El espíritu de la fraternidad

El mundo que conocemos atraviesa un periodo de cambios tan acelerados como inciertos. Como resultado, nos encontramos en una encrucijada marcada por la precariedad, enfrentados a una especie de tormenta perfecta que amenaza el delicado equilibrio –el único que hace posible la fraternidad– del que nos hemos beneficiado de formas muy variadas a lo largo del tiempo.

Nuestro mundo, en el que millones de personas luchan con la pobreza mientras otras amasan riquezas inimaginables, se enfrenta a retos sin precedentes. Las divisiones políticas se profundizan, sustituyendo el diálogo por la discordia y el compromiso por la condena. Desde la inminente amenaza del cambio climático hasta el resurgimiento de los conflictos bélicos, los signos son innegables: necesitamos una nueva forma de avanzar, una visión unificadora que trascienda nuestras diferencias y nos vuelva a unir en un propósito común.

Siempre hemos creído que el espíritu de fraternidad, un espíritu que se hace cargo del destino esencialmente compartido de los seres humanos, ofrece un bálsamo corrector a estas divisiones. Sin cultivar el sentimiento de fraternidad es muy difícil reconocer de verdad la dignidad inherente a todos los seres humanos. Él nos anima a aceptar nuestras diferencias, no como fuentes de división, sino como oportunidades de enriquecimiento y comprensión mutuos. Nos inspira a trabajar juntos, más allá de las fronteras y de la diversidad de tradiciones culturales y religiosas, para construir un mundo más justo, pacífico y sostenible para todos.

El Premio internacional Zayed a la Fraternidad Humana es, por ello, un faro de esperanza en estos tiempos turbulentos. Sus galardonados, personas y organizaciones de todo el mundo, encarnan la esencia misma de esa fraternidad. Sus incansables esfuerzos por promover el diálogo, la comprensión y la cooperación son un poderoso recordatorio del potencial transformador de nuestra civilización. Demuestran que, incluso frente a obstáculos aparentemente insuperables, el espíritu humano –impulsado por la compasión, la empatía y el compromiso compartido de construir un futuro mejor– puede prevalecer.

Así lo podemos ver, particularmente, desde España, una comunidad forjada en el crisol de diversas culturas y tradiciones, con una comprensión intrínseca del profundo significado de la coexistencia. Desde la época de Al-Andalus, un período histórico de notable florecimiento intelectual y cultural en el que musulmanes, cristianos y judíos coexistieron y contribuyeron a una sociedad vibrante, hasta la adopción de los valores democráticos en la era moderna, nuestro país ha defendido los valores de la tolerancia, el respeto y el diálogo.

Este compromiso es inherente a nuestra forma de ser y presentarnos en el mundo, y se refleja en nuestra política exterior, por ejemplo, a través de iniciativas como la Alianza de Civilizaciones de las Naciones Unidas. Nacida de una propuesta española, la Alianza trata de superar las divisiones y fomentar el entendimiento intercultural a escala mundial, reconociendo que una paz auténtica requiere no sólo de la ausencia de conflictos, sino de la afirmación y promoción del respeto mutuo y la cooperación.

Las lecciones de la historia de España ofrecen valiosas enseñanzas. La Guerra Civil, un conflicto brutal alimentado por el fanatismo ideológico y la polarización política, nos recuerda con crudeza las devastadoras consecuencias de la división y la intolerancia. Las cicatrices de aquel conflicto permanecen como un recordatorio constante de la fragilidad de la paz y de la importancia de alimentar una cultura del diálogo y la reconciliación.

La transición española a la democracia, testimonio del poder del diálogo, el compromiso y el deseo compartido de un futuro mejor, sigue constituyendo un modelo de cambio político pacífico y una fuente de inspiración para las naciones que luchan por una sociedad más justa y democrática.

Hoy, mientras navegamos por un mundo cada vez más fracturado por la polarización y la desconfianza, debemos recurrir a la sabiduría del pasado y abrazar el espíritu de fraternidad con renovado vigor. Debemos reconocer que nuestros retos comunes trascienden las fronteras nacionales y requieren de una acción colectiva.

Las lecciones de la historia de España ofrecen valiosas enseñanzas. La Guerra Civil, un conflicto brutal alimentado por el fanatismo ideológico y la polarización política, nos recuerda con crudeza las devastadoras consecuencias de la división y la intolerancia

Como ocurre con el cambio climático: una amenaza existencial para todos nosotros, que exige la cooperación mundial y un compromiso compartido con el desarrollo sostenible. No podemos permitirnos estar divididos en esta cuestión, ya que nuestra supervivencia como especie depende de nuestra capacidad para trabajar juntos. Del mismo modo, la desigualdad económica, caldo de cultivo del malestar social y la inestabilidad, exige la colaboración internacional para fomentar un sistema económico mundial más equitativo. Es imperativo abordar los problemas sistémicos que perpetúan la pobreza.

El espíritu de fraternidad no es un mero ideal abstracto; es una llamada a la acción. Exige que vayamos más allá de la retórica y nos comprometamos en esfuerzos concretos para construir puentes sólidos de entendimiento y cooperación. Nos exige invertir en una educación que promueva el pensamiento crítico, la empatía y el entendimiento intercultural. Nos pide que apoyemos iniciativas que fomenten el diálogo y la cooperación entre diferentes comunidades y confesiones. También nos obliga a responsabilizar a nuestros dirigentes de la promoción de políticas que reflejen los valores de la fraternidad humana.

No son píos deseos: es una urgente llamada al realismo que conduce a la coexistencia pacífica.

Como responsables políticos, tenemos, pues, el deber de crear un entorno propicio para que arraigue el sentimiento de la fraternidad humana. Debemos defender el multilateralismo y la cooperación internacional, debemos restaurar y promover los cauces e instrumentos de una gobernanza integradora que tenga como principal objetivo la solución pacífica de los conflictos.

El camino hacia un mundo más justo y pacífico será sin duda difícil, puesto que requiere valor, compromiso y la voluntad decidida de abrazar nuestra humanidad compartida. Pero estamos convencidos de que solo así podremos conjurar las actuales amenazas a la paz y el progreso. Y ponemos fin a estas líneas formulando el deseo de que a tal conclusión se llegue más pronto que tarde, esto es, más como fruto de esa convicción que de las dolorosas consecuencias de haber errado el rumbo.

_________________________

José Luis Rodríguez Zapatero es Miembro del Jurado 2025 del Premio Zayed a la Fraternidad Humana (presidente del Gobierno de España 2004-2011 e impulsor de la Alianza de Civilizaciones) y Mohamed Abdelsalam es juez y Secretario General de los Premios Zayed a la Fraternidad Humana.

Más sobre este tema
stats