso, me generó preguntas. Y las preguntas exigen respuestas. Datos. Números. 

Miren, en diciembre del 2021 el Estado español tenía 62.406 instalaciones fotovoltaicas, de las cuales 5.624 estaban en territorio valenciano. Y a finales de 2022, según los datos del Institut Cartogràfic Valencià, había en trámite 48 macroplantas pendientes de ser aprobadas por el Ministerio. La definición de “macro” no es baladí. Cuando la potencia de la planta supera el umbral de los 50MW ni siquiera la Generalitat Valenciana es competente: se aprueba desde el Ministerio directamente. A los pueblos afectados, por lo tanto, nos queda muy lejos el poder de decisión. A la vez, otras 331 instalaciones dependen de la aprobación de la Generalitat. En un solo año.

Desde un punto de vista social, el modelo de macroplanta en manos de fondo de inversión extranjero genera algunas dudas razonables de sostenibilidad. Primera, genera aquí el impacto ambiental, pero se lleva fuera el beneficio. Segunda, no es sostenible implantarlas en contra del criterio mayoritario de las personas que habitan el territorio. Muchos municipios (como el caso de Carcaixent) han votado por unanimidad en sus plenos locales contra estos proyectos. Y tercera, nos limita la soberanía energética como país. ¿Es eso lo que queremos? ¿No hemos aprendido nada de la crisis asociada a la deslocalización de la producción a países terceros durante la pandemia?

Pero bien, sigamos con los datos. El objetivo para 2030 es llegar a la generación de 6.000 megavatios de energía renovable. A pesar de que parte de estos megavatios se quieren generar a través de energía eólica, supongamos que se tiene que generar todo a través de energía fotovoltaica. Hay que hacer algunos cálculos "sencillos" para explicarlo.

El área aproximada de un panel solar está entre 1,5 y 2 metros cuadrados. Los polígonos industriales valencianos suman un total de 173 millones de metros cuadrados. Si quitamos suelo industrial que no son cubiertas (tejados), por ejemplo, un 20% –aceras, viarios, zonas verdes...–, dividimos por placa y suponemos que cubrimos toda la superficie industrial con placas solares, esto nos daría una cifra determinada de metros cuadrados de los cuales también hay quitar metros, para que en esta hipótesis no nos acusen de optimistas. Así pues, si quitamos otro 40% suponiendo que no es viable la instalación de placas en esas zonas por el motivo que sea, tenemos un 60% de la superficie industrial inviable y un 40% viable. Con este supuesto nos continuarían quedando 69,2 millones de metros cuadrados. Si esto lo dividimos entre dos para saber el número de placas, aprovechando únicamente el 40% del suelo industrial valenciano, el resultado es que es viable instalar 33,7 millones de placas solares.

Pero, ¿alcanza con esto para cumplir el objetivo? Pues miren, imaginemos que necesitamos un kit fotovoltaico de autoconsumo para casa, y que necesitamos generar un kilovatio, es decir mil vatios. Para generar un kilovatio de potencia con paneles solares, hay que dividir el kilovatio entre la potencia del panel. Si el panel tiene 300 vatios de potencia y necesitas 1.000, se dividen 1.000 vatios entre 300 y no da 3,3 paneles.

Un megavatio son un millón de vatios. Si usamos paneles de 300 vatios, para producir un megavatio se necesitarían 3.333 paneles. Si redondeamos, para tener margen, para hacer 1 megavatio necesitamos 3.400 paneles. Si yo quiero obtener 6.000 megavatios tenemos y necesito 3.400 paneles para generar uno, multiplico y obtengo un total de 20,4 millones de paneles. Si para cubrir las cubiertas valencianas, aprovechando solo el 40% del suelo industrial, hacían falta 33,7 millones de paneles, resulta, pues, que ocupando el 40% de los polígonos industriales podríamos llegar a producir 10.400 megavatios para el 2030. Las matemáticas, no son religión, por lo que, a lo mejor, es bueno cuestionar los dogmas, ¿no?

El señor Fresco afirma en su artículo que los argumentos usados por los grupos “anti-renovables” (la manía de las etiquetas) pretenden rechazar cualquier desarrollo de renovables en el territorio. No, señor Fresco. No. Se trata simplemente de hacerlo bien. Por eso, sería de agradecer, por aquellos que somos pro-renovables, sostenibles, que no se venga tan arriba y meta a toda la gente que ha cuestionado su política en el mismo saco.

No solamente no estamos en contra de las renovables, es que las queremos promover. Pero queremos hacerlo de forma que ganemos soberanía energética. Mediante las denominadas Comunidades Energéticas Locales. Empresas de aquí, gestionando la energía de aquí. Cooperativas, comunidades de vecinos, particulares… que no estén sometidos a los dictámenes de “es el mercado, amigo” (o enemigo dependiendo del caso, ya saben). El primer objetivo estratégico podría ser las cubiertas industriales para que además nuestras empresas sean más competitivas. El argumento de que no hay que destruir suelo fértil agrícola o suelo forestal no es religioso ni místico, ni colapsista. Es lógico. Eco-lógico, concretamente. Y técnico, si hablamos de sostenibilidad. Imaginen que todo lo que acabo de argumentar es insuficiente, que la cifra de metros cuadrados en cubiertas industriales no es suficiente.

Pues bien, según datos de la Consellería de Educación y Cultura valenciana, si se hace una consulta general de sus centros educativos, en el territorio valenciano tenemos 3.706 centros, de los cuales 2.070 son públicos. Un segundo objetivo, una vez agotado el suelo industrial disponible para renovables, podría ser el de garantizar que las escuelas públicas o privadas incorporen todas las cubiertas viables para placas solares. Tendríamos la industria y las empresas con producción propia de energía, o con producción propia de una buena parte de la energía que necesitan. Las empresas tendrían que pagar la instalación e invertir, claro, pero no volverían a pagar por la luz, y en agosto, si cierran por vacaciones, absorberían energía con las placas que continuarían funcionando y cobrarían por la energía que abocan en red. Y lo mismo con las escuelas.

Pero como el escepticismo es también inherente a la técnica y a la ciencia, imaginemos que esto tampoco es suficiente… Pues bien, sigue habiendo opciones antes que el monte o el suelo fértil. Según datos del Ministerio de Fomento del Gobierno de España, de los 1.931,76 kilómetros de carreteras que teníamos al 2019 en nuestro territorio, 1.110 kilómetros son vías de alta capacidad. En muchos países se han puesto placas solares encima las autopistas, cosa que las hace menos calurosas y reduce el efecto isla de calor.

Si con las carreteras de alta capacidad tampoco fuera suficiente, hay plazas en los pueblos que en agosto da miedo cruzarlas a plena solana, y donde se pueden poner pérgolas solares para generar energía para los jardines y alumbrado público. También podemos aprovechar las infraestructuras de trasvase de agua o los cementerios, tal como ya ha hecho el Ayuntamiento de València. Así pues, señor Fresco, haga el favor de no generalizar, que está muy feo, y genera un falso debate. El dilema, la disyuntiva, es “renovables sostenibles y en manos de la población local reduciendo los impactos” o “renovables insostenibles impuestas a los habitantes locales en manos de los fondos de inversión quitando importancia al impacto”.

Dijo Martin Luther King Jr. que «el progreso humano no es ni automático, ni inevitable». Nuestro progreso sostenible depende de nuestra soberanía energética. Y hay un movimiento social que está intentando cambiar ese progreso. Que la transición energética sea sostenible. Y a pesar del “colapsismo” y de quienes le están haciendo el juego a los fondos de inversión, por las prisas, se mueve en contra de la insostenibilidad. Aquellos movimientos que justifican las renovables insostenibles son más peligrosos que los males que pretenden destruir. Como dijo Galileo Galilei, tras ser juzgado por la Inquisición, que quería imponer su visión única de las cosas, el movimiento por las renovables sostenibles Eppur si muove

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Ferran Dalmau es director de Ingeniería y socio de Medi XXI GSA.

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