Estrecho de Ormuz: 35 kilómetros al borde de la guerra

Antonio García-Amate

El Estrecho de Ormuz es uno de los enclaves comerciales más importantes del mundo. Ubicado entre Irán y Omán, este paso de no más de 35 kilómetros de ancho (en su punto más estrecho) sirve de conexión entre el Golfo Pérsico y el mar abierto, convirtiéndose así en el corredor más relevante para el flujo de petróleo y gas natural licuado (GNL) en el comercio energético. Esto, sumado a las continuas disrupciones en la zona, lo convierte en uno de los focos geopolíticos más vigilados del mundo.

En torno al 20% del petróleo mundial y el 25% del GNL son transportados por mar desde los principales exportadores ubicados en el Golfo hasta los puntos de demanda. El 85% de todas las exportaciones de la región pasan por el estrecho, dirigiéndose principalmente a Asia. Países como China, India, Japón y Corea del Sur son los principales consumidores de energía proveniente del Golfo. Las cantidades de crudo y GNL son realmente impactantes: solo desde Arabia Saudí se exportan 5,5 millones de barriles de petróleo diarios y casi 11.500 millones de pies cúbicos diarios de GNL desde Catar (LINK).

La mala noticia para este Estrecho es su ubicación. La inestabilidad en la región lo convierte en un foco de atención constante para la comunidad internacional. La posición de Irán le otorga una influencia geopolítica considerable, ya que en diversas ocasiones ha amenazado con cerrar el Estrecho o dificultar, en la medida de lo posible, el paso de buques petroleros. Algunos ejemplos de estas amenazas incluyen la guerra de petroleros en los años ochenta, diversos conflictos entre Irán e Irak, y las tensiones navales con Estados Unidos. Sin ir más lejos, una de las acciones más mediáticas fue el secuestro del buque Advantage Sweet por parte de fuerzas iraníes: una clara declaración de intenciones que recuerda la posible escalada de inestabilidad en la zona.

El último episodio de volatilidad ocurrió hace solo unas semanas. Los ataques continuados de Israel sobre Irán, sumados a los bombardeos de Estados Unidos a instalaciones clave para la industria nuclear iraní, han reavivado el temor a un posible cierre del Estrecho. Aunque el Parlamento iraní votó a favor de clausurar este paso estratégico, la medida no ha llegado a materializarse. Algunos expertos consideran que un cierre total del estrecho es poco probable. La razón principal es que el Estrecho de Ormuz también está bañado por aguas omaníes, lo que limita la capacidad de Irán para imponer un bloqueo completo. No obstante, Irán sí podría dificultar el tránsito marítimo mediante el despliegue de minas, el uso de tecnología para evadir la detección o la incautación selectiva de buques. Este tipo de amenazas suele provocar cierto pánico en los mercados internacionales.

Los ataques continuados de Israel sobre Irán, sumados a los bombardeos de Estados Unidos a instalaciones clave para la industria nuclear iraní, han reavivado el temor a un posible cierre del Estrecho

Aunque las reacciones del mercado a este último intento de cierre han sido moderadas, se respira una calma tensa debido a la fragilidad de la estabilidad en la región. Según Goldman Sachs, si se produjeran interrupciones prolongadas en el Estrecho, el precio del barril de petróleo podría superar los 100 dólares (LINK). Las consecuencias serían devastadoras: interrupción de la cadena de suministro global, inflación, problemas de seguridad alimentaria y una subida del precio de la energía sin precedentes, especialmente en países muy dependientes de las exportaciones del Golfo.

Aunque esta situación pueda parecer probable en algún momento, sería la propia Irán la más perjudicada con el cierre, debido a su alta dependencia de las exportaciones de crudo hacia China. El 77 % de sus exportaciones de petróleo pasan por el Estrecho, y la mayoría se dirigen al gigante asiático (LINK).

La importancia de este paso también radica en la escasez de alternativas viables. Oleoductos como el East-West Petroline de Arabia Saudí o el bypass de Fujairah en los Emiratos Árabes Unidos pueden desviar conjuntamente en torno a 6,5 millones de barriles diarios, una cifra muy inferior a los 21 millones que actualmente cruzan el Estrecho (LINK).

Curiosamente, uno de los pocos países que se vería beneficiado en un escenario de bloqueo es Rusia, dada su competencia con Irán por cubrir la demanda energética china. Un bloqueo de Ormuz podría sacar a Irán del tablero energético, posicionando a Rusia como uno de los principales exportadores hacia China.

En definitiva, el Estrecho de Ormuz no es solo una formación geológica, sino un punto de presión y atención internacional constante. Cualquier disrupción puede hacer temblar los mercados mundiales, redefinir alianzas geopolíticas y desequilibrar tanto a países productores como consumidores de energía.

El mundo no está preparado para el cierre del Estrecho. La cooperación internacional y el compromiso con la libertad de navegación deben ser cuestiones clave a tratar en la región. Un cierre total de esta vía marítima sentaría las bases para una posible Tercera Guerra Mundial.

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Antonio García-Amate es profesor de finanzas en la Universidad Pública de Navarra (UPNA) e investiga sobre energías renovables y gas.

Antonio García-Amate

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