La palabra parlamentar debería considerarse patrimonio inmaterial de la humanidad, pues debe hacerse presente tanto en la vida corriente como en la político-social. Su significado resalta que se ejerce dentro de una asamblea deliberativa, generalmente legislativa, que representa al pueblo. Esto me lo ha escrito la IA. Ahora mismo, las Cortes de España, cámara y asamblea, han despreciado su misión más importante: entenderse por medio del diálogo para el beneficio de toda la ciudadanía. Ahora mismo no hacen honor a su supuesta grandeza. La palabra más nombrada ya no es acuerdo sino corrupción. La gravedad de los insultos ha llevado a la Presidenta de las Cortes a retirar varios exabruptos del diario de sesiones.
Recuerdo aquel día de abril de 1983 cuando, en nuestro viaje de estudios a Madrid con el alumnado del colegio de Gallur, entramos en el edificio de las Cortes. Teníamos permiso para visitarlo. Me preocupé de que todos, chicos y chicas, se sentasen en los escaños del Gobierno, para sentir la energía ciudadana que desde ahí se podría enviar al resto. Una chica –una mujer– subió a la tribuna de oradores y pronunció un discurso preparado por consenso los días anteriores. En él figuraban en letras mayúsculas libertad y concordia, y un P.D. final dedicado a pedir mejor educación y de calidad; la escuela rural siempre ha estado desatendida. Nos impactaron aquellos agujeros de balas en el techo, el rastro del deseo usurpador de la libertad. La verdad que el acto transcurrió en un silencio respetuoso, como así quedó reflejado en los resúmenes del viaje que cada uno debía entregar. Reconozco que me emocioné al leerlos.
Unos años antes los profesores empezábamos a diseñar otra escuela dentro de los Movimientos de Renovación Pedagógica (MRP), injustamente olvidados. Reconozco que en mi interpretación profesional he querido ser un seguidor de J. Emilio Lledó, el filósofo que tanto nos enseño sobre educación. Resuenan en mi pensamiento muchas ideas consistentes de las cuales voy a recoger algunas, porque me sirven para contraponerlas a la algarabía política de nuestras Cortes, que encuentran en el insulto a otras personas la salvaguarda de su “bien” obrar. No hace mucho, otoño de 2014, en la entrega del Premio Festival Eñe, el maestro Lledó pedía defender la democracia, combatir los bulos y exigir decencia a los políticos. Unos años antes, echando mano de Aristóteles apuntaba que el político tenía que ser decente. Y si no es decente destroza todo lo que tiene a mano.
El mal ejemplo del Parlamento pasa a los medios de comunicación que según cuál sea su tendencia política amplifican lo que les interesa
No tenía reparo en manifestar que la política, por lo general, estaba en manos de ignorantes; interesados solo en lo suyo, añadiríamos nosotros. Sobre todo en sus élites dirigentes, que son las que más chillan. Él, que era un maestro de la palabra, Palabras en el tiempo. Abecedario filosófico, defendía la educación pública universal. Seguramente se lamentaría de los conflictos en el Parlamento actual pues, para nuestra desgracia, “la indecencia destroza la sociedad porque está sustentada en la mentira”. Por el contrario, la decencia –se puede encontrar en buena parte de los ediles de los pueblos y ciudades pequeñas– desempeña una de las claves básicas para la convivencia entre los seres humanos. El mal ejemplo del Parlamento pasa a los medios de comunicación; según cuál sea su tendencia política amplifican lo que les interesa. Los chiringuitos de Internet no digamos, sostenidos algunos por los bravucones insultadores. Seguro que los escuchan los políticos no profesionales, que sin reflexionar van cambiando su decencia por intransigencia. Una pena: tampoco el Parlamento sirve de escuela para los políticos.
Cuánto nos gustaría que en las Cortes se debatiese el fin de la pobreza, la meta del hambre cero, la mejora de la salud y el bienestar, la educación de calidad, la igualdad de género, el derecho a un agua limpia y saneamiento total, la energía asequible y no contaminante, el trabajo decente, la reducción de las desigualdades, la mejora del hábitat ciudadano, la producción y consumo responsables, la acción por el clima, la vida en los ecosistemas terrestres. Y sobrevolando por todos ellos, la paz, justicia e instituciones sólidas logradas en alianza. Todas estas intenciones, ausentes del rifirrafe cotidiano del Parlamento, son ni más ni menos los ODS que España firmó con el horizonte 2030. Así ese lugar mágico que tanto emocionó a mis alumnos, se convertiría en su escuela de la vida cotidiana. Me imagino debatiendo con ellos el peaje que habrían de pagar si se tratasen en clase con el menosprecio de algunos políticos.
Si ahora programara un viaje de estudios a Madrid ya no incluiría una visita al Congreso de los diputados y diputadas. Los muchos que han chillado e insultado estos días no han debido pasar por nuestras escuelas, en donde todos los desarrollos de las etapas de la educación obligatoria ensalzan el Parlamento como el lugar donde se reúnen los representantes del pueblo para concertarnos caminos de futuro. Sus palabras pudren el interés con el que los elegimos. Hasta el punto de que se están pareciendo a los mentideros de TikTok, donde por cierto han triunfado los improperios. Los adolescentes pensarán, casi seguro: si en las Cortes masacran a quienes no les caen bien, ¿por qué razón podemos privarnos nosotros de enfangar la vida? No resulta aventurado sospechar que bastantes deterioros de convivencia en Europa tienen una de sus causas en la mediocridad política; también hay honrosas excepciones.
Nos resistimos a pensar que no se puedan enmendar errores pasados. Nos esperan el bien ser, el bien estar y el bien hacer; resumido en palabras de J. Emilio Lledó.
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Carmelo Marcén Albero es doctor en Geografía por la Universidad de Zaragoza y especialista en educación ambiental.
La palabra parlamentar debería considerarse patrimonio inmaterial de la humanidad, pues debe hacerse presente tanto en la vida corriente como en la político-social. Su significado resalta que se ejerce dentro de una asamblea deliberativa, generalmente legislativa, que representa al pueblo. Esto me lo ha escrito la IA. Ahora mismo, las Cortes de España, cámara y asamblea, han despreciado su misión más importante: entenderse por medio del diálogo para el beneficio de toda la ciudadanía. Ahora mismo no hacen honor a su supuesta grandeza. La palabra más nombrada ya no es acuerdo sino corrupción. La gravedad de los insultos ha llevado a la Presidenta de las Cortes a retirar varios exabruptos del diario de sesiones.